_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Raimon por las Ramblas

Juan Cruz

No cesa de reírse, pero cuando más satisfecho parece es cuando le agasaja la gente, los quiosqueros, los taxistas, los mesoneros, los chicos que venden bocadillos de jamón, sus amigos.-Sí, yo me siento muy querido en Barcelona. Y en Valencia, eh, en Valencia me siento muy querido también.

Raimon peina canas, claro, pero no ha perdido ni el brillo veloz de sus ojos, ocultos tras las gafas de estudiante de filosofía medieval con las que enmarca la mirada que a los 18 años compuso Al vent, el emblema cantado de un tiempo y de un país.

-Aún me la siguen pidiendo; yo me he resistido, porque obviamente he hecho otras cosas a lo largo de tanto tiempo, pero es curioso lo que pasa: esa canción me la reclaman los jóvenes en los conciertos, y lo hacen por las mismas razones que por las que la compuse.

Los jóvenes son como siempre: se extrañan, dice Raimon, de las mismas cosas, y buscan, llenos de uz, una identidad y una paz que hallan amenazadas, en medio del viento del mundo, por la insistencia de la misma noche y por la ausencia del mismo dios.

Pero ¿y qué hacemos ahora hablando de Raimon si nos ha pasado tanto tiempo? Hace algo más de un año, este artista de Xátiva publicó Integral, cuatro compactos que dan noticia completa de la vida de su música, como poeta, como compositor y como cantante. Un acontecimiento le celebraron en Cataluña, como es natural, y como le celebran cuando camina entre sus vecinos de las Ramblas, pero en el resto de este país que cantó con él cuando aún no teníamos veinte años casi no nos hemos enterado; en realidad casi ni sabíamos que el hombre que le puso música a Ausiás March, a Espriu y a la amnistía seguía existiendo, componiendo y cantando tan lejos del carrer Blanc.

No lo sabemos aquí, pero lo saben en Japón y en Estados Unidos, ahora va a hacer con sus músicos una gira por diversas universidades norteamericanas, organizada desde allí, el extranjero del que le reclaman mientras en la pell de brau la ignorancia camina por encima de su nombre. Una excursión así, de costa a costa, sería muy difícil que se hiciera alguna vez aquí, dice Raimon, con la resignación que no incluye melancolía ni nostalgia, sino convencimiento de que este país dilapida con su olvido el patrimonio que va creando y desdeñando sucesivamente.

-Al contrario, yo trabajo ahora mucho mejor: hay más medios, más posibilidades de desarrollar tus proyectos. Pero eso pasa: que de Estados Unidos te reclaman y aquí no puedes salir de la puerta de tu casa.

Los que le hemos seguido desde los discos y en los escenarios estamos acostumbrados a un Raimon sobrio, vestido de gris, con los ojos violentamente cerrados sobre su boca abierta, como los solitarios del puente en el estridente cuadro de Munch. Pero en vivo, en directo, es un personaje verdaderamente mediterráneo, bromista, alegre, que no para de reírse de sí mismo para reírse también de la solemnidad de los otros. La noche en que hablamos con él por las Ramblas de Barcelona era tras el estreno de Borja Borgia, la fulgurante pieza teatral de su amigo Manuel Vicent, su paisano, y Raimon se halló allí con algunos componentes de ese equipo de veteranos de la progresía de entonces: Andreu Alfaro, el que primero le dibujó, Manuel Vázquez Montalbán, el propio Vicent... Celebraban el encuentro en Buadas, el Chicote de Barcelona, el bar preferido de Juan Marsé y del creador de Carvalho, pero, claro, allí no hay otra cosa que bebidas, así que Raimon compró bocadillos para todos y el reencuentro fugaz se hizo quizá como antes, en la barra del bar y comiendo pan con jamón.

Quiza como antes, también, el cantante seguía siendo el chico revoltoso que traía a las reuniones la guitarra y la sonrisa italiana de su mujer, Anna Lisa, la chica -¿era ella? ¿eran otras? Él se ríe- por la que, al menos en las canciones, dejaba los libros.

Ahora Raimon vive adaptado al tiempo, riéndose siempre.

-Mis versos han caído en las canciones de muchos otros, y hay algunos versos míos que se han incrustado en la vida española sin que la gente sepa que vienen de mis canciones. Eso me gusta. Y, claro, me gusta vivir. Vivir es cojonudo.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_