Nace la Europa de los Quince con voluntad continental
La UE empieza a ocupar el vacío que dejó la caída del muro de Berlín
El mapa europeo de hace cinco años y dos meses está en el desván. Un muro, el de Berlín, y un telón, el de acero, parecían dividir a Europa para siempre. A finales de 1990, Alemania se unificaba. La República Federal absorbía a la República Democrática (RDA). Era la primera ruptura del mapa continental, de profundas consecuencias históricas y económicas, pero de alcance geográfico aún acotado. Ayer se consumó la segunda gran ruptura con el ingreso de Austria, Finlandia y Suecia en la UE, no sólo nace la Europa de los Quince. La UE empieza a ocupar el terreno que el derrumbe de muro y telón dejó desarticulado.
El primer espacio ocupado -RDA aparte- ha sido el de los países neutrales, cuyo lugar en el mundo quedaba desdibujado tras el derrumbe soviético. Acabada la guerra fría e inexistentes los bloques, ¿entre quién podían ejercer como neutrales?
Ese argumento, y su corolario, la necesidad de insertarse en un área estructurada ante los peligros de inestabilidad procedentes del mundo de Moscú (mafias, guerras étnicas y nacionales), fue decisivo en los referendos de los tres nuevos socios, sobre todo en Finlandia. Los tres nórdicos (por simplificación, Austria no es obviamente escandinava), eran democracias consolidadas, con alto nivel de vida, y unidas por el neutralismo activo.
La expansión hacia los neutrales rompe el hielo de la futura ampliación hacia los antiguos antagonistas: ya no quedan glacis entre ambos bloques. Esta nueva leva junto con otras menores como la de Malta y Chipre, o la de los bálticos (con los que ya se han iniciado las conversaciones) pespuntea una Europa de hasta 30 socios en el horizonte del año 2000.
La apuesta por la UE de los tres nuevos socios tuvo de inmediato una lectura política. Helmut Kohl se apresuró a asegurar que el resultado confirmaba "el atractivo de una Europa unida" frente a los casandras euroescépticos. Lo acaba de remachar ante el Parlamento Europeo al fustigar "el pesimismo cultural" que invade a algunos "como una úlcera cancerosa" y les hace olvidar "los 50 años de paz ininterrumpida". Si no se incluye a Bosnia, el testigo del fracaso de todos los organismos internacionales, UE incluida.
La ampliación nórdica es la cuarta de la Comunidad, alumbrada en 1957 por el Tratado de Roma con seis socios: Francia, Alemania, Italia y el Benelux. La primera (1973) la extendió a Dinamarca, Irlanda y Reino Unido. La segunda, a Grecia (1981). La tercera completó el flanco mediterráneo (España y Portugal, 1986). La tercera media fue la absorción de la RDA (1990).
Las nuevas incorporaciones vacían a la EFTA, una asociación de libre comercio creada en 1959 a impulsos de Gran Bretaña -que se había separado del primer proyecto de Europa de los seis- para hacer la competencia a la Comunidad sobre la base de meros acuerdos de libre comercio, de carácter intergubernamental, sin políticas estructurales, ni instituciones comunes, ni voluntad de integración.
La EFTA se integré en 1992 en el Espacio Económico Europeo (EEE), antesala para adherirse a la UE en la que ya sólo quedan Noruega, Islandia y Liechtenstein (en proceso de incorporación), al haber votado los suizos en contra. El EEE seguirá existiendo porque los tratados hay que cumplirlos y porque los Quince desean mantener un agarradero para Noruega. Algunos proponen ya que sirva como varadero temporal de aspirantes como Letonia, Lituania y Estonia. Pero ahora se entra en una fase mortecina.
La cuarta ampliación de la UE equivale al fracaso histórico de la alternativa intergubernamentalista. Otra cosa es que, desde dentro, ésta pugnará por descrestar el empuje integrador, tratando de auparse en el apego histórico de los nórdicos a su independencia nacional. Pero los principales líderes austriacos, finlandeses y suecos -entre los que destaca el socialdemócrata sueco Ingvar Carlsson- ya han advertido que serán muy comunitaristas en asuntos como el medio ambiente o las cuestiones sociales, no en vano se cuentan entre los precursores del llamado "modelo social europeo". "No vamos a ser una reedición de Dinamarca", objetan.
La ampliación ha ganado la partida a la profundización. Pero la reciente cumbre de Essen puso de relieve el acuerdo general de que la Europa del año 2000, con más de 20 miembros y quizá 30, no puede gestionarse con los mismos métodos que la petite Europe de seis socios. La ampliación nórdica ha colmado el recipiente.
Todos los mecanismos (toma de decisiones, representatividad, políticas) chirrían. Por eso la atracción de Escandinavia y la mirada al Este van acompañadas de una creciente discusión sobre federalismo, núcleos duros, menús, cartas y velocidades... El pistoletazo de salida para el debate lo dio el documento de los parlamentarios democristianos alemanes, en el que se proponía una Europa de tintes federales, organizada en tomo a un núcleo duro un tanto exclusivo -los cumplidores de de la convergencia económica-, en la que desaparezca el voto por unanimidad -es decir, el veto- y en la que la Comisión adopte los rasgos de un auténtico Gobierno europeo.
Esta propuesta ha recibido ya respuestas amplias de John Major -apostando por una Europa de varias velocidades, a la carta-, de Edouard Balladur, de Jacques Chirac -ambos discutiendo sobre el eje germanofrancés, cada vez más débil-, de Jacques Delors -que defiende un federalismo basado en los Estados-naciones. En España ha tenido escaso eco, más allá del sarpullido que causó su inicial exclusión del núcleo duro. Los escarceos previos a la reflexión de la Conferencia Intergubernamental que en 1996 debe reformar el Tratado de la Unión firmado en Maastricht registran una ausencia entre los polemistas: la española.
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