En el borde de lo imposible
La noche de San Bartolomé m-del atardecer del día 23 al alba del 24 de agosto de 1572- ocurrió en París un espantoso crimen político: el exterminio de casi la, totalidaddel partido de los llamados hugonotes (protestantes franceses) agrupados alrededor del rey Enrique de Navarra, casado unos días antes con Margarita de Valois, conocida como Margot, hija de la reina viuda Catalina de Médicis -que urdió la matanza- y hermana del duque de Anjou, que capitaneó las fanáticas milicias católicas autoras del degüello de alrededor de 10.000 hombres.Este salvaje exterminio quedó depositado durante siglos, en forma de losa y de leyenda casi innombrable, en la memoria de Francia; y de él proceden, junto a incontables crónicas del suceso, la tragedia del dramaturgo inglés Marlowe La matanza de París, la obra de Heinrich Mann La novela de Enrique IV y el novelón romántico de Alejandro Dumas La reina Margot. El hilo de la trama de este último libro, tejido sobre una composición dramática procedente del primero y a la veracidad histórica del relato de Mann, son la cantera en que se apoya el trabajo de la guionista Daniéle Thompson, que orientada por Patrice Chéreau- permite un fastuoso despliegue del talento de este director, que resuelve, con solvencia y brillantez fuera de lo común, un ejercicio de plena fusión entre cine y teatro.
La reina Margot
Dirección: Patrice Chéreau. Guión: Daniele Thompson y P. Chéreau. Fotografía: A Rouselot. Música: G. Bregovic. Francia, 1994. Intérpretes: Isabelle Adjani, Daniel Auteil, Jean-Hugues Anglade, Vincent Pérez, y Miguel Bosé. Madrid: cines, entre otros, Palacio de la Música, La Vaguada y, en V./ O., Alphaville.-
El resultado es una película acabadísima y llena (en su representación de aquel horror) de buen gusto, lo que hace de ella un espectáculo muy vivo, trepidante apasionante, que logra dominar -y para conseguir esta hazaña hace falta, además de un guión férreo, dirigir con pasión y cabeza fría a intérpretes de primer orden y con herramientas de representación muy afinadas, deudoras por un lado de Shakespeare y por otro de la incorporación al cine de la idea de distancia introducida por. Brecht en el teatro contemporáneo- y embutir en la estrechez de una pantalla un asunto sobre el papel ingobernable, tanto por su anchura como por su condición de pozo histórico insondable, pues su fondo, cuatro siglos después, sigue plagado de enigmas y explorarlo requiere el empleo, junto al rigor histórico, de una imaginación desatada.
La unión entre documento y ficción permite a La reina Margot. ser indistintamente un reportaje y una pesadilla, un frío relato realista y una compulsiva metáfora trágica. Y estas ambivalencias otorgan al filme una gama tan rica de visiones de trasfondo, que devuelve al cine francés buena parte de la ambición y credibilidad, últimamente perdida.
El signo del talento aparece a través del asombroso reparto, que hace de ella una de las mejores creaciones colectivas del cine europeo reciente.
Babelia
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