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Cincuenta años de Auschwitz

Emilio Lamo de Espinosa

Todo modo de ver es un modo de no ver, de ignorar cuanto queda más allá del foco de atención de la mirada. Por ello, tan peligroso como no ver es fetichizar aquello que se ve, olvidando el resto. Los 50 años de Auschwitz deben recordamos el horror allí vivido y nada sería más perjudicial que olvidar; quizá incluso peor que negar lo que ocurrió, como hacen los historiadores revisionistas, pues al menos, quien niega no olvida. Pero tan malo como olvidar Auschwitz es que ello nos lleve a olvidar todo lo demás.Y desgraciadamente, Auschwitz es sólo un símbolo de un siglo de violencia desmedida, a la que nos hemos ido acostumbrando poco a poco como parte del paisaje de expectativas diarias, como un horizonte fatal en nuestras vidas. Eric Hobsbawm lo recordaba hace pocos meses en uno de sus últimos escritos: nos hemos acostumbrado a vivir en la barbarie que no ha hecho sino fortalecerse a lo largo del siglo XX ('Barbarism: a user's guide', New Left Review, 206, 1994).

No son palabras; antes de la Primera Guerra, la idea de movilización total y ataque a las poblaciones civiles era barbarie; así lo señalaba Clausewitz después de las guerras napoleónicas, y con esa filosofia se inició la Gran Guerra. Pero, tras los submarinos de la Primera y, sobre todo, tras la Segunda Guerra Mundial, tras Gernika, los bombardeos de Londres, de Coventry, de Stalingrado, de Colonia, de Hiroshima o Nagasaki, nos hemos acostumbrado ya, y la guerra de las Malvinas o del Golfo, por no decir la de Bosnia, están más allá de ingenuidades decimonónicas. De modo que cuando los rusos utilizan granadas de fragmentación para acabar con la población civil de Grozni están siguiendo una gran tradición occidental de la que Auschwitz no es sino un hito mas. Hobsbawm lo señala casi de pasada, como con temor a decirlo: cuando las guerras eran entre soberanos podían limitarse; pero en las democracias (y más si son conflictos entre naciones), se demoniza al enemigo y todo el pueblo está en armas. En las democracias no hay espacio para neutrales. Guerras civiles europeas ha llamado Furet a las dos guerras mundiales.

También el terrorismo o la tortura. La tortura o la violencia sobre civiles era barbarie; los narodnikis que asesinaron al zar Alejandro II afirmaban explícitamente que "los individuos y grupos que estaban fuera de la lucha directa contra el Gobierno serían tratados como neutrales y sus personas y propiedades serían inviolables". Pero nos hemos acostumbrado también a que nadie es neutral en esta guerra interna, y ETA o el IRA, los generales argentinos, los escuadrones de la muerte brasileños o los fundamentalistas argelinos (pero también los GAL, los barbouze de De Gaulle o los servicios especiales británicos) nos recuerdan que aún no somos civilizados.

Las cifras son demoledoras, abrumadoras. Desde los 10 millones de muertos de la Gran Guerra a los 40 millones de la Segunda, los 30 millones de ciudadanos soviéticos muertos o desaparecidos en el Gulag, los genocidios repetidos de armenios, de ucranios, de bosnios, las matanzas de Biafra, de Camboya, de Ruanda. Es la violencia desatada. Zbigniew Brzezinski ha estimado las megamuertes de este siglo en más de 187 millones de personas. Jamás en la historia de la humanidad los hombres se han asesinado con tanta facilidad. "Nos hemos acostumbrado a matar", señalaba Hobsbawni. Son montañas de cadáveres, las mismas montañas de cadáveres de Auschwitz extendidas por toda la geografía del globo, que piden que no se les olvide. Que también su muerte fue un asesinato; que también ellos eran inocentes de toda culpa.

Desgraciadamente, Auschwitz es sólo un símbolo que nos permite demonizar a Alemania y olvidar el resto. Pero Alemania es sólo un símbolo también, y las causas de aquella violencia cuyo cincuentenario hoy recordamos siguen vivas. Eso es lo que tenemos que desentrañar, lo que tenemos que desencarnar de nosotros mismos.

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