La caIle del medio
LA POLARIZACIÓN informativa en tomo a los escándalos políticos y económicos ha apartado del primer plano algunas cuestiones de gran impacto social. Es el caso del conflicto de la enseñanza de la religión, que afecta a varios millones de escolares y padres. Antes de que finalizara 1994, un Gobierno con demasiados frentes abiertos intentó una salida ecléctica que no disgustara a nadie, con el resultado de defraudar a la vez a la Iglesia y a la opinión laica.El problema estaba planteado desde que el Supremo anuló una fórmula que consistía en que los alumnos no matriculados en religión pudieran dedicar este tiempo a estudio tutelado. El Supremo consideró discriminatorio que los alumnos de religión no pudieran aprovecharse de esas horas y reclamó al Gobierno otra solución. Y el Gobierno la ha dado: hasta los 14 años, los estudiantes que no escojan Religión y Moral dedicarán ese tiempo a "actividades de estudio alternativas que tendrán como finalidad el conocimiento y la apreciación de determinados aspectos de la vida social y cultural orientados al análisis y la reflexión". A partir de los 14, dichas actividades de estudio versarán sobre "manifestaciones escritas, plásticas, y musicales de las diferentes confesiones religiosas".
La Iglesia sigue empeñada en reclamar para la religión, aunque no parece que vaya a insistir en la vía judicial, un rango similar al de cualquier otra asignatura: que sea evaluable y contribuya a la media con el resto de notas. Pero si la citada calificación contase para cualquier currículo supondría un agravio para aquellos alumnos que -por motivos de conciencia o porque, siendo católicos, piensan que la catequesis es una tarea pastoral de la parroquia- no se han matriculado en ella. Agravio inaceptable si, además, cupiera la menor sospecha de que esa calificación pudiese retribuir una confesionalidad manifiesta.
Los padres laicos defendían una fórmula sencilla: o religión o patio. Incluso aconsejaban ubicar el horario de esta clase de religión al inicio o al final de la jornada para que el resto de los alumnos tuviera más libertad para organizarse los horarios no lectivos. El Gobierno ha tirado por la calle del medio. Impone a los estudiantes no matriculados en religión unas vaporosas actividades sobre materias sin valor académico. Será la autoridad educativa quien las fije próximamente y, en todo caso, los matriculados en religión estarán ajenos a tales actividades. En algunas comunidades con competencias plenas en educación, como Cataluña, la fórmula alternativa ya existente es una clase de cultura religiosa, y en secundaria, con la reforma, la religión es una asignatura optativa y quien no quiera matricularse en ella debe cumplir con créditos de otra asignatura optativa.
Según la fórmula del ministerio, los estudiantes mayores de 14 años recibirán clases de cultura de las religiones. Ningún ciudadano de nuestro ámbito cultural puede transitar por el mundo de hoy sin tener la suficiente información sobre la enorme herencia que significa la cultura cristiana y, dada la actual permeabilidad mediática, no es en absoluto sobrante conocer la existencia y contenidos de otras religiones, tan o más importantes en otros lugares. Conocimiento que debería igualmente procurarse a los matriculados en Religión y Moral. Tan legítimo es matricularse en esta materia como no hacerlo, pero lo que debe garantizar la Administración educativa es que ninguno de los dos colectivos sufra una merma en su formación global que penalice su elección.
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