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"La Inteligencia' se despide

El viernes pasado, un grupo de intelectuales se rebeló contra Felipe González. La decisión, forzada por la posición del presidente del Gobierno en el caso GAL, es histórica. Abandonado crecientemente por distintos sectores sociales, La Inteligencia se había convertido en una de las últimas armas del poder. Marcados por la herencia intelectual del franquismo y defensores de los ideales tradicionales de la izquierda, los intelectuales españoles han sido, desde los primeros años de la transición, uno de los mejores reclamos para el socialismo, para el PSOE y, por supuesto, para Felipe González. Casi veinte años después, la magia se ha roto.¿Qué ha pasado? ¿Cuál es el recorrido que ha llevado a aquellos hombres que el 8 de diciembre de 1976, con motivo del primer congreso celebrado públicamente en España por el PSOE tras la muerte de Franco, saludaron los logros socialistas a denunciar la actitud del Gobierno y de su presidente en el asunto de los GAL? ¿Por qué, pese a que desde hace varios años se conocen buena parte de los manejos del poder, la cultura española ha tardado tanto tiempo en descubrir la situación? La rendición de los intelectuales, su desencanto sobre Felipe González es un larguísimo proceso en el que, a la vista de los acontecimientos, nuestra clase pensante no sale excesivamente bien parada.

Idealistas y un tanto naïfs a la hora de manifestarse públicamente, teórica y emocionalmente de izquierdas, rencorosos con los errores del adversario y condescendientes con los de los suyos, la reciente historia política de los intelectuales españoles es un ejercicio de prevención, pero también un alarde de parcialidad y ceguera intelectual que les compromete. Con el corazón dividido entre el PSOE y el PCE primero, y entre Felipe González e Izquierda Unida más tarde, los intelectuales españoles (entendiendo dentro de este grupo a personajes que van desde Miguel Bosé o Ana Belén a Albert Boadella o José Luis Sampedro) han tenido que hacer malabarismos para asimilar traumas del calibre del ingreso de nuestro país en la OTAN, la caída del muro de Berlín, el desmoronamiento del comunismo o las vergüenzas públicas de la antigua URSS. El catálogo de sapos envenenados ha ido engordando con el tiempo, ante 6.1 creciente estupor, pero también el silencio, de quienes se los tenían que devorar ciegamente.

Mirando a veces, para otro lado, todo ha sido justificado. La coartada, cuando la razón se. rebelaba, consistía en presentar al PSOE, al Gobierno y, en última instancia, a Felipe González, como males menores ante una derecha que nunca ha sabido ganarse la confianza del mundo de la cultura. Frente a la creciente sospecha de que cada vez había más cosas que olían a podrido en sus propias filas, los amigos de la izquierda han rienunciado a la autocrítica y se han dedicado a señalar el vacío intelectual de las filas contrarias.

El desencanto llega a su fin. La última pirueta se celebró, con todo el lujo de detalles, en junio de 1993, en vísperas de las últimas elecciones generales. Acosado por una derecha crecida y cercado ya por numerosos escándalos, Felipe González recibió el balón de oxígeno de un manifiesto firmado por un centenar de personalidades de la cultura y el el espectáculo, que recurrieron a manifestarle su apoyo, personal, sin atreverse a hacer ninguna mención al partido al que representaba. Hubo fiesta para celebrarlo y debió haberla también cuando otros 600 firmantes hicieron un llamamiento público pidiendo el voto "contra la derecha".

El espectáculo probablemente no ha terminado. Pese a que todos se horrorizan ante lo que está pasando, cuando lleguen las próximas elecciones los intelectuales locales volverán a justificar su conciencia. Y si entonces el PSOE estuviera enterrado y González resultara ya impresentable, la opción sería Izquierda Unida. Aunque para poder hacerlo se vean nuevamente obligados a olvidar y hacer la vista gorda ante las purgas impuestas por Anguita a los nombres más contemporáneos de nuestra izquierda. El "odio eterno a la derecha" lo justifica todo. Incluso el olvido de la propia inteligencia.

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