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Los laboristas británicos abandonan el marxismo

El Partido Laborista británico, reunido ayer, en Londres, en un congreso extraordinario, aprobó por amplia mayoría un cambio histórico al borrar de sus estatutos los vínculos marxistas y dar carpetazo al dogma de las nacionalizaciones. "Un nuevo Laborismo ha nacido. Ahora nos queda la tarea de construir un nuevo país", dijo su líder, Tony Blair, en el discurso de apertura.El nuevo laborismo, el que se asienta sobre una nueva constitución que habla de justicia social y de una "economía dinámica", ganó ayer la última y definitiva batalla al viejo ideario inspirado en la lucha de clases y en la "propiedad de los medios de producción". El triunfo fue aplastante. La redacción de la nueva Cláusula Cuarta superó el obstáculo que le faltaba para ser inscrita en los carnés de los afiliados, al ser refrendada por el 65% de los votos frente al 35% que la rechazaron. Las principales centrales sindicales se mostraron, con todo, rebeldes al nuevo ideario de Blair.

La nueva Cláusula Cuarta, cuyo texto elimina los vínculos históricos del partido con el marxismo y el dogma de la nacionalización de los medios de producción, arrincona para siempre la retórica decimonónica de la antigua, que fue redactada por el socialista utópico Sidney Webb en 1917. El nuevo texto define al laborista como un partido socialista democrático, partidario de una economía dinámica en la que la iniciativa "de mercado y el rigor de la competitividad se suman a las fuerzas de la cooperación y el trabajo en común para producir el bienestar de la nación". Una jerga políticamente correcta, que representa, además, el inevitable precio a pagar por los laboristas para conquistar el corazón de las clases medias británicas, claves para el éxito electoral del partido en las próximas elecciones generales.Ganas de gobernar

Blair lo reconoció implícitamente ayer cuando reconoció el hambre de gobierno del Partido Laborista, después de 16 años apartado del poder. "Cuando llegué al Partido Laborista nunca pensé que me sumaba a un grupo de presión. No me he postulado como líder para dirigir un movimiento de protesta. Este es un partido de Gobierno y como tal lo voy a dirigir. El poder sin Principios es estéril, pero los principios sin poder resultan inútiles".

Mientras las circunscripciones electorales del partido apoyaban masivamente la nueva constitución, las centrales sindicales -un tigre de papel después de la reforma que llevó a cabo John Smith, el fallecido antecesor de Blair, pero que todavía mantienen el 70% de, los votos del congreso-, se mostraron claramente más divididas a la hora de pronunciarse. Un 38,23% de los votos fueron a favor de la nueva cláusula, frente al 31,77% en contra. Un resultado lógico si se tiene en cuenta que dos de los principales sindicatos, el de Transportes y el que engloba, entre otros, a los funcionarios británicos, se habían mostrado contrarios al cambio.

A la entrada del auditorio, bajo una tenue llovizna que se evaporaría más tarde, los defensores de los viejos principios repartían folletos en apoyo de su perdida causa. El nombre de Arthur Scargill, el líder minero y el más furibundo opositor al cambio, figuraba a la cabeza del texto, sobre una cita de Tony Blair, en la que el líder laborista elogiaba a la ex primera ministra conservadora Margaret Thatcher. Sin embargo, el triunfo de la reforma de Blair no fue ayer una sorpresa para nadie. Después de haber conseguido el apoyo del partido en Escocia, de haber logrado la mayoría de los votos de las bases laboristas para apuntalar el cambio y, lo que es más importante, del Comité Ejecutivo del partido por 21 votos a favor del total de 29, estaba claro que el margen para la sorpresa del Congreso extraordinario era mínimo.

Tony Blair, un abogado de 42 años de formación cristiana, pasará a la historia, si no consigue ser primer ministro, como el reformador del Partido Laborista. Su nombre quedará ligado a un cambio quizás puramente retórico, pero en todo caso sustancial, que no lograron sus antecesores.

Blair se definió en su discurso de ayer como un inequívoco europeísta, partidario de firmar el Capítulo Social que han rechazado los tories y de acabar con la política de privilegios que ha abierto un foso en la sociedad británica. Queda por saber si la definición del nuevo laborismo, más en consonancia con los idearios socialdemócratas, lleva definitivamente a Tony Blair al 10 de Downing Street.

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