_
_
_
_
Tribuna:Ni guerra, ni paz /3
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Entre Hamás y Rabin

Con la llegada de la OLP a Gaza, el conflicto entre la ANP y Hamás se agudiza. A la guerra de pintadas y campaña de descrédito contra Arafat, éste responde con interrogatorios, detenciones y redadas de islamistas. La nueva policía palestina -compuesta en su mayor parte de militares del Ejército de Liberación que habían seguido a Arafat de Jordania al Líbano y del Líbano a Tunicia para diseminarse luego en diferentes países "hermanos", desde Argelia hasta Yemen- actúa con improvisación y desorden, recurriendo a menudo, conforme al testimonio de observadores imparciales, a métodos calcados de los mujabarat de algunas dictaduras árabes. Junto a la seguridad nacional y guardia presidencial subvencionadas por la Comunidad Europea existe una policía: civil en uniforme azul, una policía política denominada "preventiva" implantada en Jericó y dirigida por el impetuoso e imprevisible Yibril Rayúb, unos servicios de información general y otros de información militar. Dicha proliferación de servicios y sus expeditivas y a veces cruentas luchas internas, especialmente en Cisjordania, alarman con razón a numerosos palestinos, ya sean de convicciones democráticas, ya de sensibilidad islamista.El atentado suicida que causó la muerte de tres soldados israelíes en la encrucijada de la carretera general a Rafah y el asentamiento de Netzarim, obra de la Yihad Islámica, y la redada consecutiva, de 150 militantes de la misma por la policía de la ANP, arrastró a millares de jóvenes de Gaza, encuadrados por las dos organizaciones islamistas, a exigir su liberación inmediata en un gran mitin de protesta: los manifestantes coreaban consignas antiisraelíes y denunciaban "la colusión de Arafat con Rabin". En circunstancias controvertidas -las versiones de lo ocurrido son diametralmente opuestas-, la policía que acude el viernes 18 de noviembre a la mezquita palestina a confiscar las bocinas de los oradores, recibida con una lluvia de piedras, dispara con bala: varías personas caen mortalmente heridas. Durante 12 horas, los enfrentamientos se propagan a todo el enclave, con su secuela de pillajes, agresiones e incendios. Gaza revive con furia los peores momentos de la Intifada. Balance de la represión: 13 muertos.

Muy significativamente, durante el tumulto del viernes negro, los militantes de Hamás prendieron fuego a los dos, únicos cines del enclave, reabiertos después de su cierre forzoso en tiempos de la Intifada: el Naser (la Victoria), en la popular avenida de Omar el Mojtar en Gaza, y el Shahid (el Mártir), en Rafah.

"Los islamistas se oponen a todas las actividades culturales y artísticas que transmiten la ideología occidental decadente, ironiza un joven bigotudo y con gafas mientras fotografía la fachada devastada del Naser. Algo totalmente absurdo, ¿no le parece? Con este enfoque, habría que arrancar las cepas de las viñas con el pretexto de que el vino pro-. cede de ellas. Pero, ¿no producen acaso las uvas que todos comemos?".

La brecha abierta entre la ANP y Hamás parece difícil de colmar. Los islamistas acusan con vehemencia a Arafat de haber vendido de baratillo los "objetivos sagrados" de la Resistencia: el retorno a sus hogares de los dos millones y pico de refugiados del 48, la reconquista de todo el territorio ocupado y la fundación de un Estado palestino con capital en Jerusalén. Según Yusef Ibrahim, corresponsal de The New York Times, los detenidos de los movimientos opuestos al llamado "proceso de paz" emplean la táctica despiadada de responder en hebreo a sus interrogadores (muchos jóvenes de Gaza aprendieron este idioma durante su estancia en, la cárcel) y de dirigirse a ellos con el término humillante de katzín, (oficial del ejército israelí).

¿Nos encaminamos a la temida guerra civil palestina que algunos predicen y muchos desean?

Tras un trayecto en zigzag por los barrizales y calles anegadas, Sami me conduce al, encuentro concertado con Mahmúd Zahar, uno de los dirigentes más respetados de Hamás, cuyo domicilio fue ametrallado recientemente por unos desconocidos. Su crítica de los acuerdos de Oslo y Declaración de Intenciones de Washington es mordaz y severa.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

"¿Cómo puede hablarse de paz si continuamos en guerra y con el 95% de nuestro territorio bajo control israelí? Arafat se ha rendido sin conseguir nada a cambio. Sus planes económicos han fracasado y se ve oblig4do.a mendigar a Rabin y a Clinton. ¿Por qué permite que 6.000 palestinos muchos de ellos de su propio grupo político, se pudran en las prisiones de Israel? ¿Para qué quiere tanta policía sino para reprimir a su pueblo? ¿Quién lo ha elegido al cargo que ocupa? Nosotros pedimos elecciones limpias y transparentes".

Las noches en Gaza son tristes: sin alumbrado público y con los escasos cafés y restaurantes que cierran temprano, como sujetos aún a un imaginario toque de queda, los pocos noctámbulos que se aventuran. por las calles encharcadas y se someten al control de las barreras de policía suelen darse cita en alguno de los dos hoteles de la avenida marítima: hombres de negocios, funcionarios, algún extranjero, periodista o miembro de la UNRPR u otra asociación humanitaria. Las únicas mujeres de Gaza con la cabeza descubierta las he visto allí y en la sede de la ANP.

Desde la ventana de mi habitación contemplo al amanecer -no hay persianas ni cortinas y me despierto con la ceja del alba- el esqueleto fantasmal del dique. El ambicioso proyecto de Arafat de abrir el enclave al comercio internacional con un puerto capaz de acoger en una primera fase buques de hasta 5.000 toneladas se vino abajo el pasado mes de noviembre, cuando un temporal zarandeó y desbarató la estructura en construcción del muelle. Las rocas traídas de Jericó para proteger los pilotes metálicos de la embestida de las olas habían sido decomisadas meses antes por los israelíes en el puesto fronterizo de Erez con el pretexto de que las obras del puerto no contaban con el aval de la comisión mixta israelo-palestina que fiscaliza los planes económicos del enclave. Por la misma razón, los camiones de recogida de basura donados por Francia al Ayuntamiento de Gaza, los materiales escolares enviados por asociaciones humanitarias y los ordenadores y piezas de repuesto de diversas organizaciones no gubernamentales se hallan retenidos en el puerto de Ashdod y en la frontera egipcia. ¡En Oslo todo quedó "atado y bien atado"!

Sin desanimarse por la obstrucción israelí, Arafat no cedió en su empeño, pero el "experto" con quien se aconsejaba resultó un charlatán. Hoy, el pontón desvenciado y maltrecho se interna como un ciempiés en el mar, torcido, patético y cojitranco.

A unos 300 metros del hotel, entre la costa y un espacioso aparcamiento de automóviles,. se alza el modesto y chato edificio de la Autoridad Naciónal Palestina. Policías de la seguridad nacional y 14 guardia presidencial platican con calma a la entrada, filtran el paso de los visitantes y saludan familiarmente a las personalidades que acuden a despachar con algún "rninistro". Entre quienes aguardan a ser recibidos en la acera opuesta, diviso a un hombre de unos setenta años de rostro enjuto y bigote cano, vestido con la galabía gris y tocado con una cofia de un blanco in maculado: su estampa de adustez y nobleza me impresionan y lamento no haber traído la Pentax para fotografiarle. Aunque un amigo me ha dado el número de teléfono directo de Yasir Andel Rabbo, "ministro" de la cultura y la información -uno de los miembros más valiosos e independientes de la ANP-, prefiero presentarme a pie llano y observar el funcionamiento de la nueva Administración. Muestro mi pasaporte y carta de acreditación y, sorprendentemente, me dejan pasar. Me acomodo en una sala a la que dan media docena de despachos y contemplo las idas y venidas de oficinistas, secretarias y agentes. Al cabo de un rato, un funcionario me comunica que el ministro me recibirá a las dos de la tarde. Le doy una copia de la carta de acreditación y dice a los guardias de la puerta que a mi regreso me. franqueen la entrada sin preámbulos. Me presento a las dos, pero la guardia ha cambiado, el ministro asiste a una reunión del Gabinete y, cuando reclamo la carta, nadie sabe darme razón de ella: se ha traspapelado.

Alguien me aconseja volver al cabo de una hora: la reunión debe concluir a las tres y habrá una conferencia de prensa. Entre divertido y curioso, me siento en el borde de la otra acera. El anciano de aspecto noble camina todavía de un lado a otro con la mirada puesta en el inaccesible edificio. Un grupo de mujeres quiere ha

blar con Arafat: son viudas o divorciadas y se quejan de que de noche algunos policías las importunan, merodeando en torno a sus domicilios y llamando al timbre. Un agente grueso y jovial las mantiene amablemente a distancia. Los periodistas y camarógrafos del semanario local Filistín y del humilde canal de televisión autonómico, visible sólo en una parte del enclave -las antenas parabólicas de un centro repetidor donado por Francia se oxidan en la frontera por falta del cicatero plácet israelí-, acechan el final del "consejo de ministros" con una conmovedora fe en la trascendencia del mismo y se precipitan a entrevistar a Nabil Shaat con sus cámaras, micrófonos y jirafas. Al concluir, Shaut desaparece en uno de los automóviles de la ANP. Otro "ministro" es asaltado a su vez por los representantes de los medios de comunicación. Ni las mujeres ni el anciano de la galabía y cofia tampoco consiguen aproximarse a él.De nuevo, varios vehículos arrancan. Un amigo me informa de que Yasir Andel Rabbo acaba de partir a Jericó. Desde mi puesto de observación del bordillo, la escena tiene algo de felliniana.Es mi última tarde en Gaza y decido aprovechar la avariciosa luz de la estación para contemplar algo bello (o, ¿han suprimido también todo vestigio de belleza los ocupantes de ayer y tutores de hoy del enclave?). Pasado el casco urbano, una carretera bordea la costa con dirección al sur.

El paisaje es soberbio y, después de aspirar unas bocanadas de aire fresco y salino, damos vuelta atrás.

Inesperadamente, un vehículo atestado de policías nos corta el paso. Los agentes nos apuntan con sus fusiles ametralladores y me obligan a apearme a la orilla de la carretera. El taxi es escudriñado de cabo a rabo mientras yo entrego mi pasaporte al que parece ser oficial del grupo. Concluido el registro del vehículo, Sami es "invitado" a subir al camión y tres jóvenes me escoltan en el taxi y arrancamos a toda velocidad con destino desconocido. El que conduce a mi lado aprieta el botón de la: radio y pone al máximo el volumen de la música. Los tres policías -unos muchachos de alrededor de veinte años- parecen excitados y eufóricos y pronto adivino por qué. Pese al ruido ensordecedor de la radio, capto algunas frases sueltas. Creen haber capturado una buena presa: ¡un comandante o coronel israelí! Yu'r not spanis, masculla con furia el conductor. El alborozo de mis captores me enternece y resuelvo callarme: me parece cruel privarles de unos minutos de vengadora alegría. El vehículo irrumpe en la ciudad como en un Chicago de película y el chófer toca triunfalmente el claxon a la entrada del cuartel de la seguridad. Allí soy guiado a una pequeña oficina en tanto que otro grupo de agentes se encarga de Sami. El interrogatorio, seco al principio, deviene paulatinamente amable. Mis numerosos visados y sellos de entrada y salida en diversos Estados árabes intrigan (también intrigaron a la policía del aeropuerto de Tel Aviv hasta el punto de que, no obstante mi petición de que no estampillaran el pasaporte a fin de no invalidar el visado libanés, fue sellado por la agente de control sin un pestañeo). Prudentemente, me abstengo de recurrir a mi dialecto magrebí: ello complicaría quizá la situación, pues numerosos israelíes oriundos de Marruecos lo emplean. Tras comprobar que,resido en el hotel que les he dicho, el oficial me devuelve el pasaporte.

Se necesitaría un libro entero para hablar cumplidamente de Gaza: de su miseria, opresión, desgarro, sentimiento de abandono y asfixia, de su violenta resaca tras tanta esperanza esfumada y tanto sueño hecho trizas.

"Mire los jóvenes de los campos, me dijo un profesor. Viven apretujados,sin trabajo, distracciones, posibilidades de emigrar ni fundar una familia. Un gran porcentaje de ellos fueron torturados o detenidos durante la Intifada. Quien más quien menos tiene hermanos, parientes o amigos mártires y han permanecido en sus guetos como animales durante semanas enteras. Poco a poco se sienten morir en vida y su corazón se transforma en bomba. Y un día, sin avisar a la familia, correrán con un arma cualquiera a una operación terrorista suicida. No les importa morir porque se sienten ya muertos".

El día siguiente cíerro la maleta y regreso con Sami a la frontera de Erez. El taxi matriculado en Israel me aguarda ya y esta vez hago cola con los obreros del enclave en las taquillas de control en donde examinarán mi pasaporte y me permitirán salir, con una mezcla de impotencia y dolor, del gueto infame y obsesivo de Gaza.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_