El pobre padre de familia
Entonces había una figura, con características oficiales pero también de ejercicio real, que se llamaba "cabeza de familia". Solía ser el hombre -salvo casos de viudedad-: el "padre de familia", el pater familias del derecho romano. Una autoridad. Los saineteros de principios de siglo ya le mostraban como un ser caduco, un ángel caído, una víctima. Los Quintero, Pasó, Arniches... Las de Caín, o esta Locura de Don Juan que de cuando en cuando se repone en un Madrid donde hace algunos años dejó de existir esa figura con la moraleja característica de Arniches: el hombre bueno es burlado, explotado, utilizado; cuando se convierte en tirano, aunque sea fingiendo la locura, es obedecido y respetado. Hay una larga apología de Arniches a favor del hombre bueno, y siempre sale mal parado. También su famoso Don Quintín era la leyenda del que ha de fingir brutalidad y arrojo para ganarse una vida, y unos amores, que no tenía de buen hombre.La figura de cabeza de familia ha desaparecido hace muy poco, como el poder del padre de familia, y diría yo que la suerte del hombre no ha cesado de ser cada vez peor; peor aún que en los años veinte. Podría haber razones para que el tirano del siglo XIX fuera destronado en el XX; quizá sin tanto destrozo moral y material. Pero ese tema es de otro sitio.
La locura de Don Juan
De Carlos Arniches (1923). Intérpretes: Manuel de Blas, Mary Carmen Ramírez, Tote García Ortega, Pilar San José, Manuel Aguilar, Manuel Díaz, Ángel Sánchez, Olga Millán, Tomás Sainz, Fernando Ramsan. Escenografía: Alfonso Barajas. Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente. Teatro Albéniz, 25 de abril 1995.
Caricatura del sainete
En esta reposición de Juan Carlos de la Fuente, no se pierde la moraleja, pero se caricaturiza el sainete. Se enriquece el escenario y los trajes con ostentosos adornos y vivísimos colores, quizá respondiendo a la personalidad de las tres voraces. generaciones de mujeres -suegra, esposa, hija- que dilapidan la fortuna y el trabajo del pobre Don Juan -en el cual este nombre de conquistador y burlador se convierte en una broma más y en un símbolo de la caída del machismo, aunque no en beneficio de la mujer, que queda retratada como frívola, miserable y explotadora-; hace que los actores se dirijan a los espectadores e incluso deambulen entre ellos por el patio de butacas.
Bien, quizá los espectadores tengan así ocasión de reflexionar sobre sí mismos. A mí no me gusta, -incluso me fastidia soberanamente; y la obra no me parece de las mejores de Arniches, que es uno de los grandes del siglo, pero indudablemente sigue teniendo su filosofía y su lenguaje, pese a la introducción de pasos de vodevil, carreras, y persecuciones para suscitar una risa que no necesitaba, y que perjudica la interpretación de algunos excelentes actores que hay en el reparto. Si gusta al público, como parece, basta con eso: escuchan a Arniches y se divierten.
Babelia
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