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Tribuna:75 ANIVERSARIO DEL PCE
Tribuna
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¿Qué izquierda?

La conmemoración de la fecha fundacional del Partido Comunista de España da la oportunidad a los analistas de la actualidad política de cada día para hacer una reflexión acerca de lo que ha significado no sólo en el pasado, más o menos remoto, sino en el momento presente. Se trata, además, de un juicio obligado en uno de esos periodos de tiempo, condenados a una corta o larga espera, en los que cabe malgastar el tiempo en disputas menores o plantearse problemas de mayor enjundia y de posible mayor eficacia en un plazo largo. Todavía no acaban de estar claros los perfiles de la derecha española, aunque vamos avanzando en sentido positivo. Algo parecido -e incluso bastante más grave- cabe decir de esa Izquierda Unida que parece presentarse como una fórmula purificada o una especie de retorno a los orígenes.La historia del PCE es susceptible a una interpretación que nos remite a su pasado más inmediato y no a los orígenes. En realidad, el comunismo español tuvo hasta la guerra civil una trayectoria muy mediatizada desde el exterior porque su arraigo fue pequeño. Ello, a su vez, derivaba de que el socialismo, también poco desarrollado, no había hecho hasta el fondo la experiencia del reformismo. Hubo, por tanto, que esperar hasta los años treinta para que, en plena guerra civil y en antagonismo con ese hermano gemelo que era el fascismo, llegara a tener un papel fundamental. Sin embargo, convertir esos tiempos en heroicos y modélicos exigiría un olvido de las pruebas evidentes de barbarie que los militantes del partido -como los de tantos otros en ambos bandos- practicaron. Durante el largo periodo posterior a 1939, la vigencia e incluso la parcial hegemonía del PCE en los medios de oposición se explica por esa relación adversaria y, al mismo tiempo, complementaria con el régimen. De ella surgieron los malentendidos que luego tuvieron como consecuencia una auténtica diáspora en las filas del comunismo.Supongo que la afirmación con la que voy a seguir logrará el extraño privilegio de la discrepancia de los anticomunistas de siempre y los ex comunistas. A mi modo de ver, el periodo de la historia del PCE que hoy más justificadamente debe quedar en la memoria de sus militantes como motivo de orgullo es la transición a la democracia. Sin la colaboración comunista, más importante aun que la socialista, la transición no hubiera sido posible. Y, además, así fue en gran medida por la contribución de un dirigente, Santiago Carrillo, que ha concentrado sobre sus espaldas infinitos reproches, muchos de ellos muy justificados, pero al que, aunque resulte hoy poco popular el decirlo, hay que atribuirle una indudable grandeza. Cuando uno ha sido detenido y desnudado en una comisaría con el exclusivo objeto de humillarle, hay que reconocer que es un mérito convertirse en apóstol del consenso.

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Todo esto tiene que ver con la actualidad. Julio Anguita combina una capacidad pedagógica, cuyo simplismo nos produce a algunos una profunda irritación, con una habilidad con la daga para eliminar contrincantes que ya hubiera querido para sí el conde de Romanones, y unas apelaciones a una izquierda purificada y vuelta a sus esencias que puede ser muy eficaz en términos electorales. Pero ha congelado una evolución que se ha dado en otras latitudes e incluso ha dado una vuelta hacia atrás. Ahora le jalea incluso la derecha porque le quita los votos al PSOE y se confía en que, cuando los tenga, tenderá a moderarse. Lo malo es que engorda así -y eso a medio plazo puede ser muy destructivo- una opción que no se ha enterado de lo que pasó en el mundo en 1989. Recuérdese lo que escribe Furet, él mismo ex comunista, en Le passé d´une illusion. De la experiencia del comunismo en la URSS no ha quedado ni tan sólo una idea: todo es una gigantesca tabla rasa sobre la que hay que empezar a construir. La revolución de 1917 fue simple, lisa y llanamente un camino que los humanos empezaron a recorrer, pero que no tenía salida. Practicar la nostalgia respecto de esa ilusión es suicida para uno mismo y gravemente peligroso para todos. A la altura del fin de siglo sólo tiene sentido una vía socialdemócrata, por supuesto sin el género de escándalos a los que nos ha acostumbrado en España. Se decía, en otro tiempo, que la batalla final tendría lugar entre comunistas y ex comunistas. No es así. En ella estarán tan sólo los que hayan olvidado tanto el comunismo para ni tan siquiera ser anticomunistas.

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