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Cena con el presidente

Felipe González sorprendió en privado a los empresarios e intelectuales catalanes que compartieron mesa con él

Andreu Missé

No se sabe a ciencia cierta quién salió más satisfecho, si el seductor o los seducidos. La cena ofrecida el jueves por el industrial Pere Duran Farell al presidente del Gobierno, Felipe González, y a un escogido grupo de significativos intelectuales y empresarios de Barcelona cumplió con creces los objetivos: González se fue más que satisfecho por haber "conectado con el país real" en un clima en el que "hay una gran facilidad para la comunicación", según confió a algunos.Los invitados al ágape fueron los intelectuales Josep María Castellet y Emili Giralt; Enric Argulloll (rector de la Universitat Pompeu Fabra, a la que muchos ven como la más mimada por la Generalitat), y los empresarios y financieros Josep Vilarasau (La Caixa), Joan Molins (Círculo de Economía), Antoni Algueró (Fomento), Antoni Negre (Cámara de Comercio) y Carles Sumarroca (uno de los fundadores de Convergència). Una cena amigable en la que hubo agradables descubrimientos mutuos. Incluso los más escépticos, al margen de las discrepancias esgrimidas en la tertulia, salieron comentando el "coraje del presidente".

Se habló de todo y de nada en particular. González contestó a todas las preguntas. Economía, política, convivencia... No hubo mucho tiempo para profundizar pero sí para sorprender. Por ejemplo, cuando González definió a Jordi Pujol como "uno de los pocos animales políticos que he conocido, en el buen sentido de la palabra. En otro contexto me recuerda mucho a Kohl".

Los asuntos económicos ocuparon la mayor parte del encuentro. Se habló de Seguridad Social, déficit público, cotizaciones sociales, reforma laboral, reactivación y privatizaciones. La propuesta lanzada previamente en su conferencia de "facilitar la creación de grupos industriales privados del tamaño necesario para moverse en condiciones competitivas en el nuevo marco global de la economía" despertó un vivo interés. Especialmente cuando apuntó la idea de que el capital, privado puede "tornar el relevo" de la empresa pública.

González desarrolló algo esta iniciativa en la sobremesa, después del foie con setas y el marisco. Para él sería ideal que en las privatizaciones de grandes empresas, además de inversores particulares, participasen los grupos industriales. Ello permitiría sustituir los actuales gestores por nuevos equipos más dinámicos.

Es decir, se trataría de aprovechar la privatización para sustituir la tecnoestructura de las empresas. Algún comensal discrepó recordando que en muchas empresas los grandes cambios se habían producido sustituyendo únicamente al responsable máximo y reorientando la compañía.

También se habló de Cataluña y de convivencia. González sabía de qué hablaba: explicó que tenía un hijo estudiando desde hace dos años en Barcelona y nunca le había comentado que hubiera padecido ningún problema lingüístico.

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El propio presidente estaba muy satisfecho del encuentro improvisado después de su conferencia. Fue un acto, comentó a sus contertulios, con un clima muy distinto al que podría encontrarse en algunas otras partes de España porque siendo un público, en principio no identificado con su ideario, mantuvo una actitud de deferencia y predisposición al diálogo, sin crispaciones.

Durante la cena no se habló de Javier de la Rosa ni de Mario Conde y sólo se hizo una alusión Aznar. En el campo de la reforma laboral, el presidente se encontró con más resistencias y discrepancias. Los empresarios se resisten a admitir la tesis de González: "La reforma laboral ya está hecha legalmente, ahora les toca a ustedes aplicarla".

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