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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Narciso y la cámara

Presentada en la pasada edición del Festival de Cannes, donde la propinaron un sonoro varapalo prácticamente desde todos los frentes, ¡Mala fama! es un ejercicio de narcisismo superlativo, la invitación a hacer partícipe al público de los problemas que tiene con su ego y con un álter ego el aquí casi desconocido Michel Blanc -su único papel destacado sigue siendo, al menos entre nosotros, la notable caracterización de Mr. Hire-, ídolo cinematográfico y televisivo allende los Pirineos.Problemas que afectan, ante todo, a sus terrores ocultos, pesadillas razonablemente kafkianas que adquieren aquí consistencia de guión: qué le puede ocurrir a un famoso que tiene un doble que le le parece como una gota de agua a otra. Y que le amarga la vida.

¡Mala fama!

Dirección y guión: Michel Blane.Producción: Gaumont-Le Studio Canal +. Francia, 1994. Intérpretes: Michel Blanc, Carole Bouquet, Philippe Noiret. Estreno en Madrid: Plaza Aluche.

Gloria nacional

Con la ayuda inestimable de la hermosa, inmarcesible Carole Bouquet, otra gloria nacional gala, Blanc se marca un filme que tiene una idea inteligente ¿y si Blanc no fuera Blanc, sino otro que le sustituye, que se dedica a birlar limpiamente dinero a cualquier incauto, se pirra por sobar a cuanta actriz conocida le sale al paso e incluso, hay que ver, viola a Josy Balasko?- y casi nada más. Una idea, dicho sea de paso, que hubiese dado para un cortometraje medianamente gracioso, pero que aquí se estira hasta adquirir la consistencia de una pesadilla, esta vez no suya, sino nuestra: los 80 minutos del filme se convierten en pura egolatría, el registro es siempre monocorde, la falta de pudor de Blanc a la hora de convertirse en norte y referencia de un filme en el que casi todo el mundo responde por su nombre, termina siendo francamente patética. Las bromas cinéfilas tienen gracia en los primeros cinco minutos y luego se diluyen en el hastío.

O dicho de otra manera, que el cómico más famoso en la actual constelación fílmica francesa tiene como meta emular a Woody Allen con sus complejos, sus fobias y sus filias. Pero no sólo le falta pudor a la hora del autobombo, sino que, mucho más grave, tampoco anda sobrado de la inspiración y de la solvencia a la hora de resolver la puesta en escena que son consustanciales al neoyorquino-. De esta forma, el filme se erige no sólo en producto fallido, sino en metáfora: Blanc es al cine francés lo que Allen al americano, o, si se prefiere, el epitafio que Philippe Noiret grita, airado, en la Tumba del Soldado Desconocido por el prematuro fallecimiento del cine galo está más que justificado a la luz de intentos como éste, que sólo merecen el más olímpico desdén de cualquier mortal. De cualquiera que no sea Michel Blanc, bien sure.

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