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Euskadi: el coste del esencialismo

Antonio Elorza

En los años cincuenta, el Analtasuna de Azkoitia alcanzó su época dorada. Mientras en la pequeña villa guipuzcoana tocaba a su fin la fabricación tradicional de la alpargata y despuntaban nuevas industrias, con la novedad de unos inmigrantes a quienes el lenguaje popular calificaba de coreanos, el club azkoitiarra ganó, si no recuerdo mal, el campeonato de España de aficionados y llegó a hacer un par de buenas tempo radas en Tercera. Pronto empezó el declive. Asistí por. entonces a algún que otro encuentro en el campo de Alzibar. El delantero centro local, llamado Arzalluz, era conocido por la violencia de sus disparos a puerta, frecuentemente mal dirigidos, lo que les convertía en un peligro, más que para el adversario, para los propios seguidores. situados detrás de la portería.En mi conocimiento, no existe relación alguna entre aquel futbolista aficionado y el político también azkoitiarra, pero como compensación, el símil futbolístico encaja bien con lo ocurrido en las recientes elecciones. Muy posiblemente, la caja de los truenos destapada por Arzalluz durante la campaña electoral no ha sido demasiado, costosa para el PNV, aun cuando sus ganancias fueran menores de las previstas que ya la cosecha radical pudo compensar la pérdida de electores moderados. Pero los verdaderos efectos de su artillería mal dirigida recayeron sobre sus aliados, desplazando, hacia el antinacionalismo puro y duro a electores que. antes confiaron en el espíritu transaccional del PSOE.

La tendencia a la bajá del electorado socialista hizo lo demás. De este modo, la aportación de Euskadiko Ezkerra quedó reducida a cero y la izquierda vasca consumó una curiosa trayectoria circular. Si hacia 1980 la falta de base electoral movió a los comunistas vascos a integrar sé en la formación citada, los movimientos posteriores de sus grupos dirigentes han desencadenado una curiosa resurrección Los sectores entonces enfrentados, carrillistas y euskocomunistas, con visiones muy dispares de la política vasca y del contenido de la izquierda, fueron al fin a parar al mismo sitio, reencontrándose en un PSOE con perfiles sólidamente determinados por la historia. Pero se ha visto que esa suma de cantidades heterogéneas tiene escaso atractivo para el electorado. Ahora como en 1996, los votantes de izquierda siguen siendo 93.000, peto quien los ha captado es IU, la formación heredera del comunismo. Burlas del viejo topo a quienes ven la política desde el vértice.

Más graves han sido las repercusiones sobre el electorado situado en el centro y la derecha del espectro político. El PSOE ha dejado de ser la mejor garantía de una política vasca no nacionalista y la bandera pasa a grupos conservadores mucho más intransigentes. El PNV y Arzalluz no tienen demasiadas razones para estar satisfechos ante lo que sucede en esos sectores de su entorno. El voto no nacionalista radical ha subido considerablemente, las capas medias de las capitales se apuntan a él (a modo de símbolo, la primacía corresponde en San Sebastián al PP y en Vitoria a UA) y sobre todo emerge un factor de desagregación política de Euskadi como Unidad Alavesa. Si nacionalismo es algo más que hablar. de virtudes de la etnia propia y soñar con una frontera en Miranda de Ebro, las elecciones del día 23 suponen un toque de atención muy serio respecto del funcionamiento de los procesos de integración política en que consiste fundamentalmente una construcción nacional. El esencialismo nacionalista, expresado en el Nafarroa Euskadi da contribuyó ya eficazmente durante la transición a deshacer toda perspectiva de unión. Convendría que Arzalluz y el PNV reflexionasen sobre ello y fijaran la perspectiva por la que realmente optan: la integración o la afirmación como hegemónica de su concepción particularista del nacionalismo, que acabaría generando la poco deseable situación de un País Vasco escindido en dos comunidades.

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