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Entrevista:

Conversación con José María Alfaro

Las amistades tempranas, con gentes de nuestra misma juventud , suelen ser las más duraderas fervientes, aunque alguna se quiebre en el camino, pero conforme uno va cumpliendo aniversarios van desapareciendo, por alejamiento físico o muerte del amigo, y nos van dejando en creciente soledad. Felizmente, yo he tenido la fortuna de descubrir con los años nuevos amigos, con los que he compartido gratos momentos de conversación y compañía, en ese mayor tiempo disponible que nos concede la vida cuando empieza a declinar. Una de esas amistades tardías fue la que mantuve con José María Alfaro fallecido el pasado mes de septiembre, un mes de tránsito en el ciclo anual, muy propio para irse discretamente de este mundo, como lo hizo nuestro amigo, siempre elegante, que se fue de veraneo y no volvió, ya nunca de él.Alfaro no era de mi generación. Me llevaba 11 años, nacido en Burgos en 1905. Era uno de los miembros más jóvenes de la llamada generación del 27, pero quizá nuestra consonancia proviniera de haber asistido ambos al cambio radical experimentado por el mundo, desde un pasado que parecía estable -y mucho más para él, nacido antes de la guerra del 14- a este presente frenético que se ha llevado por delante un sistema de valores sin encontrar aún otro nuevo. Escritor de buena pluma, poeta, novelista, periodista y creador de revistas, conferenciante, amigo de José Antonio, embajador de España durante largos años en Buenos Aires, no voy a relatar ni juzgar historial intelectual y político de Alfaro, que han tratado ya en te y otros periódicos varias firmas insignes. Tampoco voy a intentar una biografía, pues, aparte de que es imposible en la brevedad de un artículo, la biografía una convivencia con el personaje que yo no he tenido. Voy simplemente a transcribir lo más interesante de la conversación que mantuvimos hará unos dos años, en su casa, y que yo grabé.

-...Yo creo, José María, que somos dos personas -de la misma era, y que este mundo no nos va mucho. Hemos visto un mundo creo que mejor, aunque siempre me pregunto: cuándo un mundo es feliz, en qué consiste a felicidad.

Yo, no sé. Además tú eres un poquito más joven que yo. Yo aIcancé un Madrid delicioso cuando entré en la Universidad. Una de las primeras cosas a las ue asistí en Madrid, creo que estudiando el primer año de la carrera, fue al estreno en el teatro de Apolo de Doña Francisquita. Primer estreno al que yo asistía en mi vida, y además fue apoteósico... Realmente Madrid era entonces una ciudad incómoda para andar por ella. Había cantos rodados en las cuestas; me acuerdo lo que me impresionó la de Leganitos cuando llegué Madrid. Pero luego la vida era muy confortable, Madrid era na ciudad muy habitable no llegando al millón de habitantes, que es lo que ya vuelve a las ciudades un poco incómodas... Mi vida universitaria fue no solamente una etapa de las más felices, sino cuando más cosas descubrí. Además, entonces, sí que existía un acuciamiento intelectual de la Universidad. De todos mis profesores guardo recuerdos imborrables; incluso de uno que me dio el único suspenso que tuve, en Derecho Canónico, acaso porque a aquella sociedad no le importaba mucho ese derecho. Estábamos envueltos en la idea de las vanguardias, en la quiebra del mundo...

-¿Pero había entonces prestigios intelectuales que fueran sentidos por los jóvenes?

-No solamente había prestigios, sino que la gente, aunque les discutiera, creía en eso que se llamaba "los- intelectuales", cuyas fronteras son muy difíciles de fijar. Empezando por la autoridad que tenía tu padre en la Universidad y fuera de ella... O el mismo Ateneo, sujeto a todas las luchas. El Ateneo representaba una serie de prestigios continuos, empezando por don Miguel de Unamuno, que entraba en la cacharrería verdaderamente, como se ha dicho, rompiendo cosas... Pero no era solamente el prestigio del intelectual en las minorías, sino que había un respeto difuso que hoy se ha perdido absolutamente. No sé si es culpa de la sociedad o es culpa de los intelectuales que no han cumplido con sus deberes, o que no se han hecho respetar. La vida entonces en Madrid -esto es muy importante- era una vida amable; se pasaba más frío que ahora, por eso la gente vivía en los cafés, en las tertulias, en las bibliotecas... al menos la gente que yo conocía. Los estudiantes estábamos lanzados al vértigo del tango: había academias de tango y es cuando se inventó el nombre de tanguista, porque a las chicas de alterne no las contrataban, si no sabían bailar el tango.

Valentín Andrés Álvarez sostenía que él trajo él tango a Madrid, en 1913, que había aprendido en París.

-Probablemente tenía razón. Valentín Andrés Álvarez era uno de los personajes claves de aquel momento: muy inteligente y con gran sentido del humor, luego -lo que pasa- sus aventuras literarias no tuvieron el eco que deberían haber tenido. Pero de todos modos no era un hombre de la primera fila.

-¿No crees que era una edad dorada en la que hasta los segundones eran gente de mucha valía. Por ejemplo, Cansinos Assens?

-Yo conocí a Cansinos porque iba a una tertulia literaria a la que yo asistía y a la que acudían también Jardiel Poncela, González Ruano, Ledesma Miranda... Y Cansinos era una especie de mangantón; llevaba un gabán muy grande con los bolsillos por dentro del forro. Iba a la Feria del Libro y, allí escamoteaba los libros dejándolos caer como si los clavara en el fondo... Los elogios de Borges hacia Cansinos -estimable,, evidentemente- son manías y caprichos, pero todas las gentes que tienen una punta de genio son caprichosas...

¿Y Fernando Vela?

-Fernando Vela fue un hombre importantísimo para todos nosotros porque nos hizo conocer muchísimas cosas. Y García Morente, cuyas traducciones e introducciones de los grandes filósofos son excelentes... Pero ¿quién se acuerda ya de García Morente?

-¿Tú te sentías de la generación que luego se llamó del 27?

-Yo los vi siempre como mayores... Cuando pude entrar en contacto con ellos eran todos catedráticos, de universidad o de instituto. De Guillén aún conservo la última carta que me escribió cuando hice un artículo sobre él en EL PAÍS. Era un hombre de tal constancia clásica que lo mismo en su poesía, que en su pensamiento, que en su letra -con 90 años que ya tenía- conservaba el mismo grafismo... De Lorca te podría contar veinte mil anécdotas porque era un ser bullanguero, alegre, lo contrario de los expertos que lo estudian... He conocido pocas personas más arrolladoras, más atrayentes y más, dominadoras de toda clase de arte... Todavía cuando le mataron estaba en pleno ímpetu... Acababa de descubrir el surrealismo, que significó una vaga paralización de lo que era su poesía tradicional, con hallazgos como Poeta en Nueva York, un libro espléndido. Lo que eso hubiese podido dar de sí..., quizá volviendo a sus fuentes granadinas, como Mariana Pineda, que fue su primer éxito después del fracaso aquel de Las mariposas, que le estrenó Martínez Sierra. Se puede decir que es mentira que entonces hubiese una cerrazón frente a la juventud. Ahí está Martínez Sierra, estrenando e invirtiendo en una obra caprichosa de un poeta joven que ceceaba, que era un estupendo poeta, pero que no se sabía que lo era.

Y a propósito de Martínez Sierra, ¿por qué ha desaparecido? ¿Conociste a Catalina Bárcena?

-Empezó a ganar dinero con Canción de cuna y se dedicó al teatro, adaptando, traduciendo con ayuda de su mujer. Luego se fue a vivir con Catalina Bárcena, a la que conocí. Estuve en su casa, una casa muy señorial en la calle de Génova esquina a Zurbano, donde ahora está, en nuevo edificio, la sede del Partido Popular. Era muy atractiva... Además entonces existía un mundo que le gustó muchísimo a tu padre, que era el de las mujeres de Madrid. Entre ellas había algunas con enorme personalidad, como Leticia Dúrcal.

-Le tengo oído a mi padre que Leticia Dúrcal era la mujer más inteligente que había conocido.-

Eso iba a decir yo. Incluso intervino en política, en un momento crítico durante el Gobierno Berenguer, para tratar de salvar la Monarquía... Estaba muy unida al Rey, muy fascinado por ella. Ya noventona, en un almuerzo en su casa, ya viuda, de la calle de Tutor, me contó sus intentos, junto al duque de Alba, para atraer a una serie de intelectuales, de su posición beligerante contra Alfonso XIII, lo cual no fue posible... Yo sólo hablé con el Rey una vez, en Roma, y me impresionó su sinceridad.

-La sociedad actual, evidentemente, ha hecho en muchos aspectos unos progresos increíbles que no podíamos imaginar. Yo he visto nacer la radio y casi el teléfono. El cine transformó absolutamente la manera de ver el mundo. Hay un verso de Alberti muy acertado que dice: "Yo nací disculpándome con el cine". Pero aún cogí los ballets y sentí la expectación que había en provincias con las giras de las compañías de teatro, de los cantantes.

-Sé que algo hiciste en los años cincuenta para lograr que dieran a mi padre el Premio Nobel, pero me gustaría que me lo precisaras.

-Yo estaba en Colombia, en casa de una gran señora del valle del Cauca, y nos acompañaba el embajador de Suecia, muy amigo mío. "Vengo de Estocolmo y he pensado mucho en ti porque el que se puede llevar este año el Premio Nobel es Ortega y Gasset, del que siempre me has hablado con entusiasmo y admiración, si se sabe mover desde España". Al volver a Bogotá envié un despacho al ministerio, que regentaba entonces Martín Artajo, y el despacho no fue nunca contestado. Ortega y yo, para aquel ministro, estábamos en la frontera con el infierno, o por lo menos con el purgatorio. También la izquierda, por su lado, quería consagrar a uno de fuera y claro, se juntaron ambas cosas.

-Tú viviste la vanguardia del cubismo. ¿Crees que hay ahora vanguardias?'

-Yo conocí al mismo Picasso, en París, con Caneja. Era la vanguardia de la cual aún se está hablando. Ahora lo que no hay son realizaciones nuevas, aunque artistas los hay importantes. Y las que hay dependen de los mecenazgos de las grandes empresas y no pueden andar solas.

Me habló Alfaro de muchos otros temas: del estado actual del feminismo, de la intuición de la mujer, del injusto olvido de Eugenio d'Ors, quien, "por cierto, ingresó en la Academia Española en representación de Cataluña, por una iniciativa del general Primo de Rivera de la que la Academia tuviese representación de Cataluña, por una iniciativa del General Primo de Rivera de que la Academia tuviese representación de las lenguas regionales", de don Bartolomé March, de Cambó y de los políticos de ahora y de antes, en conjunto. Pero desgraciadamente, no me queda más espacio para reproducir sus palabras. Con las que he transcrito he querido rendir un pequeño homenaje a aquel amigo, estimable por tantas cosas, oyendo de nuevo la cinta donde su voz está aún firme y clara su mente; y que produce cierto patetismo al pensar que está grabada poco antes de que José María Alfaro se fuese a la

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