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Presupuestos clandestinos y terminales

Joaquín Estefanía

La política española, a base de declaraciones rotundas y de frases brillantes, está adquiriendo grados preocupantes de enmascaramiento. Ello tiene dos efectos: solemniza lo obvio, y, por lo tanto, adquiere tono la demagogia y lo primario, en detrimento de la complejidad; y se olvida la realidad, tomando por ésta lo que los discursos dicen que es o que pasa, no lo que verdaderamente sucede.Desde hace dos semanas, EL PAÍS ha publicado distintos datos sobre el caso Palomino que han tenido la virtud de romper la maniobra letal de una gigantesca manipulación editorial, que se estudiará en los libros de texto de las facultades de Ciencias de la Información. Lo sorprendente era que, hasta ese momento, los portavoces políticos, incluidos los más afectados -los socialistas-, no habían acudido a los datos, las auditorías, los contratos, es decir, a las fuentes, sino que daban por buena la existencia de un escándalo, basándose en declaraciones, titulares, interpretaciones, medias verdades, insinuaciones, etcétera.

Más preocupante es que, en este ambiente enrarecido, estén pasando casi inadvertidos los Presupuestos Generales del Estado para 1995, eje de la política económica del próximo ejercicio e instrumento sobre el que se ejercen todas las presiones que determinan la política de alianzas y las líneas dialécticas que va a seguir la oposición. Siempre son interesantes las declaraciones de Pujol, Roca, Arzalluz, Felipe González, Aznar o Borrell sobre la gobernabilidad, la corrupción o las elecciones generales, pero allí donde se confirman o desmienten es en los presupuestos y los apoyos que reciben.

En estos momentos, los presupuestos se encuentran en el Senado, tras haber pasado por el Congreso y haber superado las enmiendas a la totalidad. En ese caso, a los votos del PSOE se les unieron los de CiU y los del PNV, una contundente mayoría que no tenía precedentes; además, la oposición, como es lógico, no se apoyó mutuamente en sus respectivas enmiendas, ya que tenían sentidos contrarios: el Partido Popular pretendía disminuir el déficit público, e Izquierda Unida, mantenerlo o aumentarlo.

Pero, además, los presupuestos de 1995 tienen un apoyo extraparlamentario que tampoco se había producido en el pasado: acuerdo con los sindicatos en cuanto a la subida salarial; y con las comunidades autónomas y los ayuntamientos respecto a la financiación de la sanidad en el primer caso y una nueva financiación en el último. Por el contrario, no obtuvieron el aval con el que el FMI había visado la política económica otros anos, ya que el organismo entiende que los presupuestos suponen un parón en el ajuste pendiente y en la lucha contra el déficit público. Las dificultades públicas por las que aparentemente atraviesa la mayoría gubernamental no se corresponden, pues, con el paseo militar de los presupuestos por el Congreso de los Diputados.

La gran incógnita es la de si estos presupuestos, además de clandestinos, van a ser terminales. Es decir, si van a ser los últimos en recibir el apoyo, nacionalista en esta legislatura, y, por lo tanto, al no tener suficientes votos para imponerlos, Felipe González tendrá que disolver las cámaras y convocar elecciones generales. Los movimientos subterráneos en Convergència, las declaraciones de Pujol en la SER, la contienda por la alcaldía de Barcelona o las elecciones a la Generalitat permiten interrogarse sobre si la ruptura entre socialistas y convergentes se producirá antes de los comicios municipales y autonómicos dé mayo, inmediatamente después de los mismos, o justamente antes del final del ejercicio, cuando se negocien los presupuestos de 1996. Pero muy pocos creen que, tras los de este año, habrá otros presupuestos con la mayoría suficiente para ser aplicados.

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