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Los hijos de la madre Rusia vuelven a casa

Desde todos los rincones de la antigua URSS, los rusos étnicos vuelven a su país por millares

Pilar Bonet

Decenas de miles de personas invaden las regiones meridionales de Rusia tras huir de la guerra de Chechenia. Esta nueva oleada de refugiados constituye el último capitulo de la larga y rápida serie de movimiento! migratorios de enorme, importancia geoestratégica que se suceden en Rusia desde la desintegración del Estado soviético en 1991.La tendencia a la expansión y a la conquista de nuevos territorios en las heladas regiones del norte o de Siberia, que caracterizaron al imperio ruso primero y a la Unión Soviética después hasta mediados de los años setenta, se han invertido y el país más extenso del mundo sufre hoy una redistribución de población en beneficio de las zonas europeas de Rusia.

Los rusos, sin embargo, son cada vez menos en su propio país, ya que el flujo de refugiados no basta para compensar las elevadas tasas de mortalidad ni los reducidos índices de natalidad. A principios de este año, Rusia tenía 148,3 millones de habitantes (el 73% de ellos en zonas urbanas y el 27% en áreas rurales), lo que suponía 123.800 personas menos que un año antes. En 1994, Rusia consiguió frenar el descenso de la natalidad por primera vez desde 1988, pero el aumento de la mortalidad continuó. Debido a los accidentes violentos, las intoxicaciones etílicas y los traumas y suicidios, el promedio de esperanza de vida de los rusos ha descendido hasta los 64 años.

Forzados por la violencia, la situación económica y la falta de perspectivas sociales, son cada vez más los náufragos del imperio que buscan su patria en Rusia. En 1989 (el año del último censo soviético), un total de 25 millones de rusos étnicos vivían en las repúblicas periféricas de la URSS. De ellos, una parte ha emigrado ya a Rusia. Las estimaciones sobre este contingente, sin embargo, son variables, ya que los desplazamientos se han hecho en circunstancias diversas y, mientras unos han podido organizar el éxodo -en el Báltico, por ejemplo-, otros han tenido que escapar de situaciones de tensión, como en Tayikistán.

En Rusia, un total de 702.000 personas procedentes de las ex repúblicas soviéticas han sido registradas como refugiados y desplazados forzosos entre 1992 y fines de 1994, según los datos del Servicio Federal de Migración (SFM), que eleva la cifra hasta dos millones de personas.

Antes de la guerra de Chechenia, los contingentes más numerosos de emigrantes, procedían de Asia Central (entre un 45% y un 50% del total) y especialmente de Tayikistán, con un 25% de todos los refugiados llegados a Rusia de los países de la CEI (Comunidad de Estados Independientes). Chechenia, de donde habían emigrado 250.000 personas en los últimos cuatro años, ha sido abandonada por 136.000 personas más en noviembre y diciembre de 1994. En gran parte, y pese a las restricciones, los desplazados se han instalado en zonas próximas del Cáucaso con la idea de volver cuando se estabilice la situación. El SFM proporciona a cada uno de los desplazados el salario mínimo de un mes (unos cinco dólares al cambio) y paga el billete hasta las regiones dispuestas a acogerles, en la parte europea de Rusia.

La concentración de emigrantes crea situaciones de gran tensión en lugares como Ingushetia, donde sólo a finales de enero los refugiados de Chechenia igualaron el contingente de 60.000 ingushes, que se vieron obligados a abandonar sus domicilios en, Osetia del Norte tras una limpieza étnica y que todavía no han podido regresar.

En agosto de 1994, el presidente Igorís Yeltsin aprobó por decreto un programa federal de emigración que prevé un aumento de los flujos migratorios en los próximos tres años. Según este programa, Rusia tendrá que acoger a 400.000 personas procedentes de las repúblicas de la Transcaucasia, 2,9 millones de Asia Central, 600.000 personas del Cáucaso del Norte (territorio ruso) y entre 120.000 y 150.000 de los países del Báltico.

Las estimaciones mínimas para el flujo procedente de las repúblicas de la ex URSS son de 800.000 personas y las máximas de hasta 6 millones entre 1994 y 1996. Al analizar las capacidades de alojamiento de las diferentes regiones de Rusia, el SFM constata que algunos de los territorios más idóneos para acoger a los emigrantes están contaminados por desastres ecológicos, como Smolensk, dispuesto a acoger a 115.000 personas y marcado por el accidente de Chernóbil, o la región del Altái, que ofrece albergue a 240.000 personas pese a las secuelas de las pruebas nucleares en el vecino polígono de Semipalátinsk.

Las autoridades rusas intentan, en la medida de lo posible, dirigir los flujos migratorios y el programa de emigración contempla cuatro regiones prioritarias: las zonas centrales al norte y noreste de Moscú, las estepas del Volga-Don, la zona de Siberia del Sur y el Lejano Oriente. Sin embargo, en la Rusia de hoy no es tan sencillo mover enormes masas humallas como lo era cuando Stalin organizó los campos de concentración y las deportaciones forzosas de pueblos enteros, o como lo fue bajo Jruschov y Bréznev, que utilizaron la propaganda para sus planes de colonización de las tierras vírgenes en Kazajstán y Siberia.

En lo que se refiere a la emigración de los países de la CEI, los dirigentes rusos dudan entre fomentar el retorno de los rusos a la metrópoli o apoyar su integración en aquellos estados, donde la presencia rusa puede garantizar la influencia de Moscú y minimizar el impacto de un desarrollo monoétnico. La firma de tratados de doble ciudadanía, que hasta ahora sólo Turkmenistán ha suscrito, resolvería las cosas para el Kremlin. Mientras tanto, Moscú demora el momento de la verdad, permitiendo a los náufragos del imperio aplazar su elección de ciudadanía hasta fines del año 2001.

Emigrantes sin papel político

Los emigrantes rusos procedentes de los demás países de la Comunidad de Estados Independientes, considerados como seguidores potenciales del nacionalismo representado por Vladímir Zhirinovski, no han constituido un grupo homogéneo y su papel político no ha sido tan importante como pronosticaban algunos observadores en 1992. El tipo de emigración ha variado mucho según la república de origen, y los rusos, en su inmensa mayoría, se han resignado a aceptar la desintegración del imperio y, en la parte europea, se han mostrado más dispuestos a adaptarse de lo que muchos preveían. En Ucrania, o Bielorrusia la asimilación de los rusos no es problemática y en el Báltico, los que se han quedado han aprendido la lengua de su nuevo país.La situación es distinta en Asia Central, donde la asimilación es escasa. Yuri Arutiunián, del Instituto de Etnología y Antropología de Rusia, compara la situación de los rusos en Tashkent, capital de Uzbekistán, y en Tallin, capital de Estonia. En la primera ciudad, rusos y uzbekos están cada vez más distantes por haber empeorado el dominio de las lenguas respectivas; en la segunda, los contactos lingüísticos entre la nacionalidad titular y los rusos han mejorado. Mientras los jóvenes rusos y estonios se entienden mejor que sus padres, los jóvenes uzbekos y rusos de Tashkent están más incomunicados que sus mayores. La emigración rusa procedente de Estonia la integran los elementos menos adaptables, y la emigración de rusos procedentes de Kazajstán está compuesta por los sectores mejor preparados de la población rusa.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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