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Tribuna:EL AGUA EN ESPAÑA.
Tribuna
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Una solidaridad sospechosa

Llevo más de veinte años oponiéndome a los trasvases del Ebro (con mayor perseverancia que fortuna, ésa es la verdad) y no encuentro razones para cambiar de criterio; al revés, cada día son más las que existen para oponerse a ellos. Citaré algunas de esas razones sin orden predeterminado y sin riesgo de agotar el repertorio:La primera. Porque, siendo los trasvases instrumentos meramente técnicos y, por tanto, neutros por sí mismos, responden en todos los casos que conozco a necesidades peyorativamente capitalistas: llevar el agua adonde la necesitan los poderosos o adonde lo provocó una actuación desalmadamente urbanística y fundada en apropiarse los beneficios a imputar los costes al común.

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La segunda. Porque, en consecuencia, todos los trasvases que se han hecho o se proyectan en España son para servir a los territorios ricos, nunca para. favorecer la suerte de los pobres. He dicho algunas veces que los aragoneses tendríamos menos razones para oponemos a esas continuas sustracciones de caudales si se hicieran, por ejemplo, para beneficiar a Soria.

La tercera. Porque desequilibran más a España cuando la Constitución manda que hagamos lo contrario: que la equilibremos territorial, social y económicamente. Léanse artículos de nuestra Carta Magna como el 130, el 131, el 138 y el 158.

La cuarta. Porque siempre fueron y siguen siendo proyectos corporativistas sagazmente revestidos de necesidades sociales, y eso quiere decir que se prescinde a propósito de aplicar técnicas alternativas que permitirían disponer de agua donde se precisa sin quitarla a quienes no la necesitan menos y sin largas y costosísimas obras ingenieriles, ésas que antes recibían el calificativo de faraónicas.

La quinta. Porque es más hacedera la reutilización de caudales y la desalación del agua del mar, y además, no tendrían que hacerse a costa de todos, sino de los beneficiarios. Pensemos en lo que ahora ofrece Sevillana de Electricidad: puede desalar aguas marítimas en las centrales térmicas de Almería, Cádiz y Málaga a un coste de producción asequible. Por otra parte, si una empresa construye bloques de apartamentos de playa o levanta una refinería, ¿no debe ser ella, y no todos los contribuyentes, la que asegure el servicio de agua instalando a su costa plantas potabilizadoras? Es uno de muchos ejemplos invocables.

La sexta. Porque el porvenir le mide también por los caudales de agua disponible y los que hay que reservar para los usuarios de abajo tiene que dejarse de utilizar por los de arriba. Un ejemplo: Teruel se vio privada de instalar una industria papelera que hubiese puesto algún remedio al emprobrecimiento que allí padecemos porque los huertanos de Valencia exigieron que el agua les llegara limpia... Y ahora, encima, nos piden más solidaridad.

La séptima. Porque aceptar los trasvases del Ebro equivale a renunciar a parte de nuestro futuro; tras el agua se van las inversiones, los puestos de trabajo y nuestra juventud.

La octava. Porque las actuaciones del poder central son un agravio permanente para Aragón que no debe pertenecer al territorio MOP. Más ejemplos: es insultante que el agua del Ebro se desperdicie en la bahía de Palma y no pueda emplearse para regar la margen derecha de nuestro río, lo mismo que empezar la casa por el tejado (el Plan Hidrográfico Nacional) olvidándose de hacer antes los planes de cuenca.

La novena. Porque en Aragón no sobra agua, faltan inversiones; es en sitios como los de aquí donde debe desarrollarse España, en vez de seguirse acumulando en áreas metropolitanas que no garantizan calidad alguna de vida. El desarrollo (distinto del mero crecimiento irracional y supuestamente espontáneo) requiere desalentar en vez de estimular las grandes concentraciones urbanas; no creo que México capital, Tokio o el Gran Buenos Aires sean ideales a perseguir, sino desgracias colectivas a soportar cuando, no seamos capaces de evitarlas. Pero los trasvasistas predican un utópico equilibrio hidráulico para seguir estimulando un lamentable desequilibrio territorial.

La décima. Porqué en este tiempo de tan justa preocupación medioambiental no parece que esa clase de proyectos sirva para favorecer la ecología ni el desarrollo armónico ni ordenación territorial de género alguno.

La decimoprimera. Porque cuando se interpreta en provecho de los de siempre, la solidalidad es sospechosa y más bien parece una simple requisa.

1/8 la decimosegunda. Porque Aragón sigue teniendo sed, mucha sed, y no sólo en Monegros y en aquella margen derecha del Ebro, sino en muchos pueblos, en sus campos y en sus justas expectativas industriales. Esa sed no se resuelve diciendo que ya no se nos reserven para remediarla equis hectómetos cúbicos. Eso sólo significa que quieren ponerle límites a nuestro desarrollo y que paguemos el ajeno.

Hipólito Gómez de las Roces es presidente del Consejo Político del Partido Aragones (Par).

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