JR, el benefactor
De la Rosa evitó mas de una OPA al tomar el Consorcio Nacional del Leasing
"Hay una cosa peor que un maleante: un hombre corrompido en un puesto político importante, un hombre que pretende estar haciendo observar la ley y que en realidad está cogiendo pasta de alguien que la infringe. Ni un golfo que se respete quiere para nada a esa clase de tipos. Los compra como lo haría con otros artículos necesarios para su comercio, pero en el fondo los odia". Al Capone
El consejero Maciá Alavedra estaba terminando su solomillo en el comedor del hotel Castellana, un día de 1989. Se hallaba sentado junto al entonces director de Cinco Días, periódico que organizaba, con el departamento de Industria de la Generalitat, una conferencia sobre temas industriales. Javier de la Rosa permanecía aún en su cénit: era el todopoderoso representante del Kuwait Investment Office (KIO) en España. Así que al salir en la mesa el nombre de JR, según se le llamaba en los círculos financieros y políticos, el consejero dijo:-¡Ernesto, este hombre es muy inteligente! ¡Pero que muy listo! Debería estar en la cárcel, y mira dónde está, manejando los hilos de las finanzas de este país...
Era, pues, el lejano 1989. Pero todos los veranos, al menos hasta el de 1993, Alavedra, consejero de Economía, aún seguía siendo miembro del círculo social de De la Rosa. Por las razones que sea no podía resistirse a la invitación de pasar algunos días de sol y cotilleos en el Blue Legend.
Fue en 1991, ya con un pie fuera de KIO, cuando comenzó a pensar en la creación de un holding en Cataluña. Apareció el Consorcio Nacional del Leasing, una empresa con 11.000 accionistas, sin núcleo duro y muy dividida. El Banco de España, que supervisaba el CNL, buscaba un socio. Pero ni Caja Madrid ni Banesto, por ejemplo, estaban dispuestos a apostar. De la Rosa estudió la posibilidad de entrar y, finalmente, el banco emisor, bajo el mando, entonces, de Mariano Rubio, puso dos condiciones para la entrada de JR. Una, que CNL se desprendiese de sus activos de leasing; la segunda, que no adquiriese participaciones en bancos, su debilidad. Así, el Banco de España ya no tendría nada que ver con la citada empresa.
JR vendió los activos de leasing al Banco Central Hispanoamericano e, inmediatamente, violó el compromiso segundo: tomó una participación en el Banco de Ibiza, a petición, según dijo, de la familia Matutes. Rubio miró hacia otro lado. Pero lo más importante fueron sus primeros actos al realizar la Oferta Pública de Adquisición (OPA), de carácter personal, para hacerse con el control del CNL. Para quitarse de en medio al joven y molesto abogado José María Ruiz Gallardón, que actuaba junto con Jacinto Soler Padró en la defensa de algunos accionistas de CNL, De la Rosa fue al grano. Le dijo que había hablado con su médico y que ya sabía cuál era su problema, de modo que le convenía olvidarse de los accionistas del CNL. Lo consiguió.
Tras su entrada en el consorcio anudó más sus relaciones con Pujol y los hombres del presidente. El cuñado de Maciá Alavedra, Carlos Malfeito, hermano de Dolores, la esposa del consejero, pasó a trabajar en Grand Tibidabo (sociedad que salió de la fusión de CNL y Tibidabo) como director financiero. Elena Roca Sagarra, hija de Miquel Roca, a su turno, ingresó en Quail como secretaria de Narciso de Mir, empleado y socio de De la Rosa. Pero el De la Rosa de aquellos días de noviembre de 1991 era el de siempre. No se trataba de un empresario, un artista del timo, sino simplemente de un hombre que se comportaba más como un ave de rapiña. Ésta, cuando llegó al CNL, ni siquiera era una rapiña artística. En otros términos, JR no era un pillo competente.
Eso se vio rápidamente. El 4 de noviembre de 1991, De la Rosa vendió 3 millones de acciones de su sociedad Tibidabo al Consorcio Nacional del Leasing, de la que ya era presidente ejecutivo. Más tarde, vendió otros paquetes. En total, JR se vendió a sí mismo, puesto que CNL estaba presidida por él, 3.484.562 acciones a un precio de 3.629.751.940 pesetas. De la Rosa, pues, obtuvo un buen precio: un 208% sobre el valor nominal. Pero fue un precio personal. Ninguno de los demás accionistas de Tibidabo pudo vender al precio de JR, ya que los títulos cotizaban en el mercado entre el 135% y 160%.
De la Rosa y sus abogados idearon un ardid para rodear la legislación de OPA, que obliga a realizar una oferta igualitaria para el resto de los accionistas hasta el 100% de la sociedad cuando se compra más del 25%. JR presentó la operación como una "redistribución de valores" intergrupo, que es una excepción prevista por la ley. ¿Era una redistribución? No. Pero se hizo aparecer como si lo fuese. Para ello se necesitaba que CNL y Quail, comprador y vendedor, respectivamente, tuvieran una sociedad cuya mayoría de consejeros fuera idéntica. No era pues muy difícil. El 2 de agosto de 1991, algunos meses después de la entrada de De la Rosa en el CNL, la sociedad Diagonal Investment, propiedad de Quail-De la Rosa, nombraba consejeros a De la Rosa, Tomeo, Piqué, Folchi, Guasch y Segarra sobre un total de diez. La mayoría, como la ley manda, eran seis. Los mismos nombres estaban, a su vez, en CNL. De la Rosa dice que ganó 23 millones. La realidad: tuvo unos beneficios mínimos de 1.357 millones de pesetas. Y los demás accionistas de Tibidabo, por su parte, no pudieron ejercer sus derechos.
Este primer acto, pues, fue el ensayo general. JR fue a por la caja de CNL, la vació y llenó la sociedad traspasándoles sus propias compañías. Aparte de ser empresas con nula o negativa rentabilidad cobró precios importantes. Mientras hacía todo esto seguía financiando a partidos, sobre todo a Convergència i Unió, bajo el lema patriótico de la construcción del parque Busch. Finalmente, cuando utilizó 1.000 millones del aval de la Generafitat, destinado a garantizar el buen fin de la financiación del parque de atracciones, para fines personales, De la Rosa cruzó una vez más los límites.
Ahora, De la Rosa agita el fantasma del chantaje al estilo Capone. El mismo que en el caso Garriga Nogués en 1985; el mismo que el 13 y 15 de noviembre de 1992 hizo en Londres Juan José Folchi ante los funcionarios del Ministerio de Justicia de Kuwait, al cantar presuntamente la gallina, a fin de disuadirles para que no presentasen una querella criminal contra JR. Pero el chantaje es sólo una de las armas por las cuales Javier de la Rosa ya se ha ganado algo más que una nota a pie de página de la historia financiera española. Fue un pionero en tiempos remotos de la paranoia que se esparció en el mundo empresarial.
"Teníamos que tener detectives, asegurarnos de que los despachos no tenían micrófonos y verificar si no había cámaras ocultas. Arruinaron mi vida. Sientes como si estuviesen apilando mierda sobre ti y tienes que mantenerte en lucha para apartarte de ella. Esto ha sido posible por Drexel", dice uno de los personajes en el libro de Connie Bruck sobre Michael Milken, El Baile de los Depredadores. Fue este mundo el que De la Rosa, a quien siguieron otros después, instaló en la comunidad española de negocios.
Pujol y sus hombres son ahora prisioneros del apoyo que le dieron. Casi llegaron a construirle una estatua en la Bolsa de Barcelona. Ahora se abate sobre ellos, y sobre los que contribuyeron en toda España a alimentar el mito, aquel verso de Donne: "Nunca mandes preguntar por quién doblan las campanas: están doblando por ti".
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