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Crítica:XI FESTIVAL DE CANARIAS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La magia de Elly Ameling y Rostropóvich

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Sin el arte impresionante del violonchelista Rostropóvich y sin las sutilezas conceptuales y expresivas de la soprano Elly Ameling, los dos conciertos de la Filarmónica de Estrasburgo no serían especialmente recordados. Esto, a pesar de que la programación era muy atractiva: la Sinfonía alpina, de Strauss, por una parte, y la Francia de Fauré, Ravel y Debussy, por otra.

La orquesta estrasburguesa, con casi siglo y medio de historia, forjaza por maestros como Pfitzner, Klemperer, Rosbaud, Bour, Lombard y, desde 1983, el vienés Theodor GuschIbauer, no parece encontrarse en su momento más alto. Tiene secciones de verdadera calidad -como la de violonchelos y contrabajos-, pero flaquean los violines por acritud sonora y ejecución no más que honorable.

En cuanto a Theodor Guschlbauer, dirigió una Alpina geológica y desnuda de lirismo; en Fauré convirtió la magia preimpresionista en realismo un tanto grueso, y en Debussy y Ravel nos impacientó por su indiferencia o nos dejó sin entender nada, como en las Rondas de primavera, en tanto la Iberia sonó con un exotismo abultado de exposición internacional.

Es difícil comprender la personalidad de Guschlbauer, pues en las melodías de Scherezade, de Ravel, sobre versos de Tristan Klingsor, supo rodear a la madura e inteligente Elly Ameling del sortilegio que demandan textos y pentagramas.

Tan singular intérprete mantiene vivo el encanto de su dicción y el atractivo de un fraseo que tiene en cuenta tanto la prosodia del idioma Como la de la música. Así, lo más impopular del programa, se convirtió en la clave del éxito aunque tal o cual instrumentista quedara corto en alguna de sus intervenciones.

Frente al recóndito mensaje musical de la Ameling, el de Mstislav Rostropóvich en el concierto de Dvorak constituyó una lección doble, de virtuosismo y musicalidad.

El gran maestro que es Rostropóvich profundiza en sus versiones hasta las más secretas galerías de la sustancialidad lírica, canta con efusión de sonido y fraseo y respira hasta incorporar los silencios al devenir musical.

En definitiva, venció y convenció a un auditorio que hizo de las ovaciones auténticas aclamaciones. Tuvo como premio esa Zarabanda de Bach, suprema magnificación histórica de lo que hacía Pablo Casals, que suele ser punto final e indiscutible de tantas actuaciones de Mstislav Rostropóvich.

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