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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Luna de miel en el espacio

CON UN vistoso encuentro entre un transbordador estadounidense y la estación rusa Mir a 400 kilómetros de la Tierra, Estados Unidos y Rusia han dado por iniciada su luna de miel en la cooperación espacial a la salida de la guerra fría. En el horizonte inmediato está la estación espacial internacional Alfa, en la que participarán EE UU, Rusia, Japón, Canadá y Europa, y que debe empezar a construirse en 1997.Para ello tendrán lugar antes varios vuelos de transbordadores a la Mir, con acoplamiento incluido, de forma que se unifiquen los aspectos técnicos de dos programas espaciales que han seguido vías muy diferentes. En 1997, un cohete ruso lanzará el primer elemento de la estación, construido por Rusia y pagado por EEUU, y en los cinco años siguientes se construirá la estación con aportaciones de los demás países. Hasta aquí, los planes. Pero las circunstancias que les rodean no son idílicas.

Esta nueva etapa de cooperación espacial, cuyo único precedente está en el acoplamiento de una nave Apolo y otra Soyuz en 1976 y que se agotó en sí mismo, se produce en un mal momento para las actividades espaciales sin rentabilidad inmediata. La dedicación de sumas ingentes a estos programas viene siendo de muy difícil justificación para los Gobiernos de los países industrializados. La estación Alfa ha estado a punto de desaparecer de los presupuestos de la agencia espacial NASA cada, uno de los últimos años y se ha salvado a cambio de la imposición del presidente Clinton de convertirla en un programa de cooperación con Rusia, como un medio de inyectar fondos y dar estabilidad a este país.

La NASA ha sufrido, de todas formas, grande! recortes y remodelaciones, y la utilidad de esta estación está siendo continuamente puesta en duda. En Rusia,. la situación política es inestable, y la del sector espacial es económicamente desesperada: no está claro que la estación sea suficiente, para evitar su hundimiento. Los otros socios -Canadá, Japón y Europa- se han visto obligados a ir a remolque de las decisiones estadounidenses.

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Dentro de muy pocos meses, la Agencia Europea del Espacio (ESA), también sumida en una grave crisis en lo que respecta a los programas tripulados, debe decidir su compromiso económico y técnico en la estación Alfa. Los dos mayores participantes en el programa, Alemania y Francia -España se ha retirado prácticamente de este área-, han dicho ya que quieren reducir su contribución a la mitad de lo previsto. La estación es, por otra parte, un desafío técnico dificilísimo, como se ha visto anecdóticamente en el último paseo espacial, en el que los astronautas no aguantaron el frío. No es inverosímil que un solo fracaso con víctimas humanas en el proceso de construcción pueda llevar al retraso o incluso a la cancelación del proyecto.

Sin embargo, ninguno de los países plantea retirarse de esta incipiente cooperación mundial en el espacio, porque es prácticamente lo único que hay y descolgarse puede significar grandes desventajas en el futuro. A pesar de los nubarrones que se ciernen sobre el proyecto y de las dudas sobre su rentabilidad científica y económica, no parece deseable que se venga abajo. Por lo pronto, debería contribuir a la estabilidad política mundial y a considerar el espacio una nueva frontera, común a toda la humanidad, de la que deberían quedar desterrados los conflictos.

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