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Cartas cantadas

Los alumnos de la Escuela de Arte Lírico de París han ofrecido a últimos de octubre en el anfiteatro de la ópera de la Bastilla un recital alrededor de las cartas cantadas en la ópera. Tan singular iniciativa se inscribe en un programa de coloquios, encuentros, representaciones, fomento de la lectura y animación musical que organiza la ópera Nacional de París para la captación de públicos jóvenes. Tatiana, Charlotte, Violetta y otras heroínas lírico-dramáticas han vuelto a revivir sus desventuras y palpitaciones amorosas ante sensibilidades adolescentes y previsiblemente ardientes. La sintonía ha sido inmediata.No creo que haya ningún sector social que escriba mayor número de cartas que los jóvenes. Con ellos la palabra pudorosa se refugia en un ritual cuyas raíces se remontan a las primeras e inolvidables cartas enviadas a los Reyes Magos. Ni el teléfono, ni el fax, adoptados por los mayores, favorecen la misma intensidad comunicativa. El que escribe selecciona cuidadosamente unas frases con vocación de permanecer, un tipo de letra en que reconocerse. El sello, el buzón de correos, son los últimos pasos de una ceremonia. El que recibe se somete al ritmo de una incierta espera. El sentido del tiempo se alarga en. las cartas, como en la ópera, pero compensa con creces la posibilidad de recrearse hasta la saciedad en pensamientos cálidos manifestados por una persona querida. El encuentro entre la ópera y las cartas, al igual que el de la ópera y la locura, era inevitable. ¿Qué otra cosa es la ópera que la transmisión de una pasión? ¿Y qué mejor soporte que una carta para favorecer un estallido íntimamente emocional?

La lettera amorosa era frecuente en los siglos XVI y XVII. Gesualdo, Monteverdi y otros compositores la utilizaban en formas musicales que iban desde el madrigal hasta la monodia acompañada. Los acompañamientos sonoros estaban íntegramente al servicio de la poesía de la palabra. Las pasiones al límite que caracterizan el Romanticismo propiciaron la costumbre de escenas vinculadas a cartas escritas en la ópera del XIX, bien para expresar deseos de relaciones que se resisten, bien como reacción ante lo escrito por el otro. La primera imagen que nos viene siempre a la memoria de una ópera como Eugenio Oneguin, de Chaikovski, es la carta que escribe Tatiana, o si se prefiere los gestos, actitudes y musicalidad de Mirella Freni dando vida a Tatiana: sus dudas al comenzar -"oh, qué me ocurre. Estoy ardiendo. No sé cómo empezar. Te escribo, ¿que mas puedo decir?"-, Y sus conclusiones después de que un estremecimiento nos ha sacudido en el desarrollo de la escena como espectadores indefensos arrastrados por la música y la soprano -"te espero, te espero, con una sola palabra revive la esperanza de mi corazón"-

Y más indefensos hemos estado todavía cuando Charlotte, o la mezzosoprano Frederica von Stade encamando a Charlotte, nos dice en el tercer acto de Werther, de Massenet, ante las cartas de su amado: "Las releo sin parar, qué dulzura, pero también qué tristeza. Debería romperlas pero no puedo". O en el último acto de La traviata, de Verdi, en el momento en que Violetta, o María Callas convertida en Violetta, se prepara a cantar el Addio del pasato iras leer una carta de Giorgio Germont, en una sublime e incomparablemente triste despedida de la vida, renunciando a sus sueños, alegrías, dolores e infortunados amores.

.Éstas y otras arias han sido el eje del recital para, nuevos públicos de la Bastilla, en que las cartas y la ópera se han unido en un fuerte deseo de supervivencia y en el fondo, de reafirmación. Sin renunciar a los adelantos tecnológicos (el pasado septiembre se proyectó en alta definición en el Louvre El anillo del Nibelungo, de Wagner, en la versión de Kupfer y Baremboim con gran éxito), París ha dado en el clavo de la implicación entre ópera y sociedad, reivindicando sensibilidades actuales desde la tradición y la continuidad. He reproducido en mi tocadiscos todo el recital y ha ocurrido lo que tenía que ocurrir: he llorado a lágrima viva, me he sentido adolescente y he corrido al cine para ver Cartas de una desconocida, de Ophüls. En cuanto termine estas líneas, me pongo de inmediato a escribir una carta. Y después, posiblemente, a cantarla.

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