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Tristeza sobre el río Cam

Éste es el paisaje de Luis Cernuda: el de los escalofriantes poemas Río vespertino y Vereda del Cuco. ¿Cuántas veces habré pasado por aquí sin percatarme? Cuando el río Granta comienza a llamarse Cam y afluye a Cambridge, unos ingenios hidráulicos lo encauzan en acequias y esclusas; después se convierte en la corriente que se desliza glauca entre los viejos colleges y limita la ciudad hasta los barrios más modernos. A esta hora, la turba de estudiantes veraniegos, aglomerada junto al Granta que muere y el Cam que nace en Silver Street, se va segregando por lenguas y costumbres. Hoy como ayer, el acento de Milán apenas si se mezcla con el de Barcelona, ni el de Bilbao con el de Marsella, a la hora de farfullar una frase inglesa en un desganado intento. Las reglas del turismo lingüístico permanecen incólumes en ese negocio de administrar lo que las clases medias perciben hoy como lengua del éxito y del ejecutivismo. En mala hora se fabuló que el viajar destruye prejuicios y muta y amplía horizontes de expectativa y valor. Quizá la vieja noción del viaje en cuanto extrañamiento ha desaparecido ya de un mundo tan unificado: el modélico quinceanero de esta viñeta va con su rock y su pop a cuestas camino del Calvario adulto. Madonna, Michael Jackson, Mick Jagger o cualquier otro engendro de la juventud adulada acompañan por doquiera a esa arcilla de un mañana inimaginable que ahora es exprimida en otro espejismo pedagógico: aprender inglés en el verano inglés.Con un súbito suspiro, la imagen ingrávida de Luis Cernuda se hace carne ante mí. Quizá ha bajado por Downing Street desde Emmanuel College y busca alguna oscura inspiración entre la humanidad novicia. Feliz él si lo encuentra entre los cubiletes gigantes de la cerveza, los plásticos pisoteados de la dosis anterior, la hamburguesa mordisqueada como se mordisquea en cualquier sitio del orbe, la vomitona festiva y el fragor de una jerga chillona y maleducada.

¿Cuánto tiempo habrá transcurrido? En ocasión lejana me detuve en este mismo punto de la esclusa donde el Cam comienza bajo el puente. Había pasado todo el día en la biblioteca de la Universidad, la cabeza me ardía y sentía un lacerante pálpito en los ojos. Junto a mí tenía una antología de Mandelshtam y un libro de Frege..., ¿o era de Kripke o Popper? Luego había de colocar a aquella poesía y a aquella filosofía en casillas diferentes de las que por entonces hacía propias. Mas toda esa reubicación sería cosa del incierto futuro. Tras tanto cansancio y sinsabor, tras tanta guerra y tanta iniquidad como acoge el mundo, ¿qué peso atribuir a unos versos rusos o a unas reflexiones sobre el lenguaje y la ciencia? Alguien que me amaba y a quien yo amaba captó al punto mi sentimiento de aquel atardecer. Quizá recordamos ambos que, como en el viejo himno, tras la batalla las mariposas se posan por igual en el cuerpo de los vencedores y en el cadáver de los derrotados. Yo tomé entonces una hoja de mi cuaderno y, con un reflejo infantil, construí un barco de papel que deposité sobre el agua. Titubearon un poco las dobleces del pliego y la esclusa abierta lo engulló al rato. Mas el barquito cabeceó antes de enfilar el rápido y desaparecer en el torbellino. Aquel momento fue mi ofrenda involuntaria al río Cam, mi talismán fecundo de estudiante y mi exorcismo contra la dubitación presente y futura de estudioso.

En esta noche vuelvo a mantenerme en pie a la orilla del río. No sé cuál es mi tiempo ni mi espacio, ni sé qué se ha hecho de quien me amaba y yo amaba, ni del estudiante que era entonces yo mismo. Y es que ahora, en esta ensoñación de no-ser, el río Cam está sacando el pecho fuera del cauce. Se yergue, se levanta el río todo y se dirige a mí en una lengua que es la de entonces y la de ahora. Es la lengua sabia que susurran todos los ríos cuando algún hombre, perplejo los interroga. Este discurso gotea ya como un plomo fundido que se incrusta en un alcázar de memoria intemporal y cristalina. Allá van, al viento, sus palabras: "No creas, hijo mío, que con cuanto aprendas aquí o allí hallarás defensa o apoyo. Si el don de la creación te visita alguna vez, tu camino será siempre el del pordiosero que llama a la puerta del mandarín. En ocasiones, será al despacho del burócrata de la Nada, ése de escalafón y trienio, y otras, a la guarida del mandamás glotón y coriáceo ante la palabra ajena. Yo he visto muchos siglos, pero en este tuyo atribulado parecen haberse reunido todos los mercaderes de la escena y todos los trasegadores de naderías a sueldo de un universal filisteo. Esos son hombres ruines e interesados. No entres jamás en sus conciliábulos ni te mezcles en sus disputas. Su elevación se sustenta en la ignorancia y el embuste; mas es la ignorancia y el embuste ecléctico de quienes, sin gracia, viven de hacer gracia. Pueden ser grafómanos de premio y galardón, o animadores de verbenas a las que no estás invitado. No creas tampoco que la cultura o la ciencia se tasan hoy en dinero bruto, en ese de los prestamistas y los sátrapas de la rapiña que denominan finanza. Si aspiras a la integridad intelectual, siempre habrás de ser pobre. Las sendas de todo saber verdadero están hoy más que nunca flanqueadas de tentaciones y precipicios desde el primer abecedario. El desfiladero de la exhibición es la Cueva de la Nada, que devora a todo creador sincero".

"Más te diré: guárdate siempre de las clases medias de agria parienta y parejita conejera, las de letras, plazo y úlcera, porque ésa es la más frecuente forma que reviste la tiranía ágrafa del presente. Su embotamiento ante cualquier entretenedor es el lecho fofo en el que hoy se solazan cuantos administran la impostura. Ésa, la impostura, es la que mueve el cangilón del mundo. El maligno genio que tendió la primera liana entre el Ser y el Parecer se ha convertido en el amo tutelar de toda esa pradera; en donde pacen los súbditos hasta su última esquilmación de voluntad, de dignidad y de dinero. No veas en esto ni brizna de orgullo, pero jamás olvides que tu reino no será de este mundo porque te has ido haciendo aquí y allá sin reino y sin mundo".

"Si el don del pensamiento y el dolor de la escritura te visitan, salta siempre sobre el valladar de la normalidad espesa que propone cada siglo. Que te ayude el pasado, pero que no te paralice ni te deslumbre. En cuanto a ese futuro incandescente con el que el hombre engaña siempre al hombre, no sofoques tu inquietud ante él, pero guárdate de convertir el conato de conocerlo o de moldearlo en alienación o en ceguera hacia el presente. Nada pierdes y todo ganas con admirar lo poco y los pocos que verás acreedores de admiración. De igual forma, nada pierdes y todo ganas con despreciar lo mucho y los muchos que por desgracia van a concitar tu desprecio. Cuida siempre el don de la indignación, porque sin él no hay vida moral que merezca ese nombre. Mas el inevitable Jano de la admiración y del desdén debe ser una divinidad doméstica y de vedado coto. Es pena perdida blasonar de ella ante la mendacidad del político y del clérigo, la voracidad del banquero, el ceño romo del militar y el tráfico burlón de la puta. Todos ésos son escollos en los que tarde o temprano habrás de mostrar tu valentía. Antes que tú lo han hecho muchos, y tanto el cemento como el detritus de la sociedad humana se ha ido formando con su achatamiento".

"Pondrás Por encima de todo el culto al saber, el compromiso con la verdad y el amor apasionado a cuanto hay de bello entre los seres. A nadie se lo oirás hoy en el runrún de la moda, pero recuerda que sólo la verdad te hará libre. Sin embargo, la verdad no es una cosa que se destape o descubra. La verdad, ante los hombres, comparece como búsqueda y como aspiración, no como hallazgo. Ahí encontrarás el camino de la única virtud de fuste. No te extrañe que motejen de idolatría trasnochada o de envaramiento intelectual lo que tú vas a tomar por norte. Si quieres, insta a tus contradictores a que te muestren un ídolo mejor. Cuando veas la irracionalidad, la locura, la fealdad y, la ignorancia entronizadas en el ara pública, respóndeles que no te han enseñado nada más digno de abrazo que la cultura cierta. El resto es superstición: religiosa, política, deportiva, erotómana o dineraria".

"El secreto don de la filantropía no dejará de visitarte. Mas también lo hará la no tan secreta misantropía que acompaña siempre a la lucidez. Que un hada buena concilie para ti a esas dos hermanas mellizas. Si no lo consigues, recuerda siempre que a la postre será mejor evitar a los hombres por saber lo que pueden ser y no son que amarlos sin más por no haberlos. conocido a tiempo. Quienes desgranan el rosario de las desilusiones durante toda la vida son precisamente los que han caído en el sumidero de todes esos amores maltemplados".

"Huirás de la vulgaridad como de la misma peste. Tu aborrecimiento ha de ser absoluto aquí. La vulgaridad es la perversión y la perversidad de lo cotidiano. En pensamiento, palabra, obra u omisión, el hombre vulgar ya ha desposado cuanto hay de inicuo en el mundo. Un aura leve en su chalupa, y llegará a cometer todo crimen y toda vileza. Según convenga, los condenará o los exculpará a su modo, porque el hombre vulgar odia al prójimo como a sí mismo. Tal es la venganza secreta de la bondad humana. A tal hombre. no intentes convertirlo nunca; tu esfuerzo será inútil y aumentará tu melancolía. Cuando veas una ciénaga con ranas, obsérvalas un poco. Te percatarás en seguida de que una rana gorda quiere ser la reina. ¿Por qué iba a regir otra ley entre los hombres? Guárdate de entrar en el tejemaneje de las charcas que el aguachirle político o académico ya ha hecho suyo, y aun ha codificado en ordenanzas y reglamentos. Toda mona quiere ser orangután, y todo bedel aspira a ministro. No son ilusos: hay modos y maneras, como irás viendo cada día. Por eso recuerda lo que dejó escrito uno de tus maestros: el espíritu libre huye de la competición. Coloca, pues, la promoción mundana en la última letra de tu abecedario. Con ese principio no te avías para el mundo que va a esperarte, pero te irás creando el tuyo propio y en ése sí que puedes aspirar a la dicha".

"Si algún prurito de ambición te visita, no lo dirijas sino a ti mismo. Nada puedes exigir si no has puesto la exigencia extrema en tu propio afán. No esperes la simpatía, pero reclama siempre el respeto que tú mostrarás con tu silencio o con tu palabra. Todo poder ha de inspirarte desconfianza y sospecha. La paradoja del orden humano es inevitable hoy: si la púrpura y la pompa del mando recayera en quien decidiera el azar, la rotación o la herencia, quizás podrías confiarte por algún momento. Pero tu guardia no puede conocer relevo ya. Hoy por hoy, esa púrpura se negocia y rifa sólo en el zoco (le la mendacidad y la mercadería. ¿Acaso puede un hombre agarrar un átomo de poder sin haber dejado algún cadáver en su camino? El filisteo sólo buscará el aplauso y el voto de los filisteos, porque los otros son pocos y él no los conoce. ¿A qué puede apelar si no es a la incuria del intelecto y a la, adulación del apetito? Los verás empinados en todos los riscos de la vida pública, con sus clanes y sus fratrías, y los oirás perorando día y noche sobre su sacrificio por el interés general y la causa de todos. Que no te azore la credulidad de sus víctimas, y cuida de que te sea tan ajena como la gana de explotarla tú mismo. ¿Qué lóbulo cerebral se irrita, qué misterioso nervio vibra en todo aquel que se adelanta para pastorear a sus semejantes? No olvides que lo que en una época fue liberación, en otra puede convertirse en esclavitud".

"La impunidad, hijo mío, sella esa ígnea lluvia de la vida colectiva e inescapable. Ni la ciencia, ni el arte, ni toda la cultura podrán emancipar hombre que no sabe delimitar como inexpugnable el castillo de su integridad. Eso, a veces, se hace confrontado con todo y con todos. Y eso sólo puede hacerse junto a todo y junto a todos. Hombre entre los hombres, ínfimo hijo de Cartesio, recoge esta enseñanza y no desfallezcas ante tanto peligro. Por esta noche vete en paz".

Metió el río Cam su pecho en el cauce y el torbellino de las cosas entremezclé el bordón de los veraneantes con los temibles versos de Luis Cernuda. ¿Quién había hablado allí? ¿Quién había escuchado? `Cuándo, gran Dios, cuándo había ocurrido todo aquello? ¿O acaso ocurrirá? En la oscuridad fosfórea sólo percibí un barco de papel que cabeceaba medio náufrago por la esclusa abierta.

A. Pérez-Ramos es doctor en Filosofíia por la Universidad de Cambridge.

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