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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Viejos tonos del Kremlin

LOS PREPARATIVOs del viaje del presidente Clinton a Moscú en los primeros días del próximo mes de mayo chocan con crecientes dificultades. Las relaciones entre Washington y Moscú no sólo han salido de la luna de miel, están posiblemente en el peor momento desde hace bastantes años. Aún falta un mes para la cumbre de Clinton con Yeltsin, al margen de las ceremonias del 50 aniversario de la victoria sobre la Alemania nazi. Pero dos miembros del Gobierno de Clinton ya han podido comprobar en encuentros con sus colegas rusos el cambio de tono de las autoridades del Kremlin y ciertas dosis de agresividad que se creían enterradas.Son varias las cuestiones en las que el conflicto parece inevitable y de muy difícil solución antes de los actos de Moscú. Por un lado está la decisión rusa de vender cuatro reactores nucleares a Irán., que es interpretada por EE UU como una eventual ayuda para los planes iraníes de crear su propia fuerza nuclear. Pero de especial relevancia para Europa es la renovada radicalidad del rechazo de Moscú a la ampliación de la OTAN con la integración en la Alianza de varios países centroeuropeos que fueron miembros del Pacto de Varsovia, satélites de lo que era entonces la Unión Soviética.

La cuestión reviste una importancia considerable para la OTAN en sí, pero. son los candidatos al ingreso los que consideran absolutamente vital para su seguridad la pertenencia a la Alianza Atlántica. Las reservas o incluso la oposición de Rusia a que una alianza creada en su día como adversario declarado se amplíe hasta sus propias fronteras por el ingreso en la misma de nuevos países son comprensibles y la OTAN tiene que hacer esfuerzos por desmontarlas por medio de acuerdos y mecanismos de seguridad con Rusia. Pero el tono con que Rusia está haciendo notar su oposición a que países hoy por fin nuevamente soberanos puedan ingresar voluntariamente en la alianza comienza a sonar a tiempos pasados.

Y en el encuentro que acaban de celebrar en Moscú, el secretario de Defensa norteamericano debió quedar muy desagradablemente sorprendido, tanto por el tono como por el contenido del mensaje del ministro Grachov. Este advirtió que Rusia está estudiando no cumplir, o mejor dicho, violar los acuerdos para la reducción de armamento convencional en caso de que la ampliación de la OTAN se lleve a cabo. Aquí ya no se está pidiendo comprensión y colaboración para un sistema de seguridad común. Las palabras de Grachov son, ni más ni menos, una amenaza a la OTAN y, ante todo, a sus vecinos. Es un paso de extrema gravedad, no el único, pero sí el más claro indicio de que la política exterior rusa está adoptando un curso peligroso. Es un retorno a los métodos de chantaje que la URSS empleaba en sus peores momentos y que alimentaron la guerra fría. Esta amenaza afecta a todos los países europeos que firmaron dicho tratado de desarme. Si se llevase a cabo, significaría enterrar los serios esfuerzos que todos han hecho en esta última década para reducir de forma sustancial el armamento en este continente.

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El ejercicio de la recobrada soberanía por parte de algunos países centroeuropeos para integrarse en la organización que deseen no libera a Rusia de los compromisos adquiridos para el desmantelamiento del armamento convencional claramente especificado en los acuerdos de Viena. Y las amenazas del tipo de las ahora formuladas por Grachov no hacen sino incrementar la inquietud de los vecinos de Rusia e intensificar sus ansias de verse bajo el paraguas protector de la OTAN.

Y si el retorno a este lenguaje y al recurso de la amenaza va acompañado de operaciones militares como la invasión de Chechenia y una retórica nacionalista agresiva en Moscú, no debe extrañar que la preocupación se extienda también a los países de la OTAN no tan cercanos a las fronteras rusas.

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