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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Prevalece la sensatez

EL PRESIDENTE de Perú, Alberto Fujimori, anunció el lunes pasado un alto el fuego unilateral de las tropas, de su país, una vez recuperada la posición de Ti wintza. La respuesta ecuatoriana ha sido positiva: acepta el alto el fuego, si bien el presidente Durán Ballén declara que lo hace en aplicación de su propia iniciativa del 31 de enero y que Tiwintza, siendo parte de Ecuador, sigue en sus manos y no será abandonada. Discrepancia no muy importante si se confirma un cese efectivo de los combates en los próximos días. En realidad, esa guerra ha sido absurda en el sentido más completo de la palabra, y lo único sensato es que de verdad se ponga fin a los combates. Que cada uno busque ante su opinión pública argumentos para justificar el cese de hostilidades es lógico. En una selva amazónica, con fronteras imprecisas, caben todas las ambigüedades, incluida la de que el nombre Tiwintza pueda designar dos lugares distintos.El alto el fuego ha sido comunicado a los diplomáticos de los dos países que negociaban en Brasilia (con Estados Unidos, Brasil, Argentina y Chile) la forma de parar la guerra. Lo que importa ahora es que los representantes de los cuatro países aceptados por los beligerantes como "garantes" del respeto a los acuerdos fronterizos se planteen en serio terminar la tarea que dejaron inconclusa al establecer en Río, en 1942, el Protocolo que puso fin a la breve guerra entre Ecuador y Perú de 1941. Ese documento dejó 87 kilómetros de frontera sin definición precisa, justamente en la zona de la sierra del Cóndor, donde han tenido lugar los recientes combates.

Una frontera imprecisa es siempre germen de nuevas hostilidades. En la guerra de 1941, Ecuador perdió una parte considerable del territorio que consideraba propio, partiendo de los límites,(nunca precisados) entre los antiguos virreinatos españoles. Actualmente, los países latinéamericanos tienen ya fronteras delimitadas, con algunas zonas conflictivas, como la del norte de Chile. Pero el rebrote de hostilidades entre Perú y Ecuador acaba de demostrar que superar esas imprecisiones es una condición para asentar la paz latinoamericana.

En el caso de Ecuador, es cierto que este país nunca aceptó de modo definitivo el Protocolo de Río. En 1960 su Senado lo abrogó mediante una votación solemne, aunque en la práctica siguieron vigentes las fronteras que habían sido trazadas. Pero Ecuador ha mantenido, en el terreno político e histórico, cierto irredentismo en cuanto a los territorios que, presuntamente, Perú le había arrebatado. Es una actitud negativa para su propia población, al margen de las injusticias que el país haya podido sufrir en un momento del pasado. Pero Ecuador es lo que es hoy; mantener entre la población, y sobre todo entre su juventud, la imagen de unas fronteras distintas (que hubiesen podido ser) es crear frustraciones en las nuevas generaciones y fomentar en el Ejército reminiscencias de nacionalismo a la antigua.

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El ejemplo de esta guerra, que según las últimas noticias está casi terminada, debería ayudar a los dos Gobiernos a prestar más atención al desarrollo de una cultura de hermandad con el país vecino. Han sido muy preocupantes, tanto en Perú como en Ecuador, las manifestaciones de rechazo al otro, de odio nacionalista, que han surgido en algunas ciudades. Por otra parte, en el terreno diplomático cabe esperar que el alto el fuego, además de permitir la adopción de medidas de control, sirva de prólogo a una nueva negociación para poner fin a esa zona de imprecisión fronteriza que se mantiene en la sierra del Cóndor.

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