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Una cuestión de profesión

Las recientes y espectaculares deserciones de la actividad política de dos magistrados, hasta hace poco diputados a Cortes, invita a la reflexión sobre la naturaleza de la actividad política y de las relaciones de los intelectuales, profesionales o independientes con el poder.El problema de fondo en la participación de los intelectuales en el poder se deriva de la distinta naturaleza de la política y de la tarea intelectual. El político busca el poder y forma parte de lo que Mosca y Pareto definieron como clase política. Un político, como un empresario y tantas otras profesiones, tarda años en comprender y desarrollar las múltiples facetas de la acción política (el debate, la representación y defensa de intereses, el discurso, los modernos medios de comunicación, etcétera). Por otra parte, el intelectual que irrumpe en la política tiene que adaptarse a una nueva profesión y se tiene que poner al servicio de un fin político, a través de un partido, en una monarquía parlamentaria.

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En otras palabras, el intelectual, como cualquier otro ciudadano, puede participar en política, pero tiene que convertirse en político, anteponer su nueva condición de político a la de intelectual. Si para un intelectual lo esencial es la búsqueda de la verdad absoluta, para un político lo importante son valores y principios y el permanente contraste de su programa político con la realidad y, por tanto, sometido al cambio y adaptable a cada época y circunstancia.

En España, la influencia de los intelectuales, considerados como chamanes, al margen de la política pero muy influyentes en la opinión y en el poder, no fue destacada hasta los años veinte y treinta del siglo XX. Por el contrario, esa influencia no se produjo en el siglo XIX español. Desde 1834 lo mejor de la clase política generada en las Cortes de Cádiz y en la constitución del régimen liberal aseguraron una larga época de parlamenta7rismo y libertad, en medio de grandes dificultades militares y económicas.

En la historia reciente de España, la irrupción de la influencia política de los intelectuales, literatos, profesionales (Ortega, Azaña, Marañón) se produce en 1923, con la dictadura de Primo de Rivera. Primo disolvió a la clase política de la Restauración, condujo a Alfonso XIII al exilio y produjo un vacío político que ocuparon los intelectuales y profesionales liberales como protagonistas de la acción política, en la Segunda República, en 1931. Aquella República, llamada con razón "de los intelectuales", fue una demostración de los costes de la improvisación de una nueva clase política, de su sustitución por independientes, intelectuales y profesionales.

A diferencia de los políticos profesionales de la Restauración, que eran especialistas en la transacción y buenos conocedores del peso de la realidad y de la tradición, la nueva clase política republicana de profesionales e intelectuales intentó crear, en 1931, un régimen político ex novo y, en gran medida, en contra de una buena parte de la opinión del país, en particular de los católicos. Sin duda no es éste el lugar para analizar en su conjunto la dramática experiencia final de los años treinta. Pero lo que sí me interesa destacar es que, cuando se reinaugura en España, en 1977, una nueva experiencia política democrática con la transición, los políticos profesionales que la protagonizaron, muchos de ellos con una sólida formación intelectual, tuvieron muy presente las enseñanzas de la historia. Y así, a diferencia de 1931, en 1987 prevaleció el deseo de hacer una Constitución para todos los españoles sin exclusiones. Otro resultado de la experiencia de 1931 fue la decisión de no contar con los intelectuales puros en toda la operación de la transición. Quizás por ello la Constitución de 1978 ha permitido el segundo periodo más largo de libertad y estabilidad después de los cincuenta largos años de vigencia de la Constitución de 1876.

En la moderna política democrática un partido se parece mucho a una empresa de servicios que compite en un "mercado electoral" por una porción o cuota del electorado. En España todavía no hemos llegado al extremo de seleccionar a algunos candidatos a través de anuncios de prensa, como en Alemania, pero esto es algo que provisionalmente puede ocurrir en breve plazo. Es decir, en la lucha política por ampliar la cuota electoral, los partidos están interesados en atraer e incorporar a buenos profesionales e independientes a la política (mucho más fácil en las, responsabilidades ejecutivas que en la tarea parlamentaria), y esto es sin duda muestra de normalidad y de competencia política.

En la España de 1995, el retorno de dos magistrados independientes a la Audiencia Nacional ha supuesto un elemento añadido de tensión en la vida política. Da la sensación de que el presidente González se debate enre el síndrome de Nixon con el Watergate -"no sabía nada"- y el de Luis XV -"después de mí, el diluvio"- El empecinamiento del presidente del Gobierno en no dar una salida política a la crisis que atraviesa el Gobierno amenaza el futuro del partido socialista y al conjunto del sistema. Desde el punto de vista de la estabilidad democrática, lo que sería grave es que la prolongación de la profunda crisis política del Gobierno socialista nos condujera a una crisis generalizada de las instituciones democráticas.

es secretario de formación del Partido Popular.

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