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FIESTA DE LAS LETRAS ESPAÑOLAS

La tentación de lo imposible

Mario Vargas Llosa

Mario Vargas Llosa dedicó el discurso que pronunció ayer al recibir el premio Cervantes a ensalzar la figura del creador del Quijote y resaltar la importancia de la fantasía y la creación literaria para soportar los sinsabores de la vida cotidiana. Enumeró también los múltiples personajes reales y de ficción. que han contribuido a conformar su vocación literaria y concluyó con una breve fabulación basada en la historia de una persona que explicó hace algunos meses en EL PAÍS su pasión lectora y coleccionista por la literatura rusa. A continuación se recoge una amplia reseña del parlamento del autor hispano-peruano en Alcalá de Henares."Hay algo abrumador en obtener un Premio llamado Cervantes y recibirlo en Alcalá de Henares, la ciudad donde nació el padre y maestro mágico de nuestra literatura, en una ceremonia realzada por la presencia de Sus Majestades. Y que este acto tenga lugar precisamente el día que se conmemora, con la muerte del autor del Quijote, la vigencia de una lengua a la que su genio inyectó un torrente de vida y de fantasía que todavía bullen, rebosantes de juventud, cada vez que abrimos la historia del Caballero de la Triste Figura. ¿Qué puede decir este afortunado escribidor que no haya sido ya dicho sobre Cervantes? ¿Qué añadir sobre su obra que no rechine como disco rayado?La vertiginosa bibliografía y el culto oficial de que es objeto, lo han, en cierta forma, petrificado, como a Homero, Dante o Shakespeare, esos autores que con él han pasado a ser símbolos de una lengua y una cultura ( ... ). En ningún otro de esos creadores es tan visible ese relente de humanidad identificable por el hombre común, como en la vida azarosa que se inició en esta ciudad, algún día del otoño de 1547 ( ... ). Pero sí sabemos con certeza que la vi da de Cervantes fue la de un ciudadano sin títulos ni fortuna, que vivió en la medianía, aunque los dos arcabuzazos que recibió en Lepanto y la mano izquierda que le quedó anquilosada hayan inducido a los hagiógrafos a izarlo sobre el zócalo del héroe. ( ... )

La vida de Cervantes nos emociona o entristece, pero no nos admira: era la precaria del español de a pie de esos tiempos convulsos. Lo que nos desconcierta es que de esa vida marcada por la sordidez, hubiera podido surgir una aventura tan generosa como la del Quijote. (...)

Toda obra genial es una evidencia y una incógnita. El Quijote, como la Odisea, la Commedia o el Hamlet, nos enriquece como seres humanos, mostrándonos que, a través de la creación artística, el hombre puede romper los límites de su condición y alcanzar una forma de inmortalidad; al mismo tiempo nos fulmina, haciéndonos conscientes de nuestra pequeñez, contrastados con el gigante que concibió esa gesta. ( ... ) Escribiendo la historia del Ingenioso Hidalgo, Cervantes potenció la lengua española a unas alturas que nunca había alcanzado y puso un tope emblemático para quienes escribimos en ella; y renovó el género novelesco, dotándolo de una complejidad y sutileza tan vastas como la ambición destructora y reconstructora del mundo que lo anima (...).

Que fue y es una gran novela cómica y a la vez muy seria, que ella recrea en un mito sencillo la insoluble dialéctica entre lo real y lo ideal, que a la vez que pulverizaba las novelas de caballerías les rendía un soberbio homenaje, nos lo han explicado los críticos. Pero han dicho menos que, entre las muchas cosas que es, como todos los grandes paradigmas literarios, el Quijote es también una ficción sobre la ficción (...).

Se trata de algo muy simple, en un principio, aunque luego se vuelva complicado. Hombres y mujeres no están contentos con las vidas que viven, que se hallan siempre por debajo de sus anhelos y, como no se resignan a renunciar a esas vidas que no tienen, las viven en sueños es decir, en los cuentos que se cuentan. La literatura es una rama de ese árbol opulento: la ficción.

Con la escritura, la ficción pasó al libro. (...) La literatura estabilizó, dio permanencia a los mitos y prototipos cuajados en la ficción: gracias a ella, de un modo misterioso, esa vida alternativa, creada para llenar el abismo entre la realidad y los deseos sobre el cual se columpia la criatura humana, obtuvo derecho de ciudad y los fantasmas de la imaginación pasaron a formar parte de lo vivido, a ser, en palabras de Balzac, la historia privada de las naciones (...).Una ficción es, primero, un acto de rebeldía contra la vida real y, en segundo, un desagravio a quienes desasosiega el vivir en la prisión de un único destino, aquellos a los que solivianta esa "tentación de lo imposible" ( ... ) y quieren salir de sus vidas y protagonizar otras, más ricas o más sórdidas, más puras o más terribles, que las que les tocó. Esta manera de explicar la ficción puede parecer truculenta ( ...). Pero, como nos muestra Alonso Quijano, la ficción es algo más complejo que una manera de no aburrirse: el transitorio alivio de una insatisfacción existencial, (...) que, paradójicamente, la ficción aplaca al mismo tiempo que exacerba ( ... ).La aparición de una gran novela es siempre indicio de una rebeldía vital, articulada en la configuración de un mundo ficticio, que, guardando el semblante del mundo real, en verdad rechaza a éste y lo cuestiona. Ésa es, tal vez, la explicación de la fortaleza con que Cervantes parece haber sobrellevado su circunstancia: desquitándose de ella con un deicidio simbólico, reemplazando la realidad que lo maltrataba con el esplendor de la que (...) inventó para oponerle.Combatir la realidad con la fantasía (...) es un juego entretenido mientras nos mantengamos lúcidos sobre las fronteras inquebrantables entre ficción y realidad. Cuando esa frontera se eclipsa y ambos órdenes se confunden, como ocurre en la mente del Quijote, el juego cede el lugar a la locura y puede tomarse tragedia. Ahora bien, aunque es evidente que el temerario manchego acomete un sinfin de disparates, ( ... ) sus excentricidades no le han merecido nunca el desprecio de los lectores ( ... ). Desde un principio, los lectores se identifican con el Quijote, que ha sucumbido a la tentación de lo imposible tratando de vivir la ficción, y toman una distancia perdonavidas del buen Sancho Panza, a quien, por su sentido común, por vivir amurallado dentro de lo posible, se ha convertido en encarnación de una deleznable forma de humanidad, la del hombre en el que la materia sofoca al espíritu y cuyo horizonte vital es mezquino de tanto pragmatismo.Juzgando en frío, hay una gran injusticia en esta desigual valoración de la, célebre pareja, al menos si la perspectiva del juicio se desplaza de lo individual a lo social. Pues, lo cierto es que esos rechazos del Quijote al mundo tal como es provocan múltiples desaguisados, tropelías y aún catástrofes ( ... ). Las empresas del Quijote sólo son simpáticas a sus lectores, de ninguna manera a esos pobres diablos que su fantasía convierte en encantadores, encantados o caballeros andantes y a los que trata a menudo de ensartar con su lanzón. Si hubiera prevalecido el pragmatismo de Sancho, ( ... ) el Quijote tendría los lomos menos magullados y su boca más dientes. Pero, entonces, no habría habido novela -o ella habría sido aburridísima- y la lengua y la literatura españolas serían menos fecundas de lo que son.Lo que quiere decir, por lo menos, dos cosas. La primera, que en el Quijote no admiramos a un personaje real sino a un fantasma, a un ser de ficción, y que lo que nos aleja de Sancho es que, a diferencia de su amo, no se despega demasiado de nosotros, y por eso su manera de actuar y ver las cosas no nos parecen las de un ser novelesco sino las de un mero mortal. Y eso me lleva a la segunda conclusión: que la razón de ser de la ficción, no es representar la realidad sino negarla, trasmutándola en una irrealidad que, cuando el novelista domina el arte de la prestidigitación verbal como Cervantes, se nos aparece como la realidad auténtica, cuando en verdad es su antítesis ( ... ).Es verdad que la empresa quijotesca -salir de la realidad propia para vivir la fantasía- ha dado tipos humanos excepcionales, gracias a cuyas temeridades el mundo ha progresado en el dominio del conocimiento y que sin ellos la vida sería mucho más gris de lo que es ( ... ). Pero también es cierto que el llamado de lo irreal,. al aguijonear en hombres y mujeres el apetito de lo que no tienen ni tendrán, ha aumentado, considerablemente, su infelicidad. Se trata de un problema insoluble, pues no hay una manera realista de que aquello que intenta el Quijote sea posible y lleguemos a vivir, simultáneamente, en la vida objetiva de la historia y en la subjetiva de la ficción ( ... ).

Por eso, si todos los seres humanos que recurren a las ficciones tienen por el Quijote una devoción particular, los que dedicamos nuestras vidas a escribirlas, nos sentimos recónditamente afectados por su historia, que simboliza la que emprendemos cada vez que, enfrentados. a la página en blanco con la fantasía y las palabras, lo emulamos en el afán de arraigar lo imaginario en lo cotidiano (...).

Pero, quizás, estas consideraciones sean demasiado abstractas para hablar de una vocación, la del contador de historias, que es a la que debo estar hoy día aquí, en la patria chica de don Miguel de Cervantes, recibiendo este premio ( ... ). Como todo el que escribe historias, yo fui lector antes que escribidor, y, antes que lector, fui, por supuesto, escuchador de ficciones. Mi vocación debió nacer al conjuro de aquella otra vida que, me revelaron los cuentos de los abuelos, o de la tía abuela Elvira, la Mamaé, en Cochabamba, cuando era un pequeño déspota de pantalón corto, que, por lo visto, exigía una historia con principio y final por cada cucharada de sopa. Yo era entonces inmensamente feliz, viviendo, como Alonso Quijano, "todo absorto y empapado en lo que había leído en sus libros inentirosos". Pinocho, La Sombra, El Coyote, Bill Barnes, el pequeño Guillermo, Mundrake y Nostradamus, las correrías del Zorro en la Misión de San Juan de Capristano, las de Sandokán y el fiel Yáñez en Malasia y las historias que irrumpían en la casona de Ladislao Cabrera con El Peneca y el Billiken llenaban mis días de exaltación ( ... ).El primer 'Quijote'

No sé cuándo oí hablar por primera vez de Don Quijote, pero me gustaría que hubiera sido allí, en Bolivia, y de boca del abuelo Pedro, a quien mi infancia debió tanto( ... ). Pero sí recuerdo con precisión que mi primera tentativa de entrar en el Qujote, en algún año de la Secundaria, fue un fracaso: a cada párrafo, las palabras difíciles y los giros arcaicos pulverizaban la ilusión, y a mí lo que me gustaba de las novelas -lo que me gusta todavía de las novelas- era que me abolieran y transubstanciaran, como a Alonso Quijano las del Amadís y del Espliandán, y me hicieran enamorarme, combatir, enfurecerme, llorar, matar y resucitar. Sólo años después, y gracias a La ruta de Don Quijote (1905), de Azorín, relato de su recorrido por la Mancha en pos de las huellas de Cervantes, volví a leerlo, hasta el final.

Para entonces era un devorador desaforado de historias ajenas y garabateador de algunas propias. No sospechaba que llegaría a ser un escritor pero ya me desvelaba esa ambición, que parecía todavía más improbable que esas otras, acariciadas en secreto: ser marino, torero, aviador, legionario, explorador, mosquetero, rey del mambo y conquistador de la India y de Brigitte Bardot. Pero sí sabía que siempre sería un lector empedernido de novelas porque las horas que pasaba sumido en esa vorágine de destinos excepcionales, paisajes exóticos y gentes es

La tentación de lo imposible

timulantes, eran siempre las mejores. Sin exageración puedo decir, por eso, que entre mis quince y veinte años, mientras estudiaba Letras y Derecho y manufacturaba noticias y reportajes alimenticios, me las arreglé, sin salir de Lima, para combatir al Kuomintang con los camaradas chinos en las calles de Shanghai, perseguir a un gran cetáceo blanco por los mares de Oceanía en un ballenero de Nueva Inglaterra, vivir la bohemia de la entreguerra en los cafés de Montparnasse ( ... ). Malraux, Melville, Hemingway, Kipling, Kafka, Victor Hugo, Sténdhal, Faulkner, Johanot Martorell, Balzac, Flaubert, Tolstói y tantos otros fabuladores formidables, debieran comparecer a recibir este premio conmigo, pues sin ellos, que deslumbraron mi juventud y me enseñaron a animar los sueños en la vida gracias a las palabras, no habría llegado a ser un escritor.La literatura ha sido mi primer y más grande amor, la más querida de las servidumbres, pero sé de sobra que tampoco habría podido consagrar mi tiempo a mi vocación como lo he hecho, ni escribir lo que he escrito, ni publicar lo que he publicado, ni, por cierto, estar hoy aquí (...).

Quién me iba a decir, en aquel verano de 1958, cuando desembarqué en el puerto de Barcelona y corrí a las Ramblas a identificar los lugares descritos por Orwell, en su Homenaje a Cataluña, que llevaba escondido en la maleta, que, a partir de entonces, mi vida daría un vuelco mágico. La acción de gracias sería interminable pero creo que puedo reducirla a algunos reconocimientos. El primero, a esos médicos catalanes, amantes de los cuentos y de Leopoldo Alas, que editaron mi primer libro. Y a Carlos Barral, poeta, editor y compinche queridísimo a quien nunca podremos agradecer bastante lo que hizo por desembotellar la vida cultural de los sesenta ( ... ). Antes de ser derrotado definitivamente se dio maña para abrir las puertas de España a la mejor literatura moderna y para promover a una serie de escritores nuevos, yo entre ellos, que, sin su aliento, su fe en lo que hacíamos y sus maquiavelismos para sortear la censura, jamás habríamos salido del limbo. Tendría, también, que citar a otros editores, críticos benevolentes, compañeros del oficio y, por supuesto, a los lectores españoles, esas amigas y amigos invisibles que estuvieron siempre allí para levantarme la moral. Pero, sería interminable y me contentaré sólo con agradecer lo mucho que le deben mis libros, mi familia, mi persona pública y mis demonios inconfesables a quien, desde hace treinta años, en su torre de vigía dé la Ciudad Condal, organiza y desorganiza como una hada madrina fugada de los manuscritos de Cide Hamete Benengeli, mi trabajo de escritor, defendiéndolo de toda clase de peligros, empezando por mí mismo. Terror de editores, conspiradora pertinaz, pródiga amiga, cómplice de mil y una aventuras, se llama Carmen Balcells y juraría que anda por aquí, llorando como una Magdalena.

Y ahora, para terminar, con permiso de Sus Majestades, quisiera contarles un cuento. ¿Hay manera mejor de recordar a don Miguel de Cervantes Saavedra que practicando, el día de su fiesta, este oficio al que su genio dio tanta gloria? ¿Y qué homenaje podría apreciar más don Quijote de la Mancha ( ... ) que el de una ficción viva, desplegando sus alas en el aire culto de este claustro? Se trata de una historia que ( ... ) leí en un periódico, hace meses. Desde entonces, me ronda en la memoria como una tierna alegoría sobre los poderes y maleficios de la ficción.

Aquel caballero madrileño, hoy un hombre entrado en años, era un mozalbete sin barba al que un día, de pura casualidad, cayó en las manos una novela de autor ruso, no se cuál. Le gustó tanto que el joven de mi cuento empezó a buscar afanoso otras novelas rusas y a devorarlas. Lo que fue al principio una curiosidad, un pasatiempo, se convirtió; con los meses y los años en una vocación, en un vicio, en una enfermedad. No se hizo escritor, ni crítico literario, ni profesor de letras eslavas, ni aprendió ruso. Fue y es todavía, solamente -pero ese solamente es un universo-, lector de novelas rusas traducidas al español. Ahora, gracias a él, sabemos que hay miles de cuentos y novelas rusas vertidos a nuestra lengua, y lo sabemos porque todos esos libros están, o tarde o temprano estarán, en la biblioteca de este senor que les profesa el mismo amor que Alonso Quijano a las novelas de caballerías. Mi ferviente lector ( ... ) recorría las librerias nuevas y viejas de Madrid en busca de novelas rusas, que compraba, leía y releía. Lo ha venido haciendo, toda una vida. Lo hace todavía. (...).

Pero, tal vez, la parte más extraordinaria de la historia, sea ésta: que el caballero asegura haber leído gran parte de aquella biblioteca de libros rusos, sobre la marcha y al aire libre, es decir, andando por el centro de Madrid en las idas y venidas de su casa a su estudio y de su estudio a su casa, a lo largo de muchas décadas. Las precisiones y detalles que ofrecía eran sorprendentes, hasta inverosímiles, pero, era obvio que decía la verdad. Juraba que sus pies, o su instinto, o el ángel de la guarda de los lectores compulsivos, habían llegado a memorizar tan rigurosamente cada bache, cada poste de luz, cada agujero, saliente o sardinel de la Gran Vía que no necesitaba casi levantar los ojos del libro que iba leyendo a lo largo de todo el trayecto y que en esas matutinas y vespertinas lecturas semovientes, nada lo arrancaba de su hipnótica concentración. Exactamente aquí quiero terminar el cuento y dejar al caballero, avanzando a un ritmo parejo, ni muy despacio ni muy rápido, por la atestada arteria madrileña ( ... ) disfrutando con toda la atención de su alma de la efusiva animación de una aldea siberiana o galopando en salvajes caballos de cosacos a la orilla del Don, atragantándose de vodka y caviar y balalaikas con los oficiales de la zarina o temblando de frío y de remordimientos entre las nubes del zahumerio, los iconos dorados y las barbas de los popes, en una iglesia ortodoxa con capillitas como alvéolos de panal. Nada lo distrae, nada lo despierta, nada le recuerda los avatares de su vida real. Rumbo al trabajo o al porrazo, el caballero vive la ficción y es feliz".

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