'Aida', sin elefantes
Se vistió Sevilla de nostalgia de la Expo para la inauguración de la temporada de ópera en el Teatro de La Maestranza. Verdi, de nuevo, tras los precedentes de La traviata y Un ballo in maschera, con Muti y Levine en el 92; Verdi, con un título problemático, Aida, entre la intimidad y, el gran espectáculo: una apuesta fuerte para la primera produccion propia del teatro y para la continuidad con la política de relumbrón que sirvió de arranque.Todo Sevilla, desde Manuel Chaves, presidente de la Junta de Andalucía, a la duquesa de Alba, asistió al estreno. Las entradas se agotaron rápidamente para todas las funciones. El hambre acumulada de ópera se manifesto en una cerrada ovación al director nada mas aparecer en el foso: Todo estaba preparado para el gran acontecimiento: El ambiente era de los que ponen los pelos de punta.
Aida
De G. Verdi. Con Andrea Gruber (Aida), S. Toczyska (Amneris), K. Olsen (Radamés). Orquesta Sinfónica de Sevilla. Director musical: R. Giovaninetti. Director de escena: Hugo de Ana. Teatro de La Maestranza. Sevilla. 26 de octubre.
La tensión de la sala no se correspondió con la tensión musical. Giovaninetti eligió ya en la obertura un tempo lentísimo, aligeró el sonido y no acertó en la creación de climas dramáticos. La energía del foso llegaba descafeinada. El primer acto alcanzó niveles de sopor.
En el segundo, la representación empezó a ir hacia arriba con el dúo entre Aida y Amneris, seguramente el momento más inspirado de la noche en todos los aspectos. Después, ni las voces, ni la orquesta, acabaron de levantar del todo el vuelo, y el tratamiento escénico se encargó de enfriar más aún la función.
Imágenes espléndidas
Partió Hugo de Ana de un bello enmarque escenográfico con dos paredes de ruinas que situaban la acción de una forma evocadora. No hubo palmeras ni elefantes, huyendo del tópico.Algunas imágenes plásticas fueron espléndidas: los momentos iniciales del tercer y cuarto acto, por ejemplo, pero las ideas sólo funcionaban en un plano estático. Las expectativas se quedaban frecuentemente sin desarrollar: en el tercer acto con una monotonía irritante; en el cuarto, rozando el disparate al final. Las luces, por otra parte, abusaron en ocasiones de los tonos fríos, creando un clima de comic galáctico y propiciando el distanciamiento.,
El tratamiento de los actos fue convencional, por no decir inexistente. Los movimientos de grupos acusaron exceso de codificación, con tendencia al manierismo y muchas veces a la gratuidad ¿que permanece en el recuerdo de esta puesta en escena? Únicamente el impacto estético de algunos momentos aislados. No es suficiente para un director de la categoría de Hugo de Ana ni para un teatro que quiere pisar con fuerza en el panorama europeo como es el caso de La Maestranza de Sevilla. Lo musical, ya se ha apuntado, se mantuvo en un plano simplemente correcto.
Gruber es una soprano de atractivo timbre y con potencia sonora. Su registro, más dramático que lírico, no parece el más idóneo para Aida. La articulación es deficiente y el abuso de apoyaturas, al no afrontar las notas directamente, llenó de truculencia su O patria mía del tercer acto.
Efectismo
Tuvo no obstante frases, escenas, de gran musicalidad Toczyska es una mezzosoprano de fuerte impulso dramático. Los momentos más operísticos de la noche vinieron de ella, de su escuela teatral y vocal, aunque a veces le faltase un punto de empuje. Sin excesivo atractivo el tenor K. Olsen y con sobrados medios el bajo M. Luperi.La estupenda Orquesta Sinfónica de Sevilla siguió las indicaciones del director Giovaninetti, por lo que no se lució en exceso. Espectaculares y efectistas las trompetas de la banda de música Soria 9 desde la sala, buscando el efecto estereofónico. Sin garra, los coros.
En conjunto, fue un espectáculo ambicioso, ilusionado y bastante insatisfactorio. Como punto de partida, merece un aplauso. Pero el público de Sevilla, seguramente el más cálido y estusiasta del mundo, merece más, mucho más.
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