Del arte de afinar campanas
La informatización de campanarios madrileños perpetúa un oficio medieval
De las artes medievales que han conservado hasta hoy su pujanza, la fundición y afinación de campanas son las que de modo más singular han soportado los embates del tiempo. Incluso su práctica ha experimentado en los últimos años un desarrollo inusitado en España, donde el fundidor palentino Manuel Quintana calcula que existen 160.000 campanas instaladas en iglesias, ermitas, conventos, ayuntamientos y catedrales.La más moderna acaba de ser fundida por Quintana en Saldaña (Palencia) e instalada posteriormente en una de las dos hornacinas de las torres de la catedral madrileña de La Almudena, que permanece aún a la espera de la instalación de cuatro campanas más, una de ellas, el bordón, de sonido grave, de 2.100 kilos y metro y medio de diámetro, que será afinada en la tercera octava del Do.
Sólo Madrid cuenta con unas 600 campanas, con sus correspondientes badajos, los péndulos metálicos que con su repique golpean la superficie interior de la cápsula sonora. Algunas de ellas han sido electrificadas con dispositivos digitales informatizados a base de microprocesadores que regulan su toque, la intensidad del tañido y la modalidad del repique elegido.
La fabricación de campanas tiene sus secretos, que cada artesano bien se guarda en divulgar. Se construyen en bronce, una aleación a base de cobre -usualmente generado por un procedimiento electrolítico- y estaño de elevada pureza. El bronce posee una cualidad excepcional para ampliar nítidamente el sonido.
La campana se moldea. Una vez logrado el moldeo, se funde en un horno de reverbero; luego se instala el yugo, la pinza de madera o de metal con la que se sujeta al armazón del campanario para su volteo o anclaje fijo. La sonoridad bruta de la campana recién fundida se establece en un semitono por encima de la que se persigue dotarla. Una vez elegida la tonalidad deseada -las campanas más grandes, los bordones, suenan usualmente en do- su afinación consiste en ir torneando el interior de la oquedad metálica del bronce; el metal es arrancado y pulido a voluntad mientras el sonido que emite al ser golpeada con un badajo, ampliado mediante un micrófono, se mide con un dispositivo electrónico de frecuencias que registra en herzios la evolución sonora del metal ante el impacto que sufre. Cada nota musical posee una frecuencia diferente. La línea de frecuencia se registra en una gráfica sobre papel y su variación permite calibrar poco a poco el torneado. El procedimiento se prolonga hasta rebajar la sonoridad de la campana en el semitono diferencial de partida.
Existen leyes fijas que regulan las dimensiones interiores de las campanas, habida cuenta de que su perfil sigue curvas geométricas fijas. Así, el diámetro de una campana, al ser multiplicado por la constante 0,8, determina exactamente la altura de la pieza, siempre menor que su base, frente a lo que comúnmente se cree. Son pues oblongas, más anchas que altas.
Para ahorrar el sube y baja que desde siempre los campaneros se veían obligados a realizar por inhóspitas y arriesgadas escaleras de torreones, los juegos de campanas suelen ser pilotados hoy mediante microprocesadores digitalizados que programan y memorizan tañidos, toques horarios y secuencias a través de hasta 40 permutaciones, convenidas en un teclado anejo. Los impulsos eléctricos se envían hacia los martillos dispuestos junto al bronce, que lo golpearán según la frecuencia deseada. Un simple mando a distancia, con radio de acción de hasta un kilómetro, permite a los campaneros poner en marcha las campanas desde la sacristía del templo, incluso desde sus domicilios. Tal vez por ello, Mateo González, de 65 años, deán de La Almudena y responsable, además, de su recién instalada campanería, esboza una confortable sonrisa.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.