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Tribuna:LA ENSEÑANZA DE RELIGIÓN.
Tribuna
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Entre laicidad e ilustración

En la sociedad democrática, la verdad ya no se afirma por la autoridad de un grupo, institución o poder. La verdad común es resultado del consenso racional que necesita fundamentarse en argumentos plausibles. Sólo es defendible públicamente lo que es razonable y comunicable. El actual debate en torno a la enseñanza de la religión en la escuela pública europea se está desarrollando a partir de esta convicción comúnmente aceptada. Las tres posiciones existentes hoy en los Estados europeos son la laicidad de la escuela, postura representada tradicionalmente por Francia; la responsabilidad de las iglesias en la enseñanza de la religión, lo que ha venido sucediendo en España o Italia, y la plena integración de dicha enseñanza en la escuela, el caso de Alemania. Para comprender los argumentos de este debate es importante analizar primero los presupuestos para el diálogo de cada una de estas posiciones.La laicidad de la escuela parte de la exclusión de toda tradición particular y de la referencia a unos valores mínimos aceptados por toda la sociedad y por todas las personas en cuanto miembros de la comunidad política. Las religiones son, por definición, tradiciones particulares de comunidades u opciones personales, y por ello generadoras de un particularismo incompatible con la escuela laica. La laicidad, y su correlato la citoyenneté (ciudadanía), excluyen, de manera no arbitraria, a las religiones, pues tienen una pretensión de alternativa total en la socialización de los alumnos.

En segundo lugar, en los países de tradición católica y con unas relaciones entre Estado e Iglesia reguladas, hasta* tiempos recientes, concordatariamente, la enseñanza de la religión vive una tensión entre la función formativa de los miembros de la Iglesia, y eventualmente de otras confesiones, y la pretensión de formar parte de la educación de todos los ciudadanos. Así en los acuerdos entre la Santa Sede y el Estado español (1979) se dice que la religión es una asignatura fundamental, y el acuerdo de revisión del concordato lateranense entre el Vaticano e Italia afirma: "La república italiana, reconociendo el valor de la cultura religiosa y considerando que los principios del catolicismo forman parte del patrimonio histórico del pueblo italiano, continuará asegurando, en el cuadro de las finalidades de la escuela, la, enseñanza de la religión católica en las escuelas públicas no universitarias de todo tipo y grado".Por último, los países de tradición reformada (luterana, anglicana, etcétera) o plurieclesial consideran la religión como asunto público. Existen en ellos unas iglesias establecidas que representan un papel social e institucional definido. La enseñanza de la religión deviene entonces asunto público de la mayor importancia, y llega, como en el caso de Alemania, a integrarse en su ordenamiento constitucional (Ley Fundamental de Bonn de 1949,. que establece en su artículo 7.3: "La enseñanza religiosa constituirá una asignatura ordinaria enlas escuelas públicas, con excepción de las escuelas no confesionales").

En el horizonte inmediato de nuestras sociedades podemos prever algunas necesidades que indican el lugar que la enseñanza de la religión puede ocupar. Digámoslas, aún sin pretensión de exhaustividad ni jerarquización. En primer lugar, la convivencia cada día mayor entre tradiciones religiosas, en su inmensa mayoría cristianas y acostumbradas a la relación con la modernidad, con las religiones inmigradas (islam), con la nueva religiosidad, la llamada new age, con múltiples formas de sincretismo religioso, sectas, etcétera, convivencia en sí misma nada fácil y muy urgida al diálogo.

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En segundo lugar, la preocupación creciente por la transmisión de valores, creencias y símbolos que forman parte de nuestra común tradición europea; cierto que si unos ponen el acento en las raíces cristianas del Atlántico a los Urales, otros prefieren remitirse al lenguaje surgido de la Ilustración y la Revolución de 11789, base única y suficiente para construir una casa común para la comunidad política europea. En cualquier caso tiene esto mucho que ver con los datos de la encuesta del European Value Systems Study Group (EVSSG, Amsterdam 1990), que asignan a la religión (49%) y a la política (34%) los últimos lugares entre los campos de valores que más interesan a los europeos (familia, 96%; amigos, 90%; trabajo, 87%; tiempo libre, 82%). No existe posible convivencia sin una fundamentación en los valores mínimos comunes a la ciudadanía. Frente a una laicidad cerrada en su propia tradición, legítima pero insuficiente hoy, hay que plantearse la pregunta por una laicidad abierta a la integración de las tradiciones particulares.

En tercer lugar, todo el mundo acepta que la incultura religiosa es hoy alarmante en nuestras sociedades. Nuestra escuela está viendo cómo pasan generaciones enteras de auténticos analfabetos religiosos; si la minoría de edad en cuestiones religiosas es, entre todas, la más perjudicial y huinillante" (Kant), es en ella donde surgen el indiferentismo, el escepticismo, el individualismo, la "cultura del bricolage" y del supermercado y, por supuesto, los rundamentalismos, a raíz de la religión sin ilustración. Por último, hay que referirse al nuevo tipo de

uela a pensar para la sociedad que hay que construir, una escuela más abierta a la razón crítica y a la solidaridad internacional y, por tanto, decididamente superadora de la razón instrumental como única realidad válida.

En su discurso de apertura de curso del Colegio de Europa de Brujas (véase EL PAÍS del 16 de octubre de 1994), el Rey de España apeló a la construcción de una "Europa de los valores (capaz) de dialogar con otras culturas". Don Juan Carlos recordó al filósofo y místico catalano mallorquín Ramon Llull, quien -dijo el Rey-: "Soñó con una síntesis espiritual entre Oriente y Occidente, entre el Norte y el Sur ( ... y estuvo en quienes) trazaron el camino de la primera unidad europea, que fue una unidad en el espíritu y en la capacidad de poner en común experiencias culturales diversas como entramado básico para alumbrar una nueva etapa en la historia colectiva".En este momento europeo, cabe proponer un debate en busca del consenso racional, a favor de una enseñanza de la religión que integre la laicidad y modernidad europeas con las diferentes tradiciones cristianas; asimismo, debe esta enseñanza de la religión hacer posible un diálogo interreligioso en nuestros países. Una enseñanza de la religión, parte del currículo básico de los alumnos y de la legislación constitucional de los Estados, que -concebida como cultura religiosa, desde las raíces cristianas y desde el diálogo con otras tradiciones- contribuya al proceso de la ilustración moderna, es el horizonte europeo para este debate.

Josep M. Margenat es doctor en Historia en el Centre Sévres de París.

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