Privilegio
¿Hablar de corrupción, de torturas, de despojos calcinados? Nunca en domingo. Por pedir un poco de calma, por exigir esta mínima tregua, puedo ser acusado de colaborar con la miseria del Gobierno, pero insisto: el domingo lo hizo Dios para descansar. No hay oficio más duro que tener que soportar un escándalo diario, empezando por desayunar con un crimen de Estado cada mañana. Eso es mucho peor que trabajar en la mina, puesto que no se trata s lo de llevar en la mente durante toda la semana una bolsa de basura política; ahora también hay que arrastrar algunos cadáveres torturados por unas ratas de cloaca. Este peso es excesivo para la mayoría de los ciudadanos. Aun a riesgo de pasar por colaboracionista, me atrevo a insinuar que las bombas de achique del pozo negro deberían cumplir el precepto dominical. Si es cierto que algunos periódicos preservaron la noticia del descubrimiento de los esqueletos de los etarras calcinados para que la boda de una Infanta se deslizara con todo esplendor sobre nuestra ignorancia y sólo dieron la noticia después de la fiesta, yo reclamo para mí un privilegio parecido. Exijo que el domingo sea un día limpio. Quiero dedicarlo a bostezar y a rascarme la espalda por debajo del pijama sin culpa ni inmundicia alguna. Se acerca Semana Santa. Los huesos de dos jóvenes vascos torturados se van a convertir en el Paso más terrible de esta procesión que desde hace tiempo está cruzando la España negra. Sólo pido un día azul a la semana para poder pensar que la cal es maravillosa en las paredes blancas del sur; un día para escuchar a Mozart mientras se hacen las tostadas e imaginar de nuevo aquellos tiempos en que éramos limpios y creíamos que la belleza iría por siempre unida a la ética. Sueño que el domingo podríamos ir a bañarnos puros y libres, cada uno a su bahía interior, sin un bagaje de crímenes ni de miseria política. Ese día de descanso habría que repetir: el cielo es azul, el mar es azul, el café huele bien, quiero ser feliz. Y el lunes, otra vez duro con ellos.
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