El último cigarro
En las 20 líneas de autobuses nocturnos que cada fin de semana circulan por Madrid se huele la derrota. Las caras de sueño o de mareo -imposible disimular las ojeras con la mortífera luz de los vehículos- van unidas al humo de algún cigarro y a la amenaza constante de que con algún frenazo vomite el de al lado. El olor a vino peleón es, a las tres de la madrugada, constante.Los autobuses que salen de Cibeles en todas las direcciones de la ciudad cambian de pasaje ros los fines de semana. A partir del viernes, los búhos se pueblan de adolescentes que regresan a casa tras horas de juerga. Los búhos que recorren Madrid no re gistran tantos incidentes como los de Costa Polvoranca (Alcorcón). A pesar de esto, los con ductores no dejan de quejarse: "No hay líneas especialmente pe ligrosas; pero eso no quiere decir que no ocurra nunca nada. Ha habido problemas, gente que se cuela o se pelea. Una vez se des nudó uno y montó un lío de cuidado. Y luego están esos punkis que viven en la calle del General Ricardos. Son más de diez y nunca pagan. Los problemas siempre son con grupos, cuando van solos no se atreven a nada", cuenta un conductor de los búhos. En lo que coinciden todos los trabajadores es en no meterse en líos: "Cuando alguien quiere armar la bronca nosotros no podemos hacer nada: no queremos hacernos los supermanes", añade.Los búhos tienen una media de 5.300 pasajeros diarios al año. En 1994 han visto ampliada su oferta, y los fines de semana, los dos vehículos por cada línea se elevan a cuatro, para satisfacer la demanda.La plaza de Cibeles refleja perfectamente lo concurrido de este servicio los viernes y los sábados. Tumbados en el césped del paseo del Prado, apoyados en la verja del metro de Cibeles, sentados en las escaleras de Correos o directamente en el suelo, cientos de jóvenes esperan la llegada de la ruta. "Hemos pedido muchas veces que la Policía Municipal venga a la parada de Cibeles porque tenemos muchos problemas con la gente que no quiere pagar", dice con buen humor un inspector encargado de los búhos de Cibeles. "Con los drogadictos no tenemos problemas porque nos dejan en paz. Bueno, aunque un día ése que pide dinero en la esquina y que siempre está por aquí nos persiguió con una jeringuilla que, según él, estaba infectada. Nos quería pinchar, y nosotros, claro está, salimos corriendo como locos", añade el inspector.
Los conductores relatan que al terminar la jornada, al, amanecer, encuentran vomitonas en los coches y colillas (en los búhos, y especialmente a partir de las cuatro de la mañana, se suele fumar con absoluta impunidad). "¿Y cómo no van a vomitar con el meneo que se meten en el cuerpo al subir aquí?", dice un conductor, que añade: "Pero pobrecillos, si dan pena".Cuestión de suerteEl fin de semana pasado, en el búho N-6, Las Musas-Cibeles, un par de jóvenes punkis, fumando, estuvieron todo el trayecto metiéndose con el conductor. Éste no respondió a las provocaciones en ningún momento. A los seis pasajeros no les molestaron mucho: se limitaron a pedirles tabaco. Nadie les dio.
Posteriormente, a la una de la madrugada, en el búho N-15, Cibeles-Aluche, casi abarrotado, el conductor contaba que los incidentes no dependen de la línea, sino de la suerte. "Cualquier día te puede pasar cualquier cosa", dice este trabajador de la EMT, que añade: "Para las 10.000 o 12.000 pesetas más que te dan al mes por la nocturnidad no merece la pena arriesgarse y plantar cara cuando alguien -siempre pandillas- intenta colarse", especifica.
A las dos de la mañana una veintena de jóvenes se monta en el N-8, Cibeles-Vallecas Villa. En el trayecto, un joven -sentado en la última fila y con cara de necesitar dormir urgentemente- da constantes cabezazos. Mientras suelta extraños sonidos abre la ventana del autobús e intenta tomar el aire. Su aliento delata alguna copa de más. Unos asientos más allá, un grupo ataviado con pantalones ceñidos, cazadoras vaqueras y de cuero -una de ellas con un tigre bordado con hilo dorado- se comunican con todo tipo de mensajes. "¡Oye, tronco, que qué dices!", pregunta uno. Su compañero contesta con un eructo que atruena en todo el vehículo.
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