Melodrama interno
Todos hacen una interpretación espléndida de la interminable y gran obra de O'Neill. A mí no me gustan: cuestión de preferencias. No es mala idea de Gerardo Malla darle todo de folletín y teatralidad en el sentido más agudo y exagerado de la palabra: O'Neill venía de la compañía de teatro de sus padres -y algo se alude a ello en la obra- que representaba el melodrama inglés con los gritos de rigor: y los clásicos.A O'Neill se le debe (le deben los americanos) un teatro nacional, la creación de los temas naturales del raro país que estaba todavía en los ardores de la fundación (no ha salido: el imperio es aquel espíritu de conquista que no se detuvo): esta obra, con sus borrachos irlandeses, su cántico al whisky (irlandés) y al sexo libre, es un melodrama externo y también interno.
Una luna para el bastardo
De Eugene O'Néill, versión de Amparo Valle. Intérpretes: Isabel Mestres, Carles Canut, Sergi Mateu, Francesc Galcerán y Francesc Albiol. Dirección: Gerardo Malla. Festival de Otoño. Teatro Maravillas. Madrid, 27 de octubre.
Con las resonancias freudianas, los complejos de culpabilidad, el enorme pudor a veces invertido (el de la virginidad, por ejemplo) corresponde a aquello. Imitando como lo hace Gerardo Malla el folclor, con su música y todo, con su chica bruta, pero, llena de pudor y ternura, y todo lo demás, haciéndoles gritar y agitarse, quizá pierda la universalidad del mensaje para convertirlo en una pieza local.
Por eso digo que no me gusta la interpretación, lo cual de ninguna manera quiere decir que no me gusten los intérpretes, que son muy buenos: cuando llega cada uno a su monólogo -Carles Canut, Isabel Mestres, Sergi Mateu-, lo hacen con maestría, sobre todo en el segundo acto con su extraordinaria escena de amor y confesiones a la luz de la luna (una luna, eso sí, grotesca) que hace pensar en qué bien estaría todo si se hubiese eliminado el primer acto entero, construido por obligaciones de la retórica de su tiempo y por la verbosidad del maestro.
Los tres actores y sus compañeros y Gerardo Malla y sus colaboradores recibieron las ovaciones cuando, al fin, llegó el final, merecidas y sonoras.
Babelia
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