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Los Quince culpan al dólar de la crisis monetario y emplazan al FMI y al G-7 a encontrar la solución

Xavier Vidal-Folch

XAVIER VIDAL-FOLCH La crisis monetaria europea viene del exterior. La culpa está en la debilidad del dólar. Este diagnóstico del ministro francés, Edmond Alphandéry, fue compartido ayer por todos sus colegas en el Consejo de Economía y Finanzas (Ecofin) de la Unión Europea (UE). Pero sólo él, entre los ministros europeos que también forman parte del Grupo de los siete países más ricos del mundo (G-7), se comprometió a sacar las consecuencias prácticas del análisis: llevará la crisis monetaria a las reuniones del FMI y del G-7, buscando, como pidió el presidente de la Comisión, Jacques Santer, la coordinación internacional. Un largo plazo en el que muchas cosas pueden suceder: las reuniones están convocadas !para finales de abril!.

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Las perturbaciones del Sistema Monetario Europeo (SME) vienen. esencialmente del exterior, son consecuencia de la manifiesta infravaloración del dólar, que repercute en el marco [al alza], y en las otras monedas [a la baja], provocando que no reflejen los datos fundamentales de las economías europeas". Este diagnóstico-resumen de Alphandéry, como presidente de turno del Ecofin, fue calcado al de su colega belga y presidente del Comité Interino del FMI, Phillipe Maystadt; y al del español, Pedro Solbes, entre otros.

Pero al pasar del diagnóstico a las recetas, Alphandéry hizo hincapié en que hablaba a título de ministro francés y no de presidente de turno. Defendió que la solución de las turbulencias europeas desborda a la UE. "Corresponde al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al Grupo de los Siete (G-7) ocuparse profundamente de esta cuestión", dijo, en parecida línea a la sostenida el domingo en Carcasona por el presidente de la Comisión, Jacques Santer.

Polémico enfoque

"Todos ustedes comprenderán por qué hablo a título personal", dijo Alphandéry. Porque los miembros de la UE más partidarios de una coordinación internacional (como Bélgica, y, algo más escéptica, España) no forman parte del G-7, club que acoge a EEUU, Canadá, Alemania, Japón, Francia, Italia y Reino Unido). Y Alemania y el Reino Unido no ven con entusiasmo, por el momento, este enfoque.

El secretario de Estado alemán Juergen Stark -ni siquiera vino el ministro- se mostró desdeñoso diciendo que "los socios del G-7 ya son adultos para saber qué deben hacer". Y el canciller del Exchequer, Kenneth Clarke, estuvo de acuerdo en que el Comité Interino del FMI discuta en su sesión de finales de abril el estudio sobre "el reforzamiento de la vigilancia multilateal para luchar contra la inestabilidad cambiaría", como propuso Alpliandéry. Pero se manifestó radicalmente en contra de que el G-7 emprenda una estrategia de "intervenciones concertadas" sobre los mercados monetarios, como ocurrió a partir de las reuniones del Hotel Plaza (en 1985) y del Louvre, que se revelarían ahora casi inútiles, en su opinión, al chocar con las invencibles fuerzas del mercado.

La escasa solemnidad con que el asunto se introduce en el G-7 -a través de uno de sus miembros y a sugerencia de la Comisión, pero no a petición formal de los Quince- revela un alto escepticismo sobre la eficacia de la reunión del selecto club. Las turbulencias acabarán cuando se fortalezca el dólar, piensan todos, pero también muchos desconfían de que Washington esté dispuesto a tomar esa decisión porque arruinaría más aún a su socio mexicano y su patio trasero latinoamericano, y perjudicaría a sus renacientes exportaciones a Japón.

En estas condiciones nadie se atrevió a poner el cascabel al gato. "Nadie propone una convocatoria urgente porque es dinamita pura", comentó un experto comunitario. Si se celebrase una solemne reunión del G-7, sin mediar el acuerdo de los norteamericanos para intervenir en favor de, su moneda (mediante alzas de los tipos de interés) y no se produjesen resultados sustanciales, se introduciría aún más confusión en los mercados.La otra solución teórica para Europa, que tampoco nadie se atrevió a pedir en voz alta, sería revaluar el marco alemán. Tiene tres inconvenientes: el primero y principal, que Alemania se niega en redondo para no obstaculizar más aún sus exportaciones y por su tradicional apego a la estabilidad cambiaría. El segundo es la oposición de Francia, cuya opinión pública percibiría claramente -y con acierto, en un período electoral- ese reajuste de la paridad alemana como una devaluación del franco. El tercero es que arrastraría automáticamente a las monedas de su área, como el florín holandés y el franco luxemburgués. Pero este último forma moneda común con el franco belga, y éste no podría seguirles en su ascenso, dados los peores datos macro de la economía belga.

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