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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

ETA contra Euskadi

A DIFERENCIA de la primitiva ETA, la actual ni tan siquiera se siente obligada a intentar justificar sus actos. Basta con que haya sido decidido por quienes encarnan la causa en cada momento para que cualquier crimen se convierta en una exigencia de esa causa. Por eso se toman su, tiempo antes de dar a conocer sus motivos.En el caso de Gregorio Ordóñez, a falta de reivindicación oficial hay explicación oficiosa: la del, confuso de redacción pero transparente de intención, editorial publicado el miércoles pasado por el diario Egin: el atentado sería un aviso al Partido Popular como previsible ganador de las futuras elecciones. Para que sus miembros sepan lo que les espera si no se pliegan a las exigencias de los terroristas.

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ETA no aspira ya a vencer, sino a demostrar que no pueden vencerla. Pero tampoco aspira a convencer: se conforma con neutralizar la voluntad de los demás. El miedo es su medio y su mensaje. El apoyo electoral con que ha venido contando HB desde hace 15 años no se explica al margen del clima de presión social generado por el entorno de ETA y a la sensación de impunidad que rodea a sus acciones y amenazas. Un clima en el que siempre está presente la silueta de los pistoleros como razón última, pero que se manifiesta también en esa otra violencia difusa de los rompelunas y quemacoches y en mil formas de imposición y coacción: en el centro de trabajo o estudio, en la calle, en la fiesta. En 1994 se registraron en Euskadi 287 acciones violentas de grupos radicales, 32 ataques a sedes de partidos o vehículos de afiliados a los mismos, 41 agresiones contra ertzainas y 11 contra miembros de otros cuerpos policiales.

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Para que el temor difuso se transforme en adhesión activa o pasiva de miles de personas, los terroristas necesitan adquirir un protagonismo en la opinión pública. ETA aspira a ser reconocida como actor principal de la escena política, y para ello precisa de una cierta neutralidad de los medios de comunicación. Por eso ahora amenazan a los periodistas. Hace unos días, en un programa de televisión, el cantante Gurruchaga comparó al mundo de ETA y HB con el de lo s fundamentalistas de Argelia. Realmente sólo les faltaba apuntar contra los periodistas para dar verosimilitud al paralelismo. Idígoras ha tenido la ocurrencia de justificar las amenazas aludiendo a la libertad de expresión. Como si fuera lo mismo utilizarla para defender una idea que para incitar al asesinato.

Las muy moderadas reacciones críticas producidas en el mundo de Herri Batasuna tienen un común denominador: nadie condena el asesinato de Ordóñez por razones morales, por su crueldad o su injusticia; los críticos se limitan a aventurar -cautelosamente- su inoportunidad. Es, sostienen, "un error político". Sería ingenuo esperar otra cosa. No es realista pensar que quienes han aplaudido asesinatos de niños de dos años vayan a dejarse convencer por argumentos morales. Los terroristas sólo dejarán de matar -y sus beneficiarios de apoyar- cuando se convenzan de que no sacan beneficio alguno de seguir haciéndolo. Es decir, cuando se convenzan de que no habrá más concesiones como la ole la autovía de Leizarán, ni más ofertas de negociación bilateral, ni pactos municipales de ningún tipo mientras no renuncien definitivamente a la violencia. Y que, entretanto, no habrá más impunidad para los que se creen con derecho a amenazar únicamente por ser amigos de los pistoleros.

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