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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

En busca del hombre perdido

Seis personajes en busca de autor Autor: Luigi Pirandello (1921).Adaptación de Miguel Angel Conejero. Intérpretes: Helio Pedregal, Arantxa Aranguren, Nuria Gallardo, Gabriel Garbisu, Marcos Pombo, Lara

Pombo, María Álvarez, Cherna Muñoz, Claudia Gravi, Gaspar Cano, Resu

Morales, Petra de Tena, Sonia Javaga, Ion Garayalde, Francisco Ureña,

Javier Nogueiras, José Luis Martínez, Javier Alonso. Escenografia: Andrea

D'Odorico. Vestuario y dirección:

Miguel Narros. Teatro Albéniz.

Madrid, 26 de enero.

Estalló esta obra en 1921, sobre un teatro de autor que ya le había abierto camino y en una época (la, primera gran posguerra, fecunda y pensadora) que descubría la complejidad del hombre. Pirandello y Freud eran, en mi infancia, los nombres dominantes: el querido vienés había propiciado una apertura inmensa de perplejidad y curiosidad sobre nuestros huéspedes desconocidos (título contemporáneo: de Maeterlinck), y Pirandello era uno de sus grandes divulgadores en el arte, de sus investigadores en el pensamiento. Teatro de ideas, se decía: muchos estaban en contra. Veo esta obra como un psicoanálisis que Pirandello practicase sobre la teatralidad: no sólo sobre la del escenario, sino sobre la del hombre representándose, sobre la verdad inasequible, sobre los millones de diferencias ante un Mismo hecho. El teatro tuvo esa grandeza (que algunos no comprendieron bien y le relegaron a un sistema menor de la literatura: nunca tan negativos como en este tiempo, en el que se le reduce, incluso, al espectáculo) que fue la de ejemplificar, trabajar la casuística, divulgar y, al mismo tiempo, alzarse frente a nosotros (y entre nosotros) para que nos viéramos,, oscuros y o claros, en él.

La nueva representación que da Narros de esta obra que él mismo hizo doce años atrás (Reina Victoria, Madrid, 12 de marzo de 1982) entra en la angustia actual por la cual el teatro parece condenado al laberinto sagrado y cerrado del que no se sale nunca: volver y volver a lo mismo. El teatro de director ya ni siquiera vuelca su inventiva y su cátedra -lo que pretendía Justificarle- sobre el descubrimiento de obras, antiguas o modernás: cierra su ciclo volviendo a sí mismo y a los lugares que frecuentó. Víctima de la ansiedad de volver a ser.

Habría que entrar en comparaciones de esta obra no con la escrita en 1921, sino con la dada aquí, por el mismo autor: no tengo memoria para ello, ni creo que merezca la pena. No voy a utilizar yo la que tengo escrita: que repongan ellos. ¿Es muy distinto este montaje? ¿Significa algo, realmente, una revisión de montaje sobre una pieza escrita de carácter universal? ¿Es más o menos limpio el texto actual de Conejero que el suyo, anterior? ¿Vibra más Nuria Gallardo de pudor ultrajado, de mujer vendida que su antecesora? ¿Vibrará más la niñita (la señorita Lara Pombo) que ahora juega a la comba en el escenario -la patética niña ahogada- cuando haga el papel de damita o, cuando dentro de muchos más años, haga el de la madre para una nueva revisión que haga el entonces glorioso y poderoso anciano Narros? Son problemas de ellos: ni del espectador ni míos. No tienen proyección pública.

Generaciones de jóvenes

Lo que puede importar ahora es que hay generaciones de jóvenes que no han visto nunca la obra, y quizá se la merecen; y de otros que vuelven a frecuentar el viejo suceso. Ha cambiado la sociedad: sólo en estos doce años, ha cambiado enormemente, y en España también: sobre todo, en España. Aun entonces, el que ya se predicase el "hombre unidimensional" (Marcuse, 1964; llegó aquí poco y más tarde) no influía sobre una sociedad freudiana, por aplicar un nombre común a esa complejidad, contradicción, lucha interior en que se popularizaba un pensamiento que, a su vez, había sido tomado del teatro (Freud le puso los nombres de la tragedia griega); había ideologías, chocaban contradicciones, mezclaba el español sus deseos y sus conveniencias, sus ilusiones y sus posibilidades. Ahora la mecánica humana se ha gripado, como dicen en los talleres (del francés: las piezas, mal lubrificadas, se sueldan, se agarrotan, se pegan unas a otras) y esta agilidad interna del pensamiento y la conciencia ya no funciona igual. Lejos de mí la idea de decir que ha cambiado la condición humana, tan antigua y perdurable: pero sí que la presión social, las dictaduras reales o democráticas, las ideas recibidas, la necesidad de supervivencia, han apartado la fertilidad del pensamiento anterior y su juego; también la del teatro, y a veces al teatro mismo. Condenado a repetirse.

No puedo tener el valor de emprender ahora -y menos aquí, en esta urgencia, en esta colocación- cualquier escritura más que se añada a los cientos de miles de páginas, quizá millones, que se han escrito sobre Pirandello y el pirandellismo. Apenas informar que este espectáculo existe de nuevo: de que es, en parte, un museo de uno de los momentos culminantes de la grandeza teatral que tuvo este siglo (y el final del anterior); que puede servir de algo. Y que, en fin, el que quiera limitarlo a la historia de, la virgen vendida al viejo comprador, y las dimensiones que pueden ser nobles en los dos personajes -la razón de cada cual: también sobre eso escribió Pirandello- puede verlas reflejadas en Nuria Gallardo y en Helio Pedregal, dirigidos por Narros. Como verá un bellísimo quimono y un abrigo blanco del estilo de la época; y se escuchará un gran texto que está por encima del montaje y de la interpretación.

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