Roma y su auditorio
La Roma de Francesco Rutelli empieza a moverse después de tantos años de dormilona persistente y degradación consensuada. El nuevo alcalde es un líder reconocido frente a los desmanes legislativos de Berlusconi en temas como el condono edilizio, pero, sobre todo, es el conductor de un equipo ejecutivo entusiasta en el ámbito romano.De momento, está poniendo al día los fantasmas heredados para convertirlos en realidades inmediatas. La redefinición de la promesa estatal del programa Roma capitale, el saneamiento de la abusivitá -ahora cortada por el furor especulativo de los decretos de Berlusconi-, la idea, tan barcelonesa, del decoro urbano como método metastásico o la próxima campaña Roma fatti bella son gestos que auguran las próximas eficacias. Una herencia larga y complicada -y, por lo tanto muy significativa- es la construcción de un Auditorio que desde hace muchos años reclama la centenaria Academia de Santa Cecilia.
Sorprendentemente, la Roma civil no dispone de un auditorio sinfónico de capacidad. El Ayuntamiento tuvo que alquilar una sala del Vaticano en la Via Conciliazione cuyas malas condiciones desacreditan una afición que, a base de no tener donde expresarse, es cada vez menos consistente. De 1926 a 1930 el espacio para los conciertos sinfónicos se ubicaba en el propio Augusteo con una construcción que añadia problemas al gran monumento. Cuando este sector urbano se restauró el año 32, el valor hegemónico de la arqueología acabó con las posibilidades sinfónicas. Y aquí empezaron las demandas de una solución definitiva. Entre el 30 y el 32 se convoco un concurso para proyectar un auditorio cerca del Circo Massimo. Creo que ni siquiera llegó a proclamarse un vencedor del concurso.
Desde el 32 los diversos intentos -incluido'el concurso que ganó Saaverio Muratori- para resolver este déficit han fracasado. El año 82 renació el tema gracias al impulso de Vittorio Ripa di Meana, y desde aquellos años me siento personalmente unido al episodio. La Academia me invito a formar parte de una comisión que tenía que informar sobre el tema y proponer un camino de actuación. La comisión era, en realidad, un grupo de amigos entrañables. Me sentí acompañado de la arquitecta Gae Aulenti, el violinista Salvatore Accardo y el técnico en acústica Abraham MeIzer, un israelí que se pasaba el día calculando reverberaciones y comiendo ávidamente fruta mediterránea. Nuestro informe se centró en desaconsejar la adaptación del Teatro Adriano que era una posibilidad de corto alcance y recomendar la construcción de un auditorio con una única sala de 2.000 plazas en el Borghetto Flaminio, cerca de la plaza del Popolo. En diciembre de 1992 el sector político del Ayuntamiento que ya aglutinaba Rutelli y que al cabo de un año tenía que ganar las elecciones removió el tema con una envergadura nueva: tres salas de 3.000, 1.000 y 500 plazas en un solar próximo al Borghetto Flaminio, un poco más suburbial pero más espacioso, el actual aparcamiento junto a la Villa Olímpica, entre dos monumentos de Nervi, el estadio y el pabellón de deportivo. Hace pocas semanas hemos resuelto un concurso internacional restringido del que ha salido vencedor -¿cómo no?- el arquitecto Renzo Piano, con un proyecto ambicioso pero muy realista, fácilmente gestionable, a escasos votos del de Hermann Hertzberger, cuya propuesta era seguramente más radical, más agresiva incluso, pero interpretada como un episodio menos factible.
En el proceso de decisiones del jurado he podido darme cuenta de cómo están cambiado las cosas en Roma. Un tema agonizante desde hace más de 60 años se ha convertido en el símbolo de un entusiasmo de renacimiento colectivo. Me temo que el programa planteado es demasiado ambicioso y, sobre todo, demasiado caro para los tiempos que corremos -y que corren también los romanos- porque los presupuestos superan los 150.000 millones de liras. Pero el equipo de Rutelli lo tiene muy claro: o se asegura rápidamente la construcción de ese Auditorio o se perderá ya el entusiasmo y, por lo tanto, la eficacia para los ambiciosos programas de Roma capitale. La estrategia del equipo municipal es muy clara: ofrecer a la ciudadanía un tema cultural de gran envergadura con el que se garantice un apoyo popular. Sin este apoyo basado en la cultura es difícil una gestión municipal de gran alcance. Ciudades como Madrid o Barcelona tendrían que tener muy presente el ejemplo de la nueva estrategia romana.
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