Vergüenza ajena
Quien esto firma confiesa, de entrada, la considerable admiración que le ha provocado siempre la carrera cinematográfica de Agnes Varda. Desde sus primeros pinitos junto a los chicos de la nouvelle vague, e incluso antes, esta madre e hija del nuevo cine de los sesenta ha construido una filmografía dominada por la más insobornable independencia, siempre con el punto de mira listo para disparar sobre lo que creyese oportuno. Y sin olvidar nunca que es un a mujer cineasta, con una sensibilidad para reivindicar -Cleo de 5 á 7-, para indignarse -Sin techo ni ley-, incluso pata pasarse de rosca -Unacanta, la otra no-.Lo que no ya sorprende, sino que literalmente descoloca, a la hora de ver Las cien y una noches es dónde habrán ido a parar las virtudes del cine que otrora practicó Varda. Y no hablo de un pasado lejano: Jacquot de Nantes, su filme anterior, una sentida despedida fílmica por su ex marido muerto, Jacques Deimy, es casi una obra maestra. ¿Qué ha pretendido hacer con éste, el encargo que le hizo la comisión francesa del centenario del cine? ¿Una reivindicación naif de la memoria fílmica? ¿Una broma inocente sobre los achaques del cine, Monsieur Cinéma, encamado por un Michel Piccoli al que no hay derecho haberle metido en una encerrona así? ¿Una introducción, a lo Godard, de "una verdadera historia del cine"? ¿Qué, en suma?
Les cent et une nuits
Dirección: Agnes Varda. Guión:A. Varda y Valentine Sentier-Devos. Fotografia: Eric Gautier. Francia-Gran Bretaña, 1995. Intérpretes: Michel Piccoli, Marcello Mastroianni, Julie Gayet, Henri Garcin. Con la colaboración de Robert de Niro, Jean-Paul Belmondo, Sandrine Bonnaire, Alain Delon, Gérard Depardieu, Jeanne Moreau, Hanna Schygulla, Gina Lollobrigida, Ariella Dombasle. Estreno en Madrid: cine Madrid.
O bien todo, o más bien nada: el filme del pomposo y florón centenarío galo de un invento a la postre estadounidense es literalmente nada, lo que equivale a decir que está a años luz del imaginativo homenaje que podríamos esperar. Porque si por imaginación entendemos que los hermanos Lumiére aparezcan, cada vez que se les invoca, cogiditos de la mano cual Fernández y Fernández e iluminados por lucecitas, por aquello de la luz-lumiére... ¿me siguen? -y es un ejemplo, sólo uno tomado al azar de centenares de ellos-; si por imaginación se entiende el guiño impúdico al cinéfilo, entonces es un portento, un dechado de imaginación.Recurso de principiantes
Pero si, en un esfuerzo de voluntad, se analiza el filme intentando, encontrar su lógica interna, vana tarea; entonces las caprichosas disquisiciones de Monsieur Cinéma sobre la historia del medio no son más que eso, caprichosas disertaciones para reconfortar en su saber a los que ya las saben y asombrar a quienes las desconocen: un recurso de principiantes.
Pateado en Berlín, abominado por la crítica en el reciente Hivem de Pel·lícula de Barcelona, Las cien... sería sólo un pésimo filme, un tropezón vergonzante en la carrera de una mujer que se tira siempre sin paracaídas. Pero es que hay algo más: por primera vez en su cine, lo que por aquí asoma es un narcisismo imprevisto, una falta de modestia sorprendente y una escandalosa falta de ecuanimidad a la hora de poner en imágenes la propia "historia del cine desde el punto de vista de una mujer consciente". Porque, asómbrese el lector, para la señora Varda no hay más cineasta mujer que ella, y tiene el descaro de autocitarse por lo menos tres veces, más que Chaplin, Welles y tutti quanti a costa de otras tantas películas suyas. Eso se llama pedanttería.
Babelia
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