El regreso de los "cautivos" de Argel
120 miembros de la colonia española han sido ya repatriados ante las amenazas de los grupos raclicales islámicos
Como los frailes mercedarios se afanaban en rescatar a los cautivos de Argel hace 400 años, los diplomáticos de Madrid en la capital argelina se dedican ahora. a repatriar a los miembros de la colonia española, amenazados de muerte desde noviembre de 1993, como todos los rumis -cristianos, o simplemente extranjeros-, por los grupos radicales islámicos. En aquel momento el censo de la colonia española superaba el medio millar. Hoy se ha reducido !L la mitad: 120 personas han sido repatriadas -incluidas 30 familias completas- y los demás malvendieron sus negocios para marcharse por sus propios medios. Mientras, el consulado reconoce, que las órdenes religiosas ya han tocado a rebato para cerrar sus misiones.La repatriación más reciente ha sido la de la bilbaína Nieves Saénz, de 46 años, que el pasado martes empezó una nueva vida con su marido argelino y sus tres hijos -de 15, 12 y 11 años- en Vitoria. Vivía aterrorizada por las continuas amenazas de los integristas, agravadas por la activa participación -de su esposo en el movimiento cultural bereber, la minoría étnica que representa a una quinta parte de los 27 millones de argelinos. Residían en Tizi Uzu, la capital de la Cabilia (100 kilómetros al este de Argel), donde a finales del año pasado los integristas radicales asesinaron a tres sacerdotes franceses de la Orden de los Padres Blancos franceses y a un misionero belga. "Estuve llorando un día entero cuando los mataron. Cada vez que veía venir a alguien desde la ventana de mi casa me escondía atemorizada", relataba Nieves Sáenz a su llegada a Madrid
Volver de vacío
Como muchos repatriados, vuelven a España casi de vacío. La ley argelina restringe la venta de los bienes de los extranjeros, que difícilmente consiguen recuperar el valor de sus propiedades. Los impuestos suelen superar el importe de la transacción y muchos tienen que dejarlo todo a nombre de familiares o amigos. El consulado español en Argel negocia a marchas forzadas un acuerdo con las autoridades locales para evitar que el extrañamiento sea sinónimo de la pobreza.
Nieves Sáenz y los suyos están ahora alojados en un hotel de Vitoria. Los servicios sociales del Ayuntamiento correrán con sus primeros. gastos mientras comienza a resolverse su situación económica. Esperan que el Gobierno vasco les facilite una vivienda -10.000 pesetas de alquiler mensual- y que el Inem les eche una mano para encontrar trabajo. "La acogida ha sido buena", agradece Nieves Sáenz, "y espero que los indecisos que aún siguen en Argelia sepan que es posible escapar del miedo y empezar una vida con más esperanza
Sacarles del terror ha sido un trabajo de artesanía, fruto casi siempre de la improvisación para resolver cada caso concreto. Pero los integrantes de la pequeña España de Argelia viven desde hace meses en una zona catastrófica permanente. "Es un trabajo de equipo de los servicios diplomáticos en coordinación con todos los organismos españoles", aclara Bernardino León, cónsul español en Argel. "Nadie que se quiera ir se queda en Argelia, pero haría falta un decreto con medidas globales para agilizar las repatriaciones".
El Ministerio de Asuntos Exteriores recalca que sólo tiene que ver con una parte del problema: el regreso a España. Paga los billetes de avión y facilita dinero para los primeros gastos. A otros ministerios, como Asuntos Sociales o Trabajo, les compete acomodar a los repatriados. "Hace meses que recomendamos a los españoles que abandonaran el país, y ya existe una, autorización general a la Embajada española en Argel para gestionar todas las repatriaciones, con prioridades especiales respecto a los trámites normales", explica una responsable de la Oficina de Información Diplomática. "Hasta el momento, nadie se ha quedado tirado en un aeropuerto".
Los pies negros españoles tienen el miedo metido en los huesos. "Diga que me llamo María y que me encuentro en Andalucía, nada más". Con estas salvaguardas, está andaluza de 50 años accede a hablar del pequeño comercio que tuvo que abandonar las pasadas Navidades en Argel, después de tres décadas de afanes para sostener a solas a sus hijos. "Tengo aún mucha familia en Argelia, ¿sabe? Yo tuve que irme de allí porque a mucha gente que conocía se le metió el demonio en el cuerpo", relata con su extraño deje, mezcla de castellano del sur y francés norteafricano.
"Prefiero pedir limosna a perder la vida". Sobrevive con 45.000 pesetas mensuales de subsidio y la ayuda de familiares. "Diga que me ayudan mucho en la parroquia de...", insiste. "Si no me sacan de allí, me matan.... tengo familia en Argelia, no puedo decir más", es su sonsonete. No entiendo cómo puede haber gente que mate a, su propio hermano". Así describe la situación de guerra civil que vive esa capital argelina que tanto echa de menos. "Mis amigos, tanta gente". Recuerda a la hermana Esther Paniagua, asesinada con la también misionera María Álvarez el pasado octubre en Bab el Ued, el antiguo barrio español de Argel. "Ellas amaban tanto como yo ese país", susurra María, la andaluza.
Cuando empezaron a llover las amenazas contra la colonia extranjera en Argelia, su hijo la encerró en casa. "Por lo menos, ahora lo puedo contar. Cuando sabes que puedes morir no piensas en otra cosa, Ni en el dinero, ni en nada. La vida es muy difícil en España. Pero prefería vivir y me vine como una loca".
Mientras el consulado organiza nuevas operaciones de salida, los repatriados se van acostumbrando a vivir sin las llamadas a la oración de los almuédanos, sin las canciones de Um Kulzum siempre en la radio, y aprenden a olvidar el miedo.
"Vi cómo torturaban y estrangulaban a un funcionario"
Recién salido de las montañas del interior, ni argelino ni español, Manuel Hernández vive con su familia en Daimiel (Ciudad Real) desde el pasado verano. El municipio manchego, de 17.000 habitantes, se ha volcado con el repatriado, que nació en Argelia y es hijo de un republicano español natural de Daimiel. Le han ofrecido una vivienda, trabajo en los servicios públicos locales para él y para su esposa argelina, y plazas escolares para sus cuatro hijos, de nueve ' siete, cinco y dos años. "Ya casi hablan castellano mejor que yo", se jacta Manuel Hernández, con un marcado acento magrebí. Abandonó su casa en Tisemsilt, a unos 400 kilómetros al sur de Argel, donde vino al mundo hace 39 años. Era una zona de riscos controlada por los grupos armados islámicos. "Viajaba en un taxi colectivo cuando presencié cómo era torturado y estrangulado un funcionario argelino en plena carretera", recuerda en voz baja.
Su pasaporte español fue el salvoconducto que le permitió huir del terror. Se marchó a la carrera con cuatro maletas y los 1.000 francos franceses (25.000 pesetas que le entregó el consulado. Pero no tuvo tiempo para liquidar su taller de pintura.
Mientras espera un contrato como trabajador de un centro municipal de Daimiel, Manuel Hernández sobrevive con peonadas en el campo y con los ingresos de su mujer, que limpia las escuelas públicas por las noches. "Ha sido muy difícil venir aquí, en Argelia lo dejé todo. Pero no podía seguir viviendo así, esperando a que me matasen". En su localidad sólo había dos extranjeros: él y una alemana casada con un argelino. Ya no queda ninguno.
"Lo había pensado muchísimo; no quería irme, pero tenía un miedo terrible". A finales de junio del año pasado le llamó el cónsul español en Argel. Ahora o nunca. Y el 5 de julio llegó a Madrid con otras cuatro familias repatriadas, 19 personas en total, que iban a ser acogidas en Castilla-La Mancha.
Ramón Marrero, consejero de Trabajo de la Junta de Andalucía, tiene pendiente sobre su mesa una operación de repatriación de similar calado: seis españoles -con sus familias suman 15 personas- que van a instalarse antes de que acabe este mes en su comunidad autónoma. "Vamos a aplicar los mismos programas sociales que ofrecemos a cualquier emigrante andaluz que retorna", precisa Marrero, que tendrá que abrir una residencia de veraneo para acomodar a las familias y localizar un asilo para los más mayores.
Decir Argelia abre muchas puertas en España a quienes huyen de las amenazas de muerte. Hay funcionarios que rompen con su rutina y trabajan horas extras, servicios sociales que se movilizan de noche o empleadas de facturación del aeropuerto que hacen la vista gorda ante el exceso de equipaje de Nieves Sáenz, y su familia. Sólo sabían que eran los últimos españoles de Tizi Uzu.
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