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Ronda Uruguay: un acuerdo herido

EE UU y Europa retrasan al límite la ratificación del nuevo orden comercial mundial, que nace lleno de incógnitas

Victoria Carvajal

"Un buen presagio". Peter Sutherland, director general del GATT (Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio), expresaba así de escuetamente su satisfacción por el acuerdo alcanzado entre Bill Clinton y el futuro líder republicano en el Senado, Robert Dole, para que el Congreso estadounidense ratifique a tiempo -antes de fin de año- la Ronda Uruguay, el mayor desarme arancelario de la historia. Sutherland, un tenaz irlandés que en quince meses consiguió cerrar un acuerdo que costó siete años de negociaciones y tres plazos incumplidos, tiene razones para el escepticismo.Estados Unidos y los países de la Unión Europea, dos jugadores claves en el comercio mundial, han aplazado hasta el último minuto la ratificación de una ronda que marcará el inicio de una nueva era para el comercio mundial. Los acuerdos que los 124 países miembros del GATT firmaron en Marraquech el pasado mes de abril suponen un recorte medio de los aranceles sobre mercancías del 40% y la reducción a un tercio de los subsidios a la agricultura en un plazo de diez años, así como la inclusión, por primera vez, de los servicios y la propiedad intelectual en las normas multilaterales de comercio, y la creación de un nuevo organismo, la Organización Mundial de Comercio (OMC), para mediar, con más poderes que el GATT, en los conflictos comerciales internacionales. Los últimos cálculos de los expertos del GATT cifran en 510.000 millones de dólares (66,3 billones de pesetas) el aumento de la renta mundial para el 2005 por la aplicación de estos acuerdos.

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Washington sienta un mal precedente al dejar abierta la posibilidad de abandonar la OMC

Pero este ambicioso proyecto, si efectivamente EE UU y los Doce -España lo hará esta semana- lo ratifican antes de que acabe diciembre, verá la luz cargado de incertidumbres. El acuerdo entre Clinton y Dole deja la puerta abierta a una salida de EE UU de la OMC en el caso en que Washington no esté de acuerdo con las reglas que se le imponen. Esta opción sienta un mal precedente. Francia, el socio europeo más proteccionista, ya ha indicado que podría pedir una medida similar en la UE.

El debate sobre la cláusula social -que pretende fijar unos niveles mínimos de protección social para los trabajadores- también provocará enfrentamientos entre los países desarrollados, que pretenden proteger el bienestar de sus trabajadores, y los países en vías de desarrollo, cuya principal ventaja comparativa es una mano de obra barata. Los sindicatos europeos y estadounidenses ya han expresado su preocupación. Líderes proteccionistas de la derecha, como Ross Perot en EE UU o el ex empresario y europarlamentario James Goldsmith en la UE, lideran las voces contrarias al GATT por su impacto en el bienestar de los trabajadores. Aunque esta cláusula no se incluyó finalmente en Marraquech, los países industrializados están decididos a tratar esta cuestión en las futuras negociaciones de la OMC.

Otro de los retos a los que se enfrenta el futuro orden comercial internacional es la tentación regional, es decir, que bloques comerciales como la Unión Europea, el Tratado de Libre Comercio que une a Norteamérica o la Asociación Comercial de Asia y del Pacífico (APEC), se consoliden como fortalezas y den prioridad a sus intercambios regionales sobre los multilaterales.

Las persistentes tensiones comerciales entre Japón y EE UU también enturbia la puesta en marcha de la OMC. Washington ha dado muestras de su determinación de resolver su enorme déficit comercial con Japón por la vía más beligerante, con la amenaza de sanciones, y puede resistirse a aceptar los mecanismos de arbitraje de la nueva organización.

La exclusión de China, un importante socio comercial, es otro de los grandes interrogantes. Pekín quiere estar entre los socios fundadores de la OMC, pero EE UU y Europa se resisten. El país asiático, que dejó el GATT con la revolución comunista en 1949, pidió su reingreso en 1986.

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