Manipulación de la memoria
Las celebraciones el domingo de Pascua del Aberri Eguna, día de la patria vasca, en un año como éste, cuando se conmemora el centenario del Partido Nacionalista. inventado por Sabino Arana, ha propiciado toda suerte de juegos dialéctiIcos a cargo de los líderes del PNV, EA, HB. Los discursos se han lanzado sobre las campas más bucólicas, al amparo del buen tiempo y favorecidos acústicamente con el recurso a la megafonía digital más avanzada. El estribillo dominante para galvanizar a los congregados del domingo ha sido la necesidad de proceder al ejercicio del derecho de autodeterminación por parte del pueblo vasco. Se hace pues, necesario esclarecer lo que subyace a semejante requerimiento y para ello resulta de lectura muy recomendada el volumen Auto determinación de Juan Aranzadi, Jon Juaristi y Patxo Unzueta.En el prólogo de ese libro, bajo el título De Guernica a Sarajevo, pasando por Burgos, Javier Corcuera Atienza cita, con acierto a un autor balcánico para quien el estallido bélico en Yugoslavia representa la guerra por la supremacía de los recuerdos, la guerra por la manipulación de la memoria, que abre el camino hacia el vacío: xenofobia, misoneísmo, autoaislamiento morboso. Parece además comprobado que la agresión a la memoria de los vecinos conlleva, irremediable, la destrucción de la propia memoria. Así, dice Corcuera Atienza, en Euskadi "la memoria liberal y la socialista han desaparecido (como por otra parte y por razones distintas ha desaparecido la memoria carlista o franquista) y la interpretación nacionalista de la historia impone su ortodoxia con una generalidad que nunca había tenido, y a pesar de que sepamos tantos que es una tradición inventada".
Empecemos a recordar que el castellano nace en La Rioja como una degeneración del latín activado por el vascuence y que el primer punto de contagio del nuevo romance es precisamente el País Vasco, sin que fuera precisa inmersión lingüística alguna ni el apoyo de leyes de normalización desacostumbradas en el pasado milenio. Está documentado, como destaca Anselmo Carretero, que el País Vasco era castellano hablante cuando en Valladolid seguían con el bable. Alguna prueba queda aún en Guernica como comprobaron con asombro algunos periodistas durante aquella visita del rey Juan Carlos I a la Casa de Juntas en enero de 1981. Entonces en la cúpula de sección elíptica que cubre ese templo foral podían verse todavía pinturas al fresco representando antiguos reyes de Castilla, acompañados de las inscripciones correspondientes donde se refiere su jura de los fueros como señores de Vizcaya. A la salida, preguntados sobre el particular, los más abertzales de la zona aseguraron en aquella ocasión que tales pinturas y leyendas en castellano eran de tiempo inmemorial. Pese a la insistencia asombrada de los periodistas, quedó descartado que la autoría de esos frescos pudiera atribuirse a la Guardia Civil, cuyo despliegue en el País Vasco, a petición de las fuerzas vivas de aquellas provincias, debe situarse en fecha muy posterior que nos lleva a los alrededores de 1860. Pero, como se vio el domingo con la cita de Espartero, la manipulación de la memoria es un resorte decisivo para cualquier estrategia etnocéntrica que valga la pena. Empeñarse en desentrañar la conducta de los líderes nacionalistas requiere aceptar que su comportamiento está determinado por propiedades ocultas que se escapan a la observación inmediata, aunque se manifiestan de un modo indirecto. Como afirma Mario Bunge, el camino que va de los experimentos a la teoría no existe.
El camino que sigue la ciencia no es observación - teoría, sino observación -problerna -teoría -comprobación experimental - corrección de la teoría. Recórtese este esquema y sígase su desarrollo a propósito por ejemplo del ministro Luis Alberto Belloch y el caso Lasa-Zabala. El biministro puede empantanarse en los problemas antes de llegar a la teoría, comprobarla y corregirla.
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