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El camino del agua

Antonio Elorza

Es un viejo recurso. Cuando las cosas van mal, la culpa recae sobre quienes hacen públicas las malas noticias. En los días no lejanos en que el Gobierno afirmaba el éxito de su lucha contra la corrupción, con Roldán huido y Rubio encarcelado, toda actitud de desconfianza encajaba en la calificación peyorativa de cultura de la sospecha. Ahora, al haberse metido de nuevo Felipe González y sus seguidores en una serie de malditos embrollos, vuelve la' cantinela de que los responsables efectivos son quienes practican "un periodismo apocalíptico" (sic) y se limitan a buscar el escándalo frente a la merecida tranquilidad de que debe disfrutar el ciudadano en una democracia. Así que la culpa recae sobre ese clima enrarecido, agónico, que presentan comentaristas de prensa y tertulianos a la violeta, según nos cuenta un m as que notable historiador del Derecho. Es un espectáculo, nos dice, que empieza a cansar.De acuerdo que cansa. Pero el espectáculo no lo crean los periodistas, sino una y otra vez Felipe González, su Gobierno y su partido. Y lo verdaderamente insensato sería cerrar los ojos ante cuanto está pasando. Recapitulemos: insinuaciones calumniosas vertidas por Felipe González sobre el procedimiento seguido en el caso GAL, presentado como conspiración, en sintonía con uno de los detenidos; TVE como plataforma pública para que este detenido vuelque cuantas acusaciones quiera sobre el juez; sede del partido que se convierte en marco de la conferencia no menos acusatoria de Barrionuevo y Corcuera; general-asesor que justifica la guerra sucia y, para rematar los despropósitos, la esperpéntica captura de Roldán. No hace falta ser un experto para tomar en consideración la posibilidad de que el Ejecutivo pudiera estar vulnerando el marco constitucional, como verosímilmente lo hizo en el caso GAL, e introduciendo una degradación cada vez más profunda en las relaciones entre los poderes del Estado.

Así que no es una cuestión de clima. Es una cuestión de democracia. En este mismo diario, al informar sobre el malestar del Gobierno ante la actitud del fiscal general del Estado, se daba como una de las razones que no previno a aquél en el encarcelamiento de SancrIstóbal y, por ello, no le permitió preparar "su estrategia". Lo cual equivale a reconocer al Gobierno una beligerancia ante los procedimientos judiciales, ya que tiene una estrategia que va elaborando según van las cosas. Y no es un juicio temerario del periodista. Desde las exculpaciones anticipadas de Vera y sus subordinados por parte de miembros del Gobierno y dirigentes del PSOE a, lo que es peor, la justificación indirecta de una posible responsabilidad por el carácter supuestamente heroico de la lucha anti-ETA, lo que ha tenido lugar es el acoso a un juez -con complicidades sorprendentes por parte de quienes debieran encarar tales hechos por su propia condición de magistrados- y, como complemento, una incitación a que la opinión pública se sitúe como cómplice de unos hechos criminales cometidos "en el borde exterior" de la ley.

La estrategia ha consistido en una acción en cascada, incidiendo sobre la opinión con declaraciones permanentes en tomo al caso, siempre con las dos consignas citadas, expuestas con unas u otras palabras, por Rubalcaba, Leguina ' Almunia, Sáenz de Santamaría, Serra y quien viniese a cuento. Por mi parte, pienso que si bien con ello lograron enrocar a la opinión ya ganada por el PSOE, los resultados hubieran sido, no sólo respetuosos de la ley, sino más eficaces, guardando el debido silencio. Aznar no es demasiado ocurrente y en cuanto habla, Amedo, como Rafael Vera, produce escalofríos. Pero de dejar hacer, como Balladur en Francia, aquí nada. ¿Cabe entonces extrañarse de que si el Gobierno siembra ruidos, los medios de opinión los amplifiquen?

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La culminación de lo anterior ha sido el juego de triunfalismo y silencios culpables por parte del ministro Belloch en el asunto Roldán. ¿Quién montó el espectáculo y trató de blanquear de un golpe todas las manchas que recaían sobre el Gobierno? Cuando esto escribo, aún no ha terminado la ceremonia de validación en Laos, y, por consiguiente, es pronto para conocer los niveles de responsabilidad en el fraude, pero lo cierto es que la democracia le debe, una vez más, a la prensa haber destapado una olla podrida que por el Gobierno hubiera podido destruir las actuaciones judiciales, al no haberse observado las más mínimas garantías en ninguno de los pasos de la supuesta captura. Lo importante no es que Roldán se encuentre aquí y en la cárcel; lo importante es que sea juzgado conforme a derecho, sin que pueda escabullirse por las puertas que le ha abierto la actuación del ministerio.

En consecuencia, no cabe la política del avestruz que, a mi entender, representan los diferentes intentos de reconciliación de la izquierda (¿es izquierda el PSOE de González?) saltando por encima de la realidad. El problema no es que Aznar gane las municipales, ni siquiera unas parlamentarias celebradas luego. Lo esencial es hoy salir de este atolladero, salvando la independencia judicial y exigiendo las responsabilidades del Gobierno, porque de otro modo no sólo va a hundirse la peseta, sino la credibilidad del régimen democrático, y esto es un precio algo exagerado para mantener a Felipe González en el poder. Nuestra clase política y el propio PSOE disponen de hombres que han sido en estos años buenos gestores y que perfectamente pueden salvar la situación de cara al futuro. Por supuesto, entre ellos no pueden figurar Alfonso Guerra ni otros, cuyos nombres están en la mente de todos, al ser los responsables directos de la crisis actual. Lo peor en cualquier caso es hacer piña en torno a quienes están llevando al PSOE a una situación similar a la que provocara Craxi en Italia.

Asumir el riesgo es la única salida para evitar precisamente una larga etapa de Gobierno "popular". Una salida que cada día se hace más difícil y costosa. Pero, como nos recuerda el proverbio vasco, "urak egin du bidéak", el agua acaba abriéndose camino. Y mejor canalizarla racionalmente, según recomendara Maquiavelo, que ignorar la crecida y verse a la postre anegado por ella.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.

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