La dote de Finlandia
La dote que la novia Finlandia aporta al matrimonio con la Unión Europea (UE) es interesante, más que cuantiosa. Amplía la superficie en un Reino Unido y medio; duplica los bosques; añade 5 millones de consumidores; enriquece la variedad de lenguas, y sus problemas, con el finlandés y el sueco. Más relevante, desde la geopolítica, es que la UE ya tiene frontera con Rusia, y además, extensa, 1.269 kilómetros. La sensibilidad hacia el Este pasa del nivel del próximo al del vecino. Bueno, quizás, para la UE, menos bueno para una España de pronto más periférica.Económicamente, la integración finlandesa encarece por dos anos, aunque poco, la factura estructural comunitaria: sus regiones pobres pesan. La riqueza per capita es algo inferior a la media comunitaria -tras años de haberla desbordado-, por culpa del derrumbe del cliente soviético y la consiguiente brutal recesión (20% de paro); pero su potencial es alto.
Los finlandeses triunfan en los servicios, la alta tecnología, la industria maderera y papelera y la química, dirigidas por empresarios, públicos y privados, de calidad. El lento ajuste presupuestario y laboral hace prever que el país tardará en sumarse a la moneda única, prevista para 1999. Refuerza pues el pelotón de la segunda velocidad, o el de la de primera y media.
Lo más interesante de la dote no es estadístico, sino intangible: la cultura política, propia de una nación bien organizada. La Administración, desde el municipio, funciona. La corrupción escasea, hasta el punto de que los casos de bribonería financiera surgidos en la reciente crisis bancaria han desconcertado a la opinión pública. La ciudadanía respeta al Estado porque las instituciones son creíbles, cumplen sus compromisos.
La piedra filosofal es la transparencia. "Todo el proceso de toma de decisiones públicas está abierto", explica Jaako llomeni, director del Centro de Estudios Empresariales y Políticos, una de las cabezas del país. Cualquier ciudadano puede acudir a cualquier oficina pública y conseguir los papeles "mientras se elaboran". Con excepciones lógicas: los secretos de Defensa, las decisiones del banco central sobre tipos de interés, las estadísticas no acabadas.
"La gente está acostumbrada a que las autoridades tengan la puerta abierta", dice Ilomeni. Y que discutan con fair play, como sucedió en la noche del domingo, en la que el primer ministro, el jefe de la oposición socialdemócrata, el de la izquierda radical, una líder del no y dos ministros de sendos partidos compartieron la mesa, en una cortés y ácida rueda de prensa internacional.
El respeto al Estado, joven criatura de 1917, y el orgullo por la independencia -aún tamizada de años de finlandización, ese neutralismo de "a la fuerza ahorcan" por la vecindad soviética-¿vararán a Finlandia en la secta intergubernamentalista de la UE, a costa de la federal?
En bastantes cosas, la contribución finlandesa comparte aroma con la danesa. Una de cal y otra de arena, ni británicos, ni belgas.
De cal integradora: máxima profundización en medio ambiente -un asunto a flor de piel-, de salud pública, de política social, incluso de moneda única (a diferencia de Dinamarca, no en vano el marco finlandés estuvo ligado al alemán). De arena intergubernamental en asuntos de la mujer, educación y defensa. Pero hay matices. El Gobierno centroderechista es más intergubernamental; la oposición socialdemócrata, que puede sustituirlo en marzo, más comunitaria. Las alianzas naturales, lo anunció el primer ministro Esko Aho, irán en círculos concéntricos. Primero, los nórdicos. Después, los países pequeños (para asuntos institucionales). Por fin, los grandes. Entre éstos, claro, figura España.
Último capítulo de la dote: capacidad de adaptación. El proceso de adhesión ha durado sólo dos años, un instante. "Hace veinte años apenas nadie era europeísta", recuerda uno de los pioneros, Göran Helling. Entonces no pudo seguir la carrera diplomática. Había optado por estudiar Derecho Comunitario. "Ya estamos donde debíamos estar", concluye, alborozado.
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