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Un político enemigo de la pusilanimidad

Dambo: "Estar contra la violencia no obliga a dejarse asesinar mansamente"

"La pusilanimidad y la política están reñidas. No se puede ser pusilánime", indicaba Ricardo García Damborenea poco después de que el caso GAL le estallara a él y a algunos de sus mejores colaboradores políticos, como Julián Sancristóbal, en pleno rostro. Entonces, el ex dirigente socialista, que acaba de cumplir 55 años, derrochaba ánimo para intentar aún grandes cosas. La denominada rebelión de las cloacas protagonizada por José Amedo y Michel Domínguez no le quitaba el sueño.Proclamaba a los cuatro vientos que de la organización de los GAL no sabía nada, que a Amedo no le había visto ni en los cuadros del Bosco y que la acusación de ser el ideólogo de los GAL era poco menos que una mamarrachada. Durante una semana, con su verbo vehemente, el que fuera la bestia oscura del nacionalismo y de los etarras se dedicó a denigrar la razón de Estado sin límites, el terrorismo de Estado y a calificar a los GAL como una "auténtica chapuza".

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En aquellos fatídicos años en los que la capacidad mortífera de ETA recogía una cosecha anual de 100 cadáveres, Damborenea, como ahora, era enemigo acérrimo de la pusilanimidad. Parecía sentirse llamado a tareas de altos vuelos. Denominaba a las cosas por su nombre. Su discurso bronco, del que tan bien se había servido para espolear las reivindicaciones laborales mientras desempeñó su profesión de médico nefrólogo, lo encauzó contra ETA y su sindicato legal del crimen.

Levantaba rechazo y pasiones. Enemistades y fe ciega entre sus correligionarios. Su capacidad para manejar el aparato y su demostrado olfato político le brindaron las riendas del PSE en Vizcaya. Compañeros suyos como Sancristóbal iban también adquiriendo relevancia. Primero en el Gobierno Civil de Vizcaya y después al frente de la Dirección de la Seguridad del Estado.

El peso de las palabras de Dambo en la estrategia contra ETA cada vez era más perceptible. En 1985, llegó incluso a visitar la Academia de Policía para impartir una charla sobre terrorismo. En las paredes de Euskadi comenzaron a leerse pintadas como "PSOE-GAL es lo mismo" y "Benegal-Damboreneagal".

Desde que ingresó en el PSE-PSOE, en 1976, Damborenea intuyó que sin la colaboración francesa la lucha contra ETA estaba huérfana de operatividad. Amedo declaró en el sumario abierto por el secuestro de Segundo Marey que "Julián Sancristóbal le dice [a Amedo] que lo ha decidido Ricardo García Damborenea [mantener secuestrado a Marey] y que está de acuerdo el Ministerio del Interior con el objeto de explotar el secuestro políticamente y presionar al Estado francés". Según Damborenea, había que acabar con el burladero en que se había, convertido el País Vasco francés para ETA.

Si en 1994 dio la campanada volviendo a la arena electoral de la mano de José María Aznar en un mitin en Zaragoza, el ex secretario general de los socialistas vizcaínos ganó las primeras planas de los periódicos a finales de ano junto a un partenaire nada apetecible: los GAL. Dos ex policías, convictos por terrorismo, le situaban de nuevo en el ojo del huracán, en los aledaños de la ilegalidad, del asesinato con fines políticos, junto a los enmascarados del terror. Y en esa salsa teñida de rojo, en esa polémica, el hábil político ex socialista no se sumergía a disgusto.De repente, Damborenea cambió de estrategia. Su verbo hábil se tornó en silencio. Sus colaboraciones en el programa de Luis Herrero quedaron en el dique seco. Para entonces, Garzón dirigía la maquinaria de la justicia a todo gas contra Dambo.

Con todo, no dejó de aparecer en público. Se le vio junto a la plana mayor del Partido Popular (PP) en el entierro del presidente de los populares guipuzcoanos, Gregorio Ordóñez. Una vez más junto a otra víctima del terrorismo de ETA. Rememorando los tiempos en los que arrimaba su solidaridad y su condolencia a los familiares de policías asesinados por la organización armada.

Pero el 2 de febrero pasado a García Damborenea se le encogió algo más que el ánimo tras visitar al magistrado Baltasar Garzón. Nervioso y un tanto agitado, Damborenea abandonaba la Audiencia Nacional con el salvoconducto de la libertad provisional en el bolsillo.

"Estar contra la violencia no obliga a dejarse asesinar mansamente", ha llegado a escribir Damborenea. "Cuando se actúa en defensa propia no caben condenas éticas". Escrito está. Ahora aparecen candidatos para apuntarse a un nuevo sacrificio. Dispuestos a echar la última paletada de tierra negruzca para sepultar la imagen y la honorabilidad de su antiguo compañero. Los hay incluso que esperan conjurar así el espanto que debe producir el haber silenciado un presunto terrorismo de Estado. Algún ex dirigente socialista purgado en la etapa de Damborenea alza su voz contra él y habla de reuniones secretas, de empresarios dispuestos a poner dinero para financiar la guerra sucia contra ETA...

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