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Reportaje:75 ANIVERSARIO DEL PCE.

Los hombres de la 'Rusia chica'

La historia del partido comunista está llena de gentes que, desde el anonimato, mantuvieron el espiritu de su causa

Macario Barjas, delgado y tenso como una cuerda de violín, se aupó ligeramente y, la voz seca y mitinera, se dirigió a las miles de personas que le escuchaban con lágrimas en los ojos. "¿Os acordáis? En este campo de fútbol, aquí estuvimos detenidos. Esto era un campo de concentración". Soplaba un aire frío. Era una noche del mes de junio de 1977. Macario, obrero de la construcción, comunista, y miembro de Comisiones Obreras, pedía el voto para el Partido Comunista de España. en el campo del Rayo, en Vallecas, en las primeras elecciones democráticas al Congreso de los Diputados. Macario hablaba del sufrimiento de aquel barrio, de los años de persecución y miedo, Y la gente lloraba. Macario hablaba del partido, de la gente. del partido, de los que habían sido encarcelados y de los que habían sido perseguidos en aquel barrio. Y la gente lloraba.Tradición roja

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La historia del Partido Comunista de España está llena de persecuciones y de ambiciones, de traiciones y de heroísmos, pero sobre todo, de gentes como Macario. "Esto es la Rusia Chica, ¿os acordáis?". Aquí no se atrevía a entrar ni la Guardia Civil" decía Macario. Y la gente se acordaba. Se acordaba Marín, y se acordaba el señor Alfonso, y Antoñita y se acordaban la señora Concha y los hermanos Corpa, y Eleuterio y el de la calle Los González, y Rafa y se acordaba Pepe El Bruto... Se acordaban todos. Vallecas era conocida como la Rusia Chica.

Vallecas había tenido una larga tradición roja. Barrio obrero, fundado por panaderos y ferroviarios, sirvió de refugio, al terminar la guerra a muchos de los perdedores. Vallecas creció en los años cuarenta y cincuenta, cuando las grandes emigraciones de campesinos de Andalucía, Castilla y Extremadura, que buscaban mejor suerte en la capital. Y con ellos, los que tuvieron que dejar el pueblo donde estaban marcados por rojos, donde no había trabajo para los comunistas. Eran los años de la huelga nacional, de las luchas de la construcción.

El barrio creció en un horizonte de chabolas e infraviviendas. Y en sus talles de polvo y barro el partido creció también, asumiendo las nuevas reivindicaciones de vivienda, de sanidad, de educación. Fueron los anos en los que el PCE supo aprovechar el movimiento vecinal para consolidar sus estructuras. Trabajaba en pequeñas células de calle. Y se discutía en torno a la mesa camilla, sobre el hule con el mapa de España dibujado a gruesos trazos. El Mundo Obrero, en folios manchados con la mala tinta de la multicopista.

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"Aquí no entraba ni la Guardia Civil". Bueno. En Vallecas la Guardia Civil entraba -toma que entraba- y luego entró la Policía Nacional. Entraba y se llevaba a los hombres. Es verdad que alguna vez, cuando llegaba la policía preguntando. por alguien resultaba que allí eran todos unos perfectos desconocidos. Nadie conocía a nadie y nadie sabía nada de nadie. De creerles, los vecinos ni se hablaban entre sí. Pero la policía entraba y se llevaba a la gente por delante.

Algunos volvían a los pocos días, tronzados, deshechos, con señales de golpes y malos tratos. Como el de la calle de los González, el que estaba casado con La Loca. A finales de abril, cada año, llegaba la policía y se lo llevaba, a él y a cientos. Y cada año era la misma historia, hoy ya vieja y olvidada. "Dinos donde vais a montar el follón este año". "¿Qué follón?". Y tortazo. "¿Dónde están los demás de tu célula?". "¿Qué célula?". Y guantazo. Así hasta que pasaba el Primero de Mayo.

El hombre volvía a su casa. La mujer le recibía entre llantos. Y él callaba. Nada había dicho. No había delatado a nadie. Cuando se recuperaba, buscaba al perro. A su perro le había puesto por mal nombre Franco. Entonces empezaba su venganza. Perseguía al perro por la calle, gritando: "Franco, hijo de puta, cabrón, que te voy a matar...". La mujer le seguía llorando. Los falangistas, en el bar de la esquina, bebían vino tinto y hacían como que no le oían.La actividad del PCE se realizaba en las asociaciones de vecinos. Eran los años de las escisiones -finales de los 60, primeros 70-, Grimau había sido fusilado y caían como moscas viejos militantes que acaban de abandonar los presidios. El PCE se había ido fraccionando en organizaciones más o menos radicales: PC Internacional, Bandera Roja, Cuadernos Rojos, PCE-ml, FRAP... Los jóvenes cachorros comunistas, desorientados por los sucesos de Praga, hartos de una cúpula lejana y alejada de la lucha diaria que ya había asumido la política de reconciliación, buscaban otros caminos del comunismo.Y mientras en París el VIII Congreso aprobaba el abandono de la dictadura del proletariado, en los barrios urbanos de Madrid, en Vallecas, entre los barrizales de Palomeras, los viejos militantes mantenían frente a los jóvenes la más firme defensa de la ortodoxia de Moscú. Alfredo Marín, el pelo blanco, apoyado en su bastón intentaba convencer a los hermanos Corpa de que el FRAP era un dislate y de que había que seguir manteniendo las consignas que llegaban desde París. Y Antoñita, con los huesos machacados en las trincheras y en los penales, sufría una confusión y exigía que en la asocia ción de vecinos se impartieran claramente las instrucciones políticas a la comisión de agitación y propaganda. Y que se diera apoyo a los sindicalistas del proceso 1.001.

El PCE no trató bien a los que desde dentro mantuvieron la lucha. Los años de clandestinidad y detenciones dejaron una terrible secuela de desconfianzas y recelos. La simple sospecha de que alguien hubiera hablado era suficiente para el más tremendo ostracismo. Como con Eleuterio. Viejo comunista que se había arrastrado por campos de concentración y cárceles. Se decía que por él había caído su célula. Nunca se probó, pero nunca volvió a ser admitido en el tejido comunista.Anciano, con una enfermedad del pecho pillada en la humedad de las celdas, sin trabajo y sin pensión alguna, Eleuterio cuidaba a su suegra, inválida, y esperaba impaciente a que llegara su mujer de limpiar escaleras para echarse a las calles del barrio, hablando con unos y con otros, ofreciéndose para repartir la propaganda de la asociación, intentando siempre justificar a "la madre Rusia"."No lo entendéis, es que no lo entendéis, pero lo de Praga... en fin hay que verlo de otra manera. Pero la madre Rusia es la única que puede salvar al proletariado".

El partido. Sólo existía el partido. Era una religión a la que se servía con devoción y sin preguntas. Y mientras en los periódicos tímidamente se hablaba de los grandes nombres del comunismo, mientras Santiago Carrillo entraba y salía y preparaba su regreso definitivo a España, y Dolores Ibarruri esperaba en Moscú, los Primeros de Mayo la social pescaba al copo a decenas de militantes que ya habían dejado de ocultar su afiliación "Soy del Partido Comunista de España".

El Divino Hijoputa, como Gabrielón había bautizado al secreta que vigilaba el barrio, acudía religiosamente a misa de doce y tomaba buena nota de quienes acudían a la nave que era la Iglesia del Buen Pastor, donde Don Gabriel y Don Baldomero, cada domingo lanzaban prédicas incendiarias. Luego Gabrielón le rogaba al Divino en los interrogatorios que no le golpeara el riñón, que lo tenía delicado de un accidente en la mina. "Pégueme usted en cualquier parte, menos ahí", le pedía. Pero no le hacía mucho caso, claro.

En Vitoria, un 3 de marzo de 1976, miércoles de ceniza, la policía entra disparando en el interior de una iglesia donde se celebraba una asamblea obrera. Cinco muertos y numeroso heridos. Franco había muerto pero todavia sus nudos seguían atados. Y los comunistas seguían durmiendo en casas ajenas, organizaban a los vecinos por una vivienda digna, pasaban las noches imprimiendo en viejas vietnamitas octavillas llamando a la huelga y aseguraban, por lo bajo, que al año que viene cambiarían las cosas. Pero nunca cambiaban. En noche vieja, cargados de alcohol y nostalgia, cantaban, ya a grito pelado, La Internacional.Hasta que un día sí cambió todo. Un sábado de pasión del año del Señor de 1977, se legalizaba, por fin, el PCE. Y se produjo un curioso efecto. El viento de la historia barrió de las calles a los comunistas. Su vida y su lucha fue quedando arrinconada, ni siquiera recuerdo de otros tiempos. Llegaron hombres y mujeres jóvenes y partidos, de pronto, por fin resucitados. Y los viejos comunistas dejaron de estar en la clandestinidad. Nadie les dio las gracias.

Los comunistas. Muchos nunca pasarán a la historia. Aunque la hayan escrito letra a letra. Y ahora... pero eso, desgraciadamente, es otra historia.

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