Singular reajuste
No son poco relevantes los factores que singularizan la actual crisis del Sistema Monterio Europeo (SME) a la que se le ha tratado de buscar solución mediante un nuevo realineamiento de los tipos de cambio centrales, que ha supuesto la devaluación de la peseta y del escudo portugués en un 7% y un 3,5%. Se trata del primer reajuste de esa nueva época en la disciplina cambiaría intracomunitaria que se inicia el 2 de agosto de 1993 cuando, ante la renovación de presiones especulativas, los ministros de Finanzas deciden la ampliación de las bandas de fluctuación de las monedas que formaban parte del mecanismo de cambios al 15%, desde el 2,25% en que estaba situado el margen máximo para la mayoría de las divisas. No dejaba de ser paradójico que un área de estabilidad cambiaria, con pretensiones de servir de plataforma para la transición a la tercera y definitiva fase de la Unión Económica y Monetaria (a la disposición de la moneda única) relajara hasta tal punto sus exigencias disciplinarias.El segundo conjunto de consideraciones que diferencian esta crisis de las precedentes se refiere a sus causas últimas. En la depreciación que durante las últimas semanas estaban experimentando algunas monedas europeas y, particularmente, la peseta, no inicidían tanto indicadores o expectativas expresivas de un deterioro de los fundamentos económicos como del registrado en las condiciones políticas internas, definidoras de una evidente prima de riesgo. Esas alteraciones en las expectativas políticas pueden, en efecto, haber condicionado las correspondientes a las posibilidades efectivas de convergencia nominal de algunas economías e, incluso, en la capacidad de llevar a cabo las reformas estructurales, necesarias en muchas de ellas.
Con todo, ese planteamiento hacia posiciones más seguras, fundamentalmente denominadas en marcos alemanes, no hubiera sido tan intenso de no haber estado impulsado por la intensa depreciación del dólar estadounidense, que le ha llevado a cotizar en nuevos mínimos históricos frente a la moneda alemana y al yen japonés. La intensidad y persistencia de esa depreciación excede a la determinación que la crisis de México puede haber tenido sobre las expectativas de la economía americana, o a la percepción de un cierto agotamiento de su fase expansiva, y llega a cuestionar directamente la correspondencia que hoy existe entre el papel desempeñado por esa moneda y el peso específico de su economía en el concierto económico mundial. Si es cierto que no es la primera ocasión en el que SME es tributario de la inestabilidad del dólar, no lo es menos que nunca como hasta ahora había resultado tan explícita esa alteración en las preferencias de los operadores en los mercados financieros, hasta el punto de cuestionar profundamente la distribución en la localización de los flujos de capital hasta ahora existentes.
De persistir esa oferta de dólares contra marcos alemanes, el SME habrá de afrontar próximos episodios de tensión, que podrían centrarse, más intensamente de lo que lo han hecho en estas últimas jornadas, en monedas no tan periféricas como podría ser el caso francés. No es probable, en todo caso, que las autoridades alemanas se muestren cómodas con esa apreciación de su moneda a juzgar por el impacto que sin duda ejercerá sobre la competitividad exterior de esa economía y que que explicaría la decidida oposición a una revaluación de su moneda en el seno de de la parrilla de paridades del SME. La sensibilidad preelectoral de las autoridades francesas habrían encontrado en esta ocasión un aliado en esa defensa del tipo de cambio central vigente. Rasgos nuevos, en definitiva, que además de singularizar esta crisis cambiaría no permiten darla por cerrada limitando su alcance a las fronteras de la Península Ibérica en que el Comité Monetario de la Unión Europea ha tratado de situarlo formalmente.
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