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¿Tienen espejo los baños del hotel San Gil de Sevilla?

Juan Arias

El hotel San Gil de Sevilla, cercano a la Macarena, había sido calificado por la Guía de la buena vida de EL PAÍS, el 15 de mayo de 1994, como uno de los hoteles "más elegantes de Sevilla", con una puntuación 8, con lo que entró en la sección del cuadro de honor de los mejores hoteles. Se confirmaba así el juicio que ya había aparecido en la misma guía de fecha 18 de abril de 1993. Y ahora, la nueva edición, repartida con el diario el pasado día 7, ratificaba dicho juicio positivo, catalogando el hotel entre los "cien mejores edificios sevillanos" y afirmando que sus habitaciones "están bien equipadas, con camas amplias y confortables y cuartos de baño en mármol blanco".Pero, justo dos días más tarde, el pasado día 9, en el suplemento dominical, nuestro crítico hotelero, Fernando Gallardo, autor también de las guías citadas, sorprendió a la propiedad del hotel y a los lectores al afirmar en una nueva crítica, aparecida esta vez bajo su firma en el suplemento dominical, que en dicho hotel, "por desgracia, el espacio reservado a los huéspedes -la mitad en dúplex- no puede ser más horroroso: suelos fríos y desnudos, de mármol blanco, con el pomo afilado; colchas y cortinas en verde chillón; cuartos de baño sin espejos, pobres en cosmética de aseo". Y añadía: "Demasiados despropósitos para unas instalaciones pensadas con sentido utilitario".

Chantal Daunis, directora del hotel, se ha dirigido al periódico preguntándose: "¿Cómo puede el mismo medio de comunicación calificarnos como uno de los hoteles más deslumbrantes y elegantes de Sevilla, por el equipamiento de nuestras habitaciones y el cúmulo de nuestro servicio, y dos días después afirmar que nuestras habitaciones no pueden ser más horrorosas? ¿Por qué afirma el crítico que el hotel tiene restaurante cuando no es cierto? ¿En qué cabeza cabe que un hotel tan alabado pueda carecer de espejo en los baños de las habitaciones?".

Chantal asegura que no sólo todos los baños tienen un gran espejo empotrado, sino que algunas habitaciones cuentan también con una ventana de espejos y que las puertas de los armarios de las habitaciones tienen espejos de dos metros de altura, hasta el, punto que hay quien ha apellidado al hotel "la casa de los espejos".

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Por todo ello, la directora del hotel ha acudido al Defensor del Lector diciendo: "Le agradeceríamos tuviera en cuenta el daño social y comercial que esto nos está ocasionando, ya que empezamos a tener anulaciones de clientes que aún no nos conocen y que se han dejado influenciar por el artículo de su periódico".

El conflicto entre el hotel San Gil y nuestro crítico hotelero repropone el problema de la autonomía y libertad de un crítico de periódico. En realidad, el crítico ofrece "su opinión" sobre una obra de arte, sea ésta una película, un cuadro, un concierto, una obra teatral, un restaurante o un hotel. Y en el campo de la opinión, sus juicios son intocables y no pueden ser alterados. Otra cosa es si en dicha crítica se mezclaran elementos de información que pudieran resultar falsos, en cuyo caso sí estaría obligada la publicación a intervenir en beneficio de los presuntos perjudicados.

Por poner un ejemplo, un crítico musical puede opinar lo que le parezca sobre la actuación de una orquesta. Y el diario debe respetar su juicio. Lo que no podría el crítico es decir que se había interpretado una pieza de Beethoven si se hubiese tratado de Bach.

En el caso que nos ocupa, según la directora y la propietaria del hotel, con quienes el Defensor del Lector ha mantenido diversas conversaciones, el crítico habría falseado los hechos, lo que les ha creado daños comerciales y de imagen. Pero ¿qué responde a estas críticas el autor del artículo?

Fernando Gallardo, crítico hotelero apreciado de este diario desde hace cinco años, interpelado por este departamento, admite "haber cargado un poco las tintas sobre los defectos observados en el espacio reservado a los huéspedes del hotel". Y añade: "En tono crítico quería con ello dar a entender que las habitaciones y los cuartos de baño provocan cierta decepción en un edificio de mucho valor histórico, catalogado entre los cien mejores de Sevilla y cuya rehabilitación yo mismo he calificado, en el mismo texto, de admirable. Pero me siguen pareciendo dichas habitaciones y dichos cuartos de baño unos lugares fríos y desnudos, de mármol pretencioso".

En cuanto a atribuir al hotel un restaurante que no posee, Gallardo reconoce que "efectivamente se deslizó un error en la ficha técnica que acompaña el comentario sobre el hotel, quizás por utilizar una plantilla indebida en el procesador de textos informáticos".

El misterio continúa

Y por último, el punto de mayor polémica: ¿tienen o no espejos los baños de las habitaciones? El crítico responde: "Según mis notas, la habitación 105, que ocupé de estricto incógnito, como acostumbro a presentarme en todos los hoteles objeto de crítica, tenia por única superficie reflectante una modesta ventana de cuadros en la que mirarse a imagen partida. O sea, un espejo incómodo a pesar de lo ocurrente. Espoleado por el rigor profesional y la persecución de una Información veraz, viajé de nuevo a Sevilla para comprobar que lo anotado aquel día de febrero era correcto y no fruto de una alucinación. En presencia de la directora del establecimiento -y esta vez sí dándome a conocer- he podido inspeccionar el miércoles pasado cuatro habitaciones diferentes dotadas, efectivamente, con espejos de gran tamaño empotrados en los cuartos de baño. Y es verdad que del texto publicado en El País Semanal se colige que todos los cuartos de baño carecen de espejos. Una equivocación que, sin duda, asumo".Sin embargo, Gallardo se quedó sin poder cerciorarse si en la habitación 105, en la que había pernoctado en febrero' pasado, había también espejo o había sufrido una alucinación, porque no le permitieron entrar en dicho cuarto. Interpelada la directora del hotel, Chantal Daunis, por el Defensor del Lector, explicó que la fatalidad había hecho que dicho cuarto estuviera ocupado "por una señora que se había enfermado de colitis" y que no iba a hacer entrar en ella a un extraño al hotel. Y añadió: "En cuanto la enferma abandone el hotel, ustedes podrán venir a inspeccionarla". Como ven, el misterio del espejo de la 105 del San Gil sigue en pie, vivito y coleando.

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