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La mano invisible

La psicosis de catástrofe anunciada para ayer en los mercados financieros españoles se trocó en una jornada de leve descenso en la Bolsa, una estabilización en niveles altos de la rentabilidad de los bonos a diez años y una calma para la posición de la peseta. La idea de un cierto automatismo en las relaciones entre crisis política y economía, heredada de la época en que existía la banda rígida de fluctuación dentro del Sistema Monetario Europeo, quedó relativizada, sin que por ello las consecuencias deban ser pasadas por alto.Felipe González, como cualquier presidente de Gobierno o jefe de Estado de Europa a Estados Unidos, no sólo se enfrenta a los problemas tradicionales de cualquier político (desgaste, crisis y desaciertos, fortalecimiento de la oposición) en otros tiempos sino a uno nuevo, que no puede dominar según las reglas de juego del pasado: la mano invisible de los mercados financieros. Si en tiempos de Adam Smith esa mano era representada por el mercado a secas, su fuerza actual, merced a Ia globalización y la libertad del movimiento de capitales, no tiene precedentes.

Los mercados han apostado en otro tiempo por González aun cuando sus planes para reducir la inflación -principal preocupación de aquéllos- conocieron dificultades importantes. Pero como esos problemas (incapacidad para controlar el gasto público) no eran exclusivos de España, llegaría un momento más propicio que la recesión para enderezar las cosas. Aunque no fuera condición suficiente, la estabilidad política sería la condición necesaria.

Sin embargo, precisamente cuando ha comenzado una fase de recuperación cíclica de la economía, la inestabilidad política, a partir de la pasada primavera, fue sometida a censura por los mercados financieros, preocupados por un deslizamiento de España por la pendiente italiana de inestabilidad crónica. Los tipos de interés a largo plazo -el indicador más sensible de la marcha de los mercados financieros- comenzaron a subir y a separarse cada vez más de los países ejemplares, perfilando con los países ejemplares, como Alemania, una prima política permanente en la línea de los 400 puntos básicos (100 puntos básicos equivalen a 1 punto porcentual). Con las caídas de los precios de la deuda española y la subida de la rentabilidad de la misma, España se halla, a juzgar por cómo se comportan los mercados, en el úmbral de Italia.

Hay una idea peregrina y es que lo peor está por llegar. En realidad, al haber desaparecido el sistema rígido de paridades y al encontrarse la peseta incluso subvaluada, el mercado cambiario no será el epicentro de las tradicionales tormentas del pasado. Pero la persistencia de tipos de interés reales muy elevados a corto plazo y la consolidación de la prima de riesgo en los de largo plazo suponen un dogal para la. recuperación. Es evidente que no hay tampoco un automátismo entre baja de tipos y expansión económica, pero será muy difícil encontrar precedentes de una economía occidental que pueda mantener el pulso de su actividad con tipos reales persistentes de cinco o seis puntos.

Las consecuencias se harán sentir próximamente en el servicio de la deuda, que puede experimentar un coste añadido bastante superior al medio billón de pesetas en los presupuestos para el año. 1996 y que, fácilmente, podría pasar a representar el 17% o 18% del gasto público.

Por tanto, una gran parte del mal, por así decir, ya está hecho. La mano invisible de los mercados financieros, por otra parte, ha tornado nota de un dato relevante que dará un carácter muy errático a los acontecimientos en España: la soledad de Felipe González. Ya no es percibida como la del corredor de fondo, sino como la soledad de un corredor agotado.

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