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Tribuna
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La cámara oculta,

Francisco Peregil

Lo que más incordia de El Corte Inglés y de esos lugares de trabajo donde tan de moda están las cámaras ocultas para propios y extraños es que uno no puede sacarse tranquilo las pelotillas de la nariz. La democracia no sólo consiste en que Palomino tenga derecho a defenderse de supuestas injurias, sino en rascarse plácidamente allá donde a uno le pique y donde crea que nadie le ve.El alcalde de Madrid propondrá hoy en la junta local de Seguridad, formada, entre otros, por representantes del Ministerio del Interior, la instalación de cámaras en las calles de Centro para acabar con la delincuencia. El ministerio ya barajó la posibilidad, pero la desechó por cara. Si el Ayuntamiento, cosa que dudo, está dispuesto a correr con la mayor parte de los gastos técnicos y con el salario de algunos mendas dispuestos a tragarse el seguimiento de las grabaciones, igual se sale con la suya.

Pero ahora viene un buen hombre de Cuenca con su secretaria, en plan adúltero de pro y después de un garbeo por Serrano se la lleva a la calle de Carretas para que vea que es un tío de mundo. "Mira, Juani, cariño, la jeringuilla se la está clavando el pobre en el tobillo porque es la única parte del cuerpo donde aún no se ha metido". "Ay, qué cosas dices, Anselmo", y resulta que allá, en una oscura oficina aledaña a nuestro alcalde, un funcionario municipal fisga a los tórtolos.

¡Coño!, pero si ése es mi cuñado, el de Motilla de Palancar! ¿Y qué hace ahí mirando a un yonqui con la Juani colgada del brazo? Le via sacar un primer plano al baboso éste que se vacagá. Y después se lo mando a mi hermana, que a ella le gustan mucho los vídeos de primera.

Al rato, la cámara grabará algún tirón de bolso o tal vez algún trilero, de esos que manejan tres cubitos y una miga de pan, pero tampoco importará mucho, porque a los tironeros y a los trileros los están viendo, todos los días robar en directo y nunca los cogen. Eso sí, se podrá hacer la moviola y ver dónde estaba el truco.

Otras veces, el funcionario encargado del seguimiento observará cómo dos policías nacionales en horas de servicio se meten cada tarde a la misma hora en la misma cafetería y salen dos horas después, pero tampoco importará mucho, porque a los pocos meses todos los policías ociosos sabrán dónde está la cámara que los vigila y volarán hacia otra cafetería.

Para entonces, los chorizos también conocerán el emplazamiento y saludarán a la audiencia con el rostro emboscado en un pañuelo línea manifestante de HB, antes de soltar un navajazo.

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Y en la mayoría de las ocasiones lo único que grabará el invento serán nuestras pequeñas intimidades inconfesables, acá donde uno se mira de reojo en los escaparates tapándose la calva con el flequillo, allá donde la otra se sube la minifalda hasta las bragas, el recluta que se saca los trozos de calamares en las encías con un dedo, y el vejete que vuelve la cara cuando pasa una tía buena. Nada de eso tiene por qué ocultarse, casi todo el mundo lo ha hecho alguna vez, vivan los cínicos griegos que se masturbaban en las plazas públicas, pero si la gente no quiere sentirse vigilada habrá que tener en cuenta su opinión. Conclusiones: que si el alcalde, en vez de avalar su propuesta con una visita turística a la City de Londres (adujo que en ese emporio económico habían dado resultado), aporta cifras serias sobre zonas similares a Centro donde ha disminuido la delincuencia, bienvenida sea la iniciativa. Pero que cuenten con los reclutas, los viejos, las tías buenas y los calvos con flequillo. Que también votan.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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