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Puerco exiilio

Los vecinos de Morata firmn para expulsar a los 1.500 cerdos que les atufan

Vicente González Olaya

Las procesiones que se celeebran cada año en Morata de Tajuña (5.270 habitantes) son, quizá, las más peculiares de la región. La mayoría de las personas que participa en ellas lleva las narices tapadas, pero no por devoción sino por obligación. Los nauseabundos olores que desprenden los 1.500 cerdos holandeses, de una granja situada en pleno casco urbano, les obliga a ello. "No hay derecho. ¡Esto es una vergüenza! En la última procesión de la Virgen de la Antigua [8 de septiembre], por ejemplo, estuvimos a punto de caernos de espaldas a causa del perfume. Nos tuvimos que tapar la nariz con la mano y con pañuelos", recordaban ayer los vecinos.

Por ello, el vecindario ha declarado la guerra a la granja San Antonio. "Hemos recogido firmas para que la trasladen, pero nadie nos hace caso", explicaba ayer Tomasa Vizoso, cuya casa está a escasos metros de la granja. "He tenido que llenar mi casa de ambientadores. Cuando tengo visitas, siempre me preguntan lo mismo: 'Hija, tienes el piso muy limpio, pero ¿no huele algo mal aquí?", añadía lacónica.

La madre Dolores, superiora del asilo situado frente a la granja, es tajante: "Tenemos que cerrar las ventanas cuando cambia el viento. El olor se mete en las habitaciones. No queremos perjudicar a nadie, pero es inhumano que los ancianos tengan que aguantar estos efluvios".

Todos los informes de la Agencia de Medio Ambiente y del Ministerio de Sanidad han destacado siempre la limpieza general de estas instalaciones ganaderas, propiedad de Antonio Macarrón. "De verdad, tengo los animales limpísimos, pero el cerdo huele a cerdo como la flor a flor. Soy el primero en lamentar estos hechos. Hoy mismo trasladaría la industria, si llegase a un acuerdo con el Ayuntamiento. Los vecinos tienen que ayudarrne", comenta Macarrón.

El alcalde, Víctor Algora, del PP, explica: "La ley permite que existan granjas en los cascos urbanos de los pueblos con menos de 10.000 habitantes. Este Ayuntamiento no quiere clausurar la granja, porque sería algo traumático para todos. Llevamos tres años de conversaciones con los dueños y estamos seguros de que pronto llegaremos a un acuerdo".

Esther Rodríguez, antigua médica municipal, considera que los olores de, los gorrinos no dañan la salud física del vecindarito, pero "podrían provocar daños psicológicos". La doctora, cuya casa se alza a escasos metros de la granja, termina: "Todos los días tiendo la ropa limpia y perfumada. ¿A qué no se imagina a qué huele cuando la recojo?".

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Sobre la firma

Vicente González Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.

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