_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un tiempo de incertidumbres

Como señala Eric Hobsbawn en su último libro, The age of extremes, la caída del muro de Berlín ha llevado al siglo XX a un fin prematuro y claro. Y con éste. ha llegado a su fin la idea que dominó el siglo XIX, el siglo de Europa: la idea de revolución. Esto se vio ya en 1989, en la conmemoración del inicio de la Revolución Francesa, que trajo la apología de Luis XVI y el recuerdo doloroso de la Vendée. El revisionismo de Furet se ha adueñado del campo de los estudios.Eso conduce a un cambio en la memoria histórica y, por consiguiente, a un cambio de cultura. Del gran siglo de la razón, el siglo de las Luces, el XVIII, podemos aceptar la idea de nuevo inicio, de renovación, no las de ruptura, de aniquilación del pasado. Aceptamos la revuelta norteamericana en nombre de la tradición y del derecho, no la francesa en nombre de la razón y de la naturaleza, como bien vio una de las principales estudiosas del totalitarismo moderno, Hannall Arendt.

El año 1989 el un acontecimiento alemán, pero su origenes ruso. Y en Rusia nació la contribución decisiva a la idea de revolución: el nihilismo. En Rusia, Necaev revelé la esencia metafisica de la idea de revolución y Dostoievski la describió en su claramente profética.Los demonios. Tras el fin del comunismo, Rusia aparece en la dramática desnudez del endemoniado de Yerasa, el cuento evangélico, que Dostoievski puso como epígrafe a la novela.

¿No ha terminado demasiado pronto el comunismo, no haría sido mejor una decadencia irigida, Gorbachov en vez de Yeltsin?

En su ensayo Karol Woityla: vittoria e tramonto, Carlo Cardía señala la simpatía del Papa por Gorbachov, como si aprobara el camino elegido por éste las dificultades mostradas por el Vaticano con Yeltsin. Pero la revolución, nacida de golpe, ha muerto de golpe. En 1991, un cuartel declaraba en Leningrado: La Revolución de Octubre: 70 años de marcha hacia la nada" nihilismo se había autoanulado.

El pesár por la rapidez de la muerte del comunismo indica que la revolución fue una cultura moral, una religión; es más, la religión del siglo XX: el los de este siglo ha muerto. Y tienten su ausencia tanto los que lo adoraron como los que no combatieron; la cultura de la evolución ha dominado los pensamientos, aunque no haya subyugado todos los cuerpos. De un orden estamos pasando hoy a un no orden. En este no orden estamos, en este no orden pensamos.

Un tiempo de incertidumbre requiere algunas seguridades. Tras el fin del comunismo, la el próximo siglo. No obstante, me atrevo a recurrir a una experiencia personal y gremial (del gremio de los poetas, ¿por qué no?) que he ido recogiendo como un signo de algo, todavía no sé muy bien qué. Durante el año 1994 he comprobado, en varias ciudades de América Latina, la masiva asistencia de jóvenes a lecturas de poesía y también a recitales de cantantes populares cuyas letras no constan de una sola línea insustancial que se repite hasta el infinito. La crisis económica ha sido asta el momento el asunto de oda, y apenas circulan noticias e la crisis cultural que sufrimos, mucho me temo que la aplicación de la reforma educativa produzca consecuencias nefastas, que se reflejarán en generaciones todavía más analfabetas que las actuales. Sólo nos faltaba esto.

La filosofía, es considerada cosa de locos" por quienes no saben valorar su peso en el desatomada de la encíclica Quadragesimo Anno, de Pío XI, concilia la tradición católica con la norteamericana. La idea básica es que el Estado no debe hacer lo que los individuos pueden llevar a cabo. Esto no se refiere tanto a la descentralización del poder como a la autonomía de la sociedad respecto del Estado.

En Italia, esto ha significado la superación del concepto expresado en la Constitución de 1948 de que, junto al status fibertatig (los derechos tradicionales del hombre) y a un status activae civitatis (los derechos democráticos), existe un derecho a la justicia social, es decir, el derecho a que el Estado garantice debidamente los "derechos económicos" del ciudadano. Había funcionado en la Constituyente antifascista un concepto que el socialista Mussolini había tomado de, la cultura de su partido e incorporado a la Carta del Trabajo de 1926. Los católicos de la Consituyente eran profesores de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, como Amintore Fanfani, que habían recibido el keynesianismo y el new deal de Roosevelt y habían superado, en colaboración con los comunistas y los socialistas, la tradición fuertemente liberal del partido católico italiano, el Partido Popular de Luigi Sturzo. El partido democristiano, ligado a esta concepción, es la víctima, junto con el partido socialista, de la desconfianza de los italianos hacia el Estado social y en general, hacia la mano pública.

En Italia, como en el Este, el cambio político se ha expresado mediante un cambio cultural., Se ha producido el repudio del Estado judicial, la Iglesia católica ha tomado nota y ha abandonado a su suerte a la Democracia Cristiana.

El fenómeno no es sólo italiano. La confluencia de los Estados nórdicos en la Unión Europea también se ha debido a la crisis del modelo socialdemócrata, es decir, de una gestión moderada del principio revolucionario: el Estado cambia la sociedad y garantiza la justicia social.

De todas formas, el paso de la tradición jacobina a la liberal, ' de la primacía social de la justicia a la primacía civil de las libertades, no es fácil. Y el problema funda mental es el dé la cuestión moral. El punto débil de la revolución es que ésta, al aceptar que el individuo podía ser modificado por el Estado, no, se preocupaba de sus motivaciones personales. La política sustituía a la moral. No es casual que la caída del principio revolucionario se dé en todas partes, en el Este, pero también en Italia, bajo el peso de esta cuestión. Por último: si es posible y es políticamente útil, ¿por qué no pedir tangentes a cambio de concesiones administrativas? Cuando la revolución, idealmente, llegó a su fin, los italianos consideraron insostenibles los robos de los partidos. Pero una moral no se improvisa. Y en una sociedad que elige sus combinaciones de valores individualmente la dimensión social de la mora lidad es un problema abierto.

Gianni Baget Bozzo es politólogo italiano.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_